viernes, diciembre 21, 2007

PECADOS DE OMISIÓN

n definitiva, el perfil de Felipe III es el de un rey mediocre, con escasa personalidad, que nunca estuvo a la altura de las exigencias mesiánicas en que se desarrolló el reinado de su padre, que sería su primer crítico con aquellas supuestas palabras que se le atribuyen: “Dios que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de regirlos”. Pero los reproches que hoy le hacen los historiadores no inciden en la ausencia de carisma de un rey normal. La sociedad española de 1598 estaba tan saturada de anormalidad y de excesos carismáticos, que las acusaciones se dirigen hacia la dejación de funciones y la total alienación respecto a un personaje como el duque de Lerma, que sobrevivió al Rey en cuatro años y se permitió despreciar altivamente a la justicia, que le amenazaba tras su caída política, con la siguiente frase: “Más temo yo a mis años que a mis enemigos”.
Triste la disyuntiva en que se encontró la sociedad española de 1598. Tras los delirios políticos tremendistas y la espesa metafísica de un rey obsesionado por el poder, la frivolidad banalizadora y la ausencia de proyecto político de un rey obsesionado por el ocio... ¿Qué son preferibles, los excesos de compromisos fuera de la realidad de Felipe II o la ramplonería plana de Felipe III? La opción ciertamente era penosa, pero la alternativa de futuro (Felipe IV) aún fue peor.

LA "ISABELINA"

a moneda de diez escudos de oro, acuñada en Madrid y llamada popularmente ‘Isabelina’ por haberse fabricado durante el último período del reinado de Isabel II (1865-1868), fue una pequeña pieza de 22 milímetros de diámetro cuya acuñación y circulación se pusieron en marcha para responder a las exigencias del nuevo sistema monetario que se creó tras la reforma monetaria de 1864.
Esta reforma establecía por primera vez en España una relación fija entre el valor monetario del oro y de la plata, al tiempo que se adoptaba el escudo como unidad fundamental del nuevo sistema. Se acuñaron monedas de plata de uno y dos escudos, equivalentes a las piezas de diez y veinte reales anteriores, así como una parte divisoria del escudo representada por los cuarenta céntimos, moneda fraccionaria cuya equivalencia se estipuló con los cuatro reales anteriores. En oro únicamente se fabricaron tres piezas: de dos, cuatro y diez escudos, cuyo valor corrrespondía a las monedas de veinte, cuarenta y cien reales.
La Isabelina es una pieza con valor de diez escudos, una ley de 900 milésimas (24 quilates) y un peso de 8’3 gramos. En el mercado monetario internacional su valor equivalía al del soberano de la reina Victoria I de Inglaterra (1837-1901), a los veinte francos/oro del rey Leopoldo II de Bélgica (1865) y los cinco mil reis del rey Luis I de Portugal(186 1-1889).