viernes, octubre 06, 2006

ROGER DE FLOR,UN ADALID MÍTICO EN BARCELONA

L MÍTICO ADALID almogávar Roger de Flor no era catalán sino siciliano, e hijo de alemán e italiana, lo que no le impidió sentirse súbdito aragonés ni ponerse bajo la autoridad del condado de Barcelona, pues en aquella patria grande que fue la Europa medieval las fronteras regionales aún no habían hecho mella en la conciencia de las personas. Roger de Brindisi, que así se llamaba el caballero antes de adoptar el otro más heráldico, fue un hombre culto que dominaba el latín y el griego, tenia rentas patrimoniales en la isla de Malta y era vicealmirante de la flota siciliana cuando a finales del trescientos, el basileo de Bizancio pidió al rey de Sicilia que le defendiese del avance otomana. Federico III, el hermano discolo del rey Jaime de Aragón que gobernaba con autonomía la isla, no quería enviar tropas regulares, así que decidió que la ocasión era propicia para dar empleo a las numerosas partidas de almogávares catalano- aragoneses que tan destacado papel habían jugado desde 1282.Para los nuevos escenarios de su lucha -los restos del imperio bizantino, con Grecia incluida-, encontró un jefe adecuado, un hombre de espíritu caballeresco que vio en la empresa de Bizancio la puerta franca hacia la gloria.
POCO TIEMPO TARDÓ Roger de Flor en conseguir la meta que se había propuesto Era un camino arduo, pero el esforzado caudillo logró victorias fulminantes y la fama de la Gran Compañía se extendió por todo el orbe mediterráneo. Y aunque en principio la campaña no se inscribió en la política expansionista de la Corona de Aragón ni en la estrategia militar siciliana, lo que era mero compromiso hacia Bizancio, pronto se transformó en una de las aventuras históricas más sorprendentes y singulares del Medievo europeo. Roger acorraló a los turcos en el monte Tauros, a las puertas de Cilicia, y conquistó numerosas ciudades sin apenas resistencia.
Fue nombrado duque, almirante y más tarde césar. Pero su ambición le perdió y los consejos prudentes de su esposa, que conocía los ardides de la Corte de Bizancio, no fueron suficientes para disuadirle de acudir al banquete en el que el heredero Miguel le tendió una celada fatal.
Roger de Flor murió asesinado y su desaparición provocó la célebre y tenebrosa venganza catalana.
I.M.

