miércoles, octubre 17, 2007

SIMPATÍAS MUDÉJARES

sabel fue consciente desde su infancia del hecho diferenciador musulmán. Había vivido en la Corte de su hermano, Enrique IV, que tenía gran simpatía hacia muchas cosas árabe-andalusíes: había adoptado su modo de vestir, sus comidas, su forma de sentarse y de cabalgar. Cuenta José-Luis Martín, en Enrique IV, que sus enemigos le acusaban de montar a la jineta, como los árabes, y no a la brida como era habitual entre los cristianos, asunto que irritaba a algunos porque ese “ejemplo era seguido por muchos de los nobles”. Isabel vivió en ese ambiente simpatizante con lo andalusí y comprensivo con ‘la imagen del otro”, que estaba viva en la literatura y en la cultura populares.
No es de extrañar que mostrara cierta inclinación y aprecio por las manifestaciones culturales de origen mudéjar, como observa Ladero Quesad a en Isabel y los mudéjares de Castilla. Según revelan las cuentas de la Reina y el inventario de sus bienes, en la vida cotidiana solía usar piezas de vestido de estilo mudéjar. Ella y sus acompañantes se ponían camisas o alcandoras, labradas y bordadas o con adornos y guarniciones de pasamanería que solían representar letras árabes; utilizaba tocas de camino, llamadas almaizares o albaremes , que protegían la piel del viento y del sol; vestía quezotes, sayos moriscos, marlotas y almolafas —vestiduras talares para las diversas estaciones— y albornoces y capelares, mantos con sus capuchones, a modo de abrigo o sobretodo. Utilizaba calzas moras, cómoda babucha andalusí de aspecto ancho y arrugado, aparte de borceguíes y botas de marroquinería.
De marroquinería eran también las almohadas, cojines, guadamecíes de pared; parte de sus joyas, armas blancas y guarniciones de caballo era de origen granadino. Esto por no hablar de las comidas y de sus postres: buñuelos, mantecados, almojábanas, almendrados, polvorones, alfajores, alfeñiques, almíbares, torrijas, mazapanes y turrones, típicos dulces andalusíes. Y, por supuesto, asistía a torneos y fiestas en los que los caballeros de la Corte montaban caballos árabes a la jineta y utilizaban con destreza el arco y la lanza al estilo árabe.
Además, tuvo la percepción directa de las minorías mudéjares esparcidas por las poblaciones castellanas que ella frecuentaba:Madrigal, Arévalo, Medina del Campo, Ávila, Segovia, Valladolid.,. Allí escucharía su música, presenciaría sus fiestas, oiría a sus recitadores, conocería sus condiciones de vida y, progresivamente, se enteraría de su importancia económica.
Referencia:La Aventura de la Historia.

JUEGOS ROMANOS

entro de los diversos juegos que atraían la fama entre los aficionados y que llegaron a afición de las masas romanas, sin ninguna duda, fueron las carreras de carros. Por esa razón, el escenario de estos espectáculos, el circo, se convirtió en el mayor de los edificios de la arquitectura romana: el Circo Máximo, el más grande de todos ellos, daba cabida a 385.000 espectadores, frente a los 50.000 que podían llenar el Anfiteatro Flavio o Coliseo. Además, las carreras hípicas serían prácticamente las únicas en sobrevivir a la caída del Imperio romano de Occidente —en el año 476—, convirtiéndose en el juego preferido por las masas de Constantinopla y su heredera, Bizancio.
El auriga o cochero no tenía necesariamente la condición de esclavo que predominaba entre los gladiadores; hubo aurigas incluso que alcanzaron la cumbre de la fama entre los aficiondos y que llegaron a amasar verdadeas fortunas, Diocles,lusitano de origen se conviertió en el héroe de las carreras en los tiempo de Trajano y Adriano; su inscirición funeraria recuerda que obtuvo 1.462 victorias y las fuentes literarias hablan de los 35 millones de sestercios a que ascendía su fortuna personal. Otros se convirtieron en los favoritos del emperador de turno, como en el caso de los amigos de Calígula o el de Asiático el emperador Vitelio.La afición de los espectadores hacia las carreras en el circo les llevaba incluso a disfrazarse con uno de los cuatro colores factiones en que se dividían los aurigas y a tomar partido violentamente en los enfrentamientos que, en ocasiones, solían destacarse al término de la competición. Otras veces, la reunión de muchos partidarios de un color determinado se transformaba en una manifestación de carácter político o reivindicativo, como bien podían atestiguar los diversos funcionarios que fueron cesados tras una turbamulta en el hipódromo de Bizancio.