
En la victoriosa defensa de Puerto Rico, doce cañoneras en conjunción con unos pontones artillados habían conseguido rechazar al enemigo inglés, y en la de El Ferrol de 1800 las cañoneras habían guardado eficazmente la entrada a la ría y su fuego había resultado muy útil en la defensa del castillo de San Felipe y de las lomas que lo rodeaban.
Decididamente, el empleo de embarcaciones artilladas, combinado o no con otros elemehtos, como buques y baterías de costa con los que se podía comunicar mediante un completo y desarrollado código de señales, era la mejor medida defensiva, a la par que la más económica.
En estas acciones pasadas y para las que la nueva guerra pudiera deparar se habían aprovechado algunas embarcaciones ya existentes en los puertos para otros usos y de muy diverso tipo, dotándolas de cañones, pero otras se construyeron para este exclusivo objetivo de acuerdo con la experiencia adquirida y en ellas se emplearon nuestros ingenieros navales, así como en la adaptación en su exiguo espacio de las piezas giratorias, de los hornillos y de la dotación de pólvora, balas e instrumental artillero.
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