viernes, julio 18, 2008

MIGUEL HERNÁNDEZ

ació el 30 de octubre de 1910 en Orihuela (Alicante). Hijo de familia humilde, su niñez y adolescencia las pasó en la sierra oriolana ejerciendo el oficio de pastor. Durante unos años asistió a la Escuela del Ave María, donde estudia gramática, aritmética, geografía y religión, destacando por su extraordinario talento. A los quince años de edad tuvo que abandonar el colegio para volver a conducir cabras pero ya lo hace acompañado de los libros y poemas de Gabriel y Galán, Miró, Zorrilla, Rubén Darío. En 1930 comienza a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y en el diario El Día de Alicante. Su nombre comienza a sonar en revistas y diarios levantinos. En 1931 viajó a Madrid, donde conoce a Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, quienes tienen una visión menos sublimada de la existencia y determinan su abandono del catolicismo a un compromiso político de izquierda. El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le obliga a tomar una decisión. Hernández, sin dudar, la toma con entereza y entusiasmo por la República. Después de un viaje a Orihuela a despedirse de los suyos, se incorpora como voluntario en el 50 Regimiento. En plena guerra logra escapar brevemente a Orihuela para casarse el 9 de marzo de 1937 con Josefina Manresa. En la primavera de 1939 Miguel Hernández intenta cruzar la frontera portuguesa y es devuelto a las autoridades españolas. Así comienza su larga peregrinación por las cárceles de España. Con treinta y un años de edad una tuberculosis pulmonar acaba con su vida el 28 de marzo de 1942.A Miguel Hernández le tocó vivir la época más dramática de nuestra reciente historia y fue una víctima hasta puede decirse que emblemática de ese drama. También vivió sus grandes luces, el despertar de un pueblo, el esplendor de un pensamiento y el relámpago de un nuevo tiempo. El niño cabrero que se hace poeta y en el Madrid republicano deja atónitos y admirados a quienes ya eran grandes de las letras. Cuentan que fue de una llaneza proverbial, que su sencillez y sinceridad le precedían, que fue siempre un hombre digno. Tomo partido y sufrió con la derrota por ello. Su muerte en prisión sigue siendo hoy el mejor alegato contra aquella tragedia. En su deambular carcelario se topo un día con otro preso en el patio de la prisión madrileña de conde de Toreno. Se hicieron amigos. El otro era Antonio Buero Vallejo que por aquel entonces no escribía, sino pintaba, y en un cuaderno de dibujo que había conseguido, realizó apoyado en las rodillas el famoso retrato que del poeta figura en esta página.