miércoles, febrero 28, 2007

LA VIÑA, ¡QUE ARTE!

na vez más nos dirigimos al barrio de la Viña de Cádiz, buscamos por el entramado de calles que nos conducían a “ El Manteca”, teníamos la idea de introducirnos en uno de los lugares más típicos y representativos de ese Cádiz que tan sólo conocen los que tienen oído para oír e interpretar el “arte” que sus moradores agasajan a diario con las personas que deciden sumergirse en la ironía, el cante y sobre todo envolverse en un vendaval de socarronería.
La noche trascurría placenteramente, hasta que por arte de magia suena una guitarra y posteriormente, voces más o menos entonadas, acompañaban el cimbrear de las cuerdas, lanzando al aire, estribillos de las comparsas que fueron primeros premios en ediciones pasadas del carnaval de Cádiz, y entre coplilla y coplilla, la espontaneidad de los que permanecían abarloados a la barra de este santuario de la “guasa”.
El escenario era perfecto, sus interpretes los idóneos, la variedad de rostros, de gestos de de movimientos y de insinuaciones, eran lo suficientemente expresivas para empalmar una sonrisa con otra, sin descartar la carcajada que echaba el telón hasta la siguiente puesta en escena.
El aire, se volvió como un pentagrama que anotaba entre sus líneas, los problemas que acucian a Cádiz, pero estos parecen menos porque lo regaban con vino de la tierra y envolvían los lamentos con la gracia única que sólo las gentes de este barrio saben hacer.
De sobra es sabido que existen tratados de filosofía y con la rubrica de expertos que avalan esos manuales del comportamiento en las sociedades, pero si os puedo asegurar que la viña es un manual de filosofía que esta a pié de obra a lo largo de sus aceras, en el comportamiento de sus habitantes que tienen por bandera que el día a día, es lo que verdaderamente importa y que el “Carpe Diem”, es su consigna que les lleva a sobrevivir de una forma que pocos pueden entender si no eres de allí.
La precariedad, los atenaza, las fábricas amenazan cierres, el paro aumenta, pero su filosofía, les ha hecho ver que cuando no hay remedio, que cuando la adversidad les da las peores dentelladas, saben mitigar sus penas con los cantes del vaporcito del puerto que les remonta a épocas más prósperas, y sino, recurren a las alegrías de Cádiz, aunque esto pueda parecer un sarcasmo, pero siempre ha sido así, siempre sus canciones recorrieron sus calles, en épocas de la invasión francesa y durante el asedio o cuando los cadáveres se amontonaban en sus calles por la fiebres amarilla.
Disfrutamos de sus improvisaciones, de ese montaje en escena sin guión previo, de las conversaciones , de los piropos encubiertos a las damas que se encontraban en ese momento en el local, de la parodia fácil sin maldad y llevado hasta sus últimas consecuencias con una exquisitez digno de tener en cuenta. No se oyó aquella frase hecha en muchos locales públicos de” señores vamos a cerrar”, por supuesto que se cierra pero se continúa en su interior después de haber echado la tranca y para colmo encima, nos echan combustible para el camino con la invitación de la casa.
Señores, esto es La Viña, señores, esto es arte.
NELSON

MEDINA AZAHARA, LA CIUDAD PERDIDA

BDERRAMÁN III QUERÍA tener un palacio de recreo fuera de Córdoba, una especie de Escorial, en el que concentraría, a la vez, el lujo y la comodidad. Eligió las estribaciones de la sierra de Córdoba y en el 936 comenzaron las obras. Tardó 13 años en construir lo fundamental y 40 en rematar los detalles. Invirtió cerca de dos millones de dinares, es decir un tercio de las rentas de su Imperio, y empleó miles de obreros. Los ricos materiales, procedentes del Norte de Africa, el país de los francos y Bizancio fueron transportados por 16.000 mulos. Las columnas fueron traídas de Roma, Cartago, Túnez y Sfax. El resultado fue Medina Azahara, una maravilla admirada por viajeros y cronistas de todo el mundo.
La villa de recreo del califa disponía de palacios reales, una gran sala de recepciones, una mezquita, una vasta explanada destinada a paradas militares y unos jardines fastuosos. Con el tiempo, se ubicó allí una casa de la moneda. Un acueducto llevaba el agua desde la sierra.
Tan magnífico recinto estaba guarecido por unas sólidas fortificaciones, con grandes sillares de piedra. En la decoración interior, primaban las placas de mármol, con motivos florales y geométricos. El califa mandó adornar los patios de Medina Azahara con dos puentes enviados por el emperador de Constantinopla, uno de los cuales estaba construido en mármol verde, con 12 figuras de animales hechas de oro puro. El conjunto no podía ser más vistoso y espléndido.
Pero aquella nueva Babilonia también fue destruida. Los bereberes destrozaron Medina Azahara en el 1013. Los siglos y los despojos de distintos invasores fueron enterrando en el olvido la gloria de piedra y oro de la ciudad de recreo.., hasta que en el XIX, la piqueta de los arqueólogos comenzaron a rescatar de la niebla del tiempo la maravilla perdida.