SEVILLA SE RINDE ANTE EL BLOQUEO NAVAL DE BONIFAZ

FERNANDO III, REY DE CASTIILLA y LEÓN, le cuadraba divinamente ese refrán que dice: «A Dios rogando y con el mazo dando». Dios recibía sus ruegos; Los infieles, sus mazazos. Convirtió ambos gestos, especialmente el segundo, en la misión-obsesión de su vida.
Nacido en el año 1199, hijo de Alfonso IX y de doña Berenguela, unificó los reinos de Castilla y León. Y a continuación se aplicó al mencionado objetivo que había fijado como centro supremo de su existencia. Su lema era: «Darle fierro al infiel>, expeditivo método para devolver la tierra a los hijos de Cristo por el procedimiento de arrebatársela a los de Mahoma.
En el 1234 se puso concienzudamente a la tarea. Ese mismo año ocupó Úbeda. Luego, en 123 6, Andújar, Baeza y Córdoba. En 1243, Murcia. En 1246, Jaén y de momento empezó a pensar en Sevilla. Nada menos. Fernando la veía desde la fortaleza de Alcalá de Guadaira, que había tomado tras una serie de expediciones de saqueo por tierras de Carmona. Corría ya el año 1 247.
Sevilla se ahogaba porque las tropas de Fernando, con la espada o con la pluma de los pactos, tenían ya en su poder, además de Carmona y Alcalá de Guadaira, Lorea, Guillena, Gerena, Cantillana y Alcalá del Río. Entonces, Sevilla sólo respiraba por mar, a través del pulmón liquido que constituía el Guadalquivir. Pero las naves de la primera flota castellana, al mando del almirante Ramón de Bonifaz, bloquearon el río y le cortaron a la ciudad andaluza el riego sanguíneo.
Una vez caída Córdoba y dejando todavía a un lado Granada, Sevilla era un regalo para la cristiandad. Su conquista suponía un avance militar, político y psicológico de primer orden para los creyentes. Así que a sus golosas puertas se reunió lo más selecto de la nobleza castellana. Pero la ciudad resistió y, durante meses, se produjeron escaramuzas en las que ningún bando cobró ventaja. Sin embargo, el 3 de mayo de 1248, Bonifaz rompió el puente de barcas que unía Sevilla con Triana, a través del cual se abastecía la población.
Empezó el hambre. Y con ella, la auténtica debilidad de los defensores. Las sucesivas embajadas de notables musulmanes que, a espaldas de los jefes militares, se entrevistaron con Fernando para pactar las condiciones de rendición no encontraron en éste flexibilidad alguna. Rendición incondicional. Eso era todo.
No tardó mucho en llegar. El 23 de noviembre, el rey tomó el Alcázar y dio un plazo de un mes para que la población musulmana abandonara el resto de la ciudad. Puso a su disposición una serie de pequeñas naves. Pero la mayoría prefería pasar a las restantes tierras musulmanas de la Península. El 22 de diciembre de 1248, un mes después de la toma del Alcázar, la ciudad entregaba sus llaves al rey cristiano. Una conquista recíproca. Los vencedores, hijos de la austeridad castellana y la severidad religiosa, se quedaron prendados de la riqueza y, llamémosla, alegría de los monumentos y calles. Sevilla era otro mundo.
Su caída supuso un hito en el proceso de Reconquista. En cierto modo lo frenó porque impuso la necesidad de consolidar y organizar un gran y rico territorio: la Baja Andalucía. Fernando, que no era sólo un obseso de la guerra, se entregó a ello. Repartió las tierras entre las órdenes militares y eclesiásticas, entre los nobles y los plebeyos.
Lo hizo en forma de heredamientos y donamos. Los primeros se entregaron a los repobladores que sustituyeron a los moros expulsados. Los segundos a quienes, de una forma directa o indirecta, con las armas o el dinero, habían contribuido a la tarea. Y se preocupó especialmente del ordenamiento jurídico y de otros aspectos unificadores. Por ejemplo, la adopción de la dobla como moneda áurea en sustitución del maravedí, que permanecería en Castilla únicamente como moneda de cuenta.
Pero Fernando III, no abdicó del todo de sus entusiasmos guerreros. A pesar de que no se encontraba muy «católico» de salud, se le ocurrió llevar su cruzada a África, al mismo corazón del invasor. Así pretendía evitar nuevas invasiones musulmanas, como la de los almorávides o los almohades.
El rey Fernando ni siquiera pudo cruzar el Estrecho. Murió en su querida Sevilla e130 de mayo de 1252. Allí, en la capilla real de la Catedral, yace enterrado. Su hijo Alfonso, uno de sus 13 vástagos, frutos de sus dos matrimonios, heredó el trono a los 32 años. Pasará a la historia cón el nombre de Alfonso X «el Sabio». Su padre, paladín de.la cristiandad, fundador de las catedrales de Burgos y Toledo, así como de la Universidad de Salamanca, fue llamado ya para siempre «El Santo», tras su canonización en 1671 por parte del Papa Clemente X.Carlos Toro

LA BATALLA DE KULIKOVO

ASARÁ UNA GENERACIÓN y le sucederá la siguiente; nacerán vidas y acontecerán muertes, pero nadie en el glorioso pueblo de los mongoles podrá olvidar jamás a los guerreros que combatieron contra el príncipe Dmitri en el campo de Kulikovo.
Hasta el mismo momento antes de que comenzara el combate temí que los rusos eludieran el enfrentamiento. Una neblina espesa descendió sobre la llanura y durante un buen tiempo perdimos incluso la posibilidad de contemplar a nuestros adversarios (...) Pero cuando la duda se hacía más dolorosa comenzó a soplar un vientecillo y la niebla se disipó. Lo que entonces apareció ante nuestros ojos fueron los soldados extrañamente ataviados de DmitrL
Aquella visión no nos causó ningún temor. Parecían tan pocos, tan débiles, tan inferiores que sólo sirvió para encender en nuestros corazones un deseo incontenible de arremeter contra ellos y acabar cuanto antes con su intolerable osadía (...).
Sólo cuando las flechas clavadas en los cuerpos enemigos convirtieron el campo en un terreno similar a un trigal cubierto de espigas recibimos la orden de embestir. Las espadas mongolas fueron forjadas para golpear desde una montura, cayendo y cortando vidas a su paso con la misma fuerza que el rayo. En Kulikovo dejaron de manifiesto la sabiduría de aquéllos que las habían creado. Mientras sujetaba las riendas entre los dientes y guiaba mi caballo con el impulso de las piernas, fui deshaciendo los miembros y los cráneos de todos aquéllos que se cruzaban a mi paso. A lo lejos vislumbré a un joven de largas vestiduras grises. Sujetaba entre sus manos.la de un moribundo pero, de repente, la soltó, se puso en pie y se llevó 1a mano a la frente en la ejecución de lo que me pareció un gesto cuyo significado no lograba penetrar. Entonces sucedió algo inesperado. o/
De repente,pareció que el aire -el mismo que sirvió de puente a nuestras flechas tártaras ,se detenía. Los caballos separaron como si les faltara el aliento y,por un.instante, dio la impresión de que los hombres dejaban' su brega. En ese mismo momento --sería la novena hora- cambió la dirección del viento. Si hasta entonces parecía haber empujado a nuestros guerreros al encuentro del enemigo, ahora dio la impresión de que se alzaba como un muro que nos impedía acercarnos a ellos (...).
LO VI EN ESE MISMO INSTANTE. Montaba un caballo negro y en su cabalgada flotaba en el viento su capa de un color azul tan oscuro que casi parecía similar al de su montura. ¿Cuántos hombres lo seguían? No sabría decirlo. No eran muchos. Sin embargo, su irrupción en el campo resultó terrible (...). Sorprendido, contemplé cómo decapitaba de un solo tajo de su espada a dos de mis compañeros y cómo, a continuación, destrozaba el dispositivo con el que habíamos comenzado a cercar. a los hombres de Moscú.
(...) Estábamos tan seguros de nuestra victoria, era tan grande la convicción que nos embargaba de que aquel encuentro se zanjaría con nuestro triunfo que aquel ligero retroceso ocasionado por el hombre de la capa azul oscuro y sus secuaces nos sumió en el más profundo desconcierto. (...) Entonces, aquellos rusos comenzaron a herir los corceles que
montábamos. Con picas, espadas y cuchillas, los desjarretaban y despanzurraban y, una vez que habían derribado a nuestros jinetes, los remataban a golpes.
Mientras, miraba en torno mío, grité con la intención de reagrupar a rnis compañeros. Resultó inútil. (...) Piqué espuelas a micabapo con la intención de llegar hasta aquel joven vestido de ,gris y,por lo menos, destrozarle la cabeza cou:mi espada. No pude conseguirlo. Como si formaran una riada., los guerreros,que retrocedían me ernpujaron en la dirección opuesta.Apenas había reculado unos pasos cuándo descubrú que los rusos nos estaban empujando hacia el río..No tardamos mucho en llegar hasta la orilla y pronto pude contempIar como los nuestros se arrojaban al agua para intentar cruzar la, corriente y ponerse asalvo.(.. )
Entonces volví a vedo. Cojeaba jadeante mientras la sangre se le concentraba en el rostro proporcionándole un tinte rojizo. Esta vez -estaba decidido- .no se salvaría, como había acontecido unos momentos antes.
Extraje una flecha la última- de mi carcaj de cuero y la coloqué sobre el arco. Alcé el arma con cuidado y apunté con atencion. Podía ser el último muerto que ocasionara en mi vida y, por eso,deseaba asegurarme de no fallar. En ese mismo instante, mi cabeza se convirtio en un torbellino. Reconocí que aquel rostro no era otro que el del halcon que en sueños no había podido cazar. También era el del joven al que había clavado una flecha tan solo unos días antes...
Todo mi cuerpo se sintio invadido en ese instante por la sensacion de que no podría darle muerte jamás. Algo extraño -¿alguien quizá?-le otorgaba una proteccion que yo y mis armas éramos incapaces de quebrantar. Aterrado, dejé caer al suelo el arco. (...) Obligué a mi montura a girar sobre sí misma y galopar hacia el río. Ahora era urgente que me pusiera a salvo.
Fuentes:CésarVidal
Extracto de «El yugo de los tártaros» (SM)
LA BATALLA DE KULIKOVO
(Imagen, conmemoración del 625 años de la batalla de Kulikovo)

ACTA DE INSTALACION DE LAS CORTES GENERALES Y EXTRAORDINARAS




España. Consejo de Regencia

on Nicolás María de Sierra, Secretario de Estado y del Despacho universal de Gracia y Justicia, o interino de Hacienda y Marina, Notario mayor de los Reinos, etcétera, etcétera.
Digo: Que constituido en esta Real isla de León el Consejo de Regencia desde el día 22 del corriente a esperar el momento deseado de la instalación de las presentes extraordinarias Cortes generales, después de haber reiterado la convocatoria acordada ya, y circulada por la Junta Central; y prefijado para su apertura el presente día; habiendo hecho que precediera una solemnísima rogativa pública por tres días, para implorar del Padre de las luces las que exigen para el acierto los sublimes objetos de un Congreso, de que no hay ejemplar en los siglos que han antecedido, por la generalidad y universalidad de la representación nacional con que se ha procurado convocar y organizar; habiéndose dispuesto que para llenar en lo posible la que corresponde a las Provincias desgraciadamente ocupadas por el enemigo, se practicasen elecciones de Diputados suplentes entre los emigrados de ellas, presidiéndolas los primeros magistrados de la Nación; subsiguiéndose a esto el implorar de nuevo la inspiración divina por medio de la Misa del Espíritu Santo, que acordó el Consejo de Regencia, y debía celebrar de pontifical el Cardenal de Scala, Arzobispo de Toledo, en virtud de un Decreto formal del día de ayer con otros actos de religión análogos al intento; llegado ya el instante en que debía realizarse la instalación, se dispuso que congregados todos los señores Diputados de las Provincias libres y suplentes de las ocupadas, en el Real Palacio de la Regencia, saliesen formados con el Consejo Supremo, y se dirigiesen a la iglesia parroquial en esta Isla, donde había de celebrarse la Misa votiva del Espíritu Santo, cantarse antes o después el himno Veni Sancte Spiritus, y enseguida, precediendo una ligera insinuación exhortatoria, se hiciese por los señores Diputados y suplentes la profesión de la fe y el juramento que debían prestar.
Todo lo cual se preparó y ejecutó con el aparato majestuoso que requería el interés y sublimidad del objeto, habiéndose congregado en dicho Palacio y sala destinada para su recibo los señores:
-Don Benito Ramón de Hermida, Diputado por el Reino de Galicia;
-El Marqués de Villafranca, por el de Murcia;-
-Don Felipe Amat, por el principado de Cataluña;
-Don Antonio Oliveros, por la provincia de Extremadura;
-Don Ramón Pover, por la isla de Puerto Rico;
-Don Ramón Sans, por la ciudad de Barcelona;
-Don Juan Valle, por Cataluña;
-Don Plácido de Montoliu, por la ciudad de Tarragona;
-Don José Alonso y López, por la Junta superior de Galicia;
-Don José María Suárez de Rioboo, por la provincia de Santiago;
-Don José Cerero, por la de Cádiz;-Don Manuel Ros, por la de Santiago;
-Don Francisco Papiol, por Cataluña;
-Don Pedro María Ric, por la Junta superior de Aragón;
-Don Antonio Abadín y Guerra, por la provincia de Mondoñedo;
-Don Antonio Payán, por la de La Coruña;
-Don Juan Bernardo Quiroga, por la de Orense;
-Don José Ramón Becerra y Llamas, por la de Lugo;
-Don Pedro Ribera y Pardo, por la de Betanzos;
-Don Luis Rodríguez del Monte, por idem
-Don Antonio Vázquez de Parga, por la de Lugo;
-Don Manuel Varcárcel, por idem;
-Don Francisco Morrós, por Cataluña;
-Don José Vega y Sentmenat, por la ciudad de Cervera;
-Don Félix Aytés, por Cataluña;
-Don Ramón Urgés, por idem;
-Don Salvador Viñals, por idem
-Don Jaime Creus, por idem;
-Don Ramón de Lledós, por idem;
-Don José Antonio Castellarnau, por idem;
-Don Antonio María de Parga, por la provincia de Santiago;
-Don Francisco Pardo, por idem;
-Don Vicente Terrero, por la de Cádiz;
-Don Francisco María Riesco, por la Junta superior de Extremadura;
-Don Gregorio Laguna, por la ciudad de Badajoz;
-Don Vicente de Castro Lavandeyra, por la provincia de Santiago;
-Don Domingo García Quintana, por la de Lugo;
-Don Andrés Morales de los Ríos, por la ciudad de Cádiz;
-Don Antonio Llaneras, por la isla de Mallorca;
-Don Ramon Lázaro de Dou, por Cataluña;
-Don Alonso María de la Vera y Pantoja, por la ciudad de Mérida;
-Don Antonio Capmany, por Cataluña;
-Don Juan María Herrera, por Extremadura;
-Don Manuel María Martínez, por idem;
-Don Alfonso Núñez de Haro, por la provincia de Cuenca
-Don Pedro Antonio de Aguirre, por la Junta superior de Cádiz;
-Don Joaquín Tenreyro Montenegro, por la provincia de Santiago;
-Don Benito María Mosquera, por la ciudad de Tuy;
-Don Bernardo Martínez, por la provincia de Orense;
-Don Pedro Cortinas, por idem;
-Don Diego Muñoz Torrero, por la de Extremadura;
-Don Manuel Luján, por idem;
-Don Antonio Durán de Castro, por la de Tuy;
-Don Agustín Rodríguez Bahamonde, por idem;
-Don Francisco Calvet y Rivacoba, por la ciudad de Gerona;
-Don José Salvador López del Pan, por la ciudad de la Coruña;
-Don José María Couto, suplente por Nueva España;
-Don Francisco Munilla, suplente por idem;
-Don Andrés Savariego, suplente por idem;
-Don Salvador San Martín, suplente por idem;
-Don Octaviano Obregón, suplente por idem;
-Don Máximo Maldonado, suplente por idem;
-Don José María Gutiérrez de Terán, suplente por idem;
-Don Pedro Tagle, suplente por Filipinas;
-Don José Manuel Couto, suplente por idem;
-Don José Caicedo, suplente por el Virreinato de Santa Fe;
-Marqués de San Felipe y Santiago, suplente por la isla de Cuba;
-Don Joaquín Santa Cruz, suplente por idem;
-Marqués de Puñoenrostro, suplente por Santa Fe;
-Don José Mejía, suplente por idem;
-Don Dionisio Inca Yupangui, suplente por el Virreinato del Perú;
-Don Vicente Morales, suplente por idem;
-Don Ramón Feliu, suplente por idem;
-Don Antonio Suazo, suplente por idem
Don Joaquín Leyba, suplente por Chile;
-Don Miguel Riesco, suplente por idem;
-Don Francisco López Lisperguer, suplente por el Virreinato de Buenos Aires;
-Don Luis Velasco, suplente por idem;
-Don Manuel Rodrigo, suplente por idem;
-Don Andrés de Llano, suplente por Guatemala;
-Don Manuel de Llano, suplente por idem;
-Don José Álvarez de Toledo, suplente por la isla de Santo Domingo;
-Don Agustín Argüelles, suplente por el principado de Asturias;
-Don Rafael Manglano, suplente por la provincia de Toledo
-Don Antonio Vázquez de Aldana, suplente por la de Toro
-Manuel de Aróstegui, suplente por la de Álava
-Don Francisco Gutiérrez de la Huerta, suplente por la de Burgos;
-Don Juan Gallego, suplente por la de Zamora
-José Valcárcel, suplente por la de Salamanca;
-Don José Zorraquín, suplente por la de Madrid
-Don Manuel García Herreros, suplente por la de Soria
Don José de Cea, suplente por la de Córdoba
Don Juan Clímaco Quintano, suplente por la de Palencia;
-Don Jerónimo Ruiz, suplente por la de Segovia;
-Don Francisco de la Serna, suplente por la de Ávila
Don Francisco Eguía, suplente por el señorío de Vizcaya;
-Don Evaristo Pérez de Castro, suplente por la provincia de Valladolid;
-Don Domingo Dueñas, suplente por la de Granada;
-Don Francisco de Sales Rodríguez de Bárcena, suplente por la de Sevilla
Don Francisco Escudero, suplente por la de Navarra
Don Francisco González, suