
¿Duermes, Rodrigo? - le preguntó.
- No duermo; pero ¿quién eres tú que tanta claridad difundes?
- Soy San Lázaro, el leproso quien has hecho tanto bien y en recompensa de ello cada vez que sientas un soplo como el de esta noche, sea señal de que llevarás a feliz remate las cosas que emprendas. Tu fama crecerá de día en día, te temerán moros y cristianos, serás invencible y morirás con honra”.
Rubén Darío se hizo eco en sus versos de esta leyenda:
“Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,
por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano,
le detiene un leproso.
Frente afrente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, el joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y ponzoña.
Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
‘Oh, Cid, una limosna” dice el precito. ‘Hermano,
te ofrezco la desnuda limosna de mi mano’
dice el Cid y quitándose su férrero guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.”(... El Cid obtiene una recompensa)
“Y fue al Cid y le dijo:’alma de amor y fuego,
por Jimena y por Dios un regalo te entrego;
esta rosa naciente y este fresco laurel’
Y el Cid sobre su yelmo las frescas hojas siente:
en su guante de fierro hay una flor naciente,
y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel."
(Rubén Darío, Cosas del Cid)