
Tal tentativa, al igual que en otros Estados europeos, no fue sino el punto de partida de sucesivos intentos que pretendieron introducir una fiscalidad moderna para incrementar los recursos de la Monarquía, principal fin del reformismo ilustrado. Y acabó quedando solamente en tentativa porque, ni en el XVIII ni a lo largo del XIX, los distintos Gobiernos se atrevieron a hacer frente de forma decidida a los tres problemas permanentes de la Hacienda española:una tributación insuficiente, un reparto injusto de la carga tributaria y una Administración precaria.
O, quizá, también puede atribuirse el fracaso a la falta una continuada voluntad política en pro de las clases sociales que sustentaban a dichos Gobiernos.De ahí que no pocas veces resulte difícil defender que el nuevo Estado liberal tuviera una configuración moderna, puesto que durante muchas décadas eludió aplicar medidas recaudatorias eficaces.