
Los romanos, incapaces de aceptar su propia responsabilidad frente a los cartagineses, le atribuyeron luego intenciones perversas, como preparar, movido por el odio, una guerra de revancha. Pero sus motivos reales eran otros. La conquísta de Iberia habría de suplir la pérdida de Sicilia y Cerdeña tras la conclusión de la guerra en el 241 a.C., asegurando a Cartago el acceso a los recursos y riquezas que su anterior hegemonía marítima había garantizado hasta entonces.
Amílcar situó pronto bajo su dominio a los pueblos de la costa, íberos turdetanos, y algunos, de raigambre celta, ubicados más al interior. La resistencia fue menor en las zonas costeras, en contacto desde muy antiguo con los fenicios y púnicos. Luego, una coalición dirigida por dos jefes locales, Istolacio e Indortes, intentó detener su avance hacia Sierra Morena. Istolacio fue derrotado y murió en la batalla, tras la cual Amílcar incorporó a su ejército a los tres mil prisioneros que habían hecho los cartagineses. Indortes no corrió mejor suerte: sus guerreros fueron derrotados, antes incluso de entrar en combate, y muchos de ellos aniquilados por las tropas de Amílcar en la huida. El propio lndortes fue sometido a una muerte terrible: ceguera, tortura y crucifixión, normalmente reservado a los desertores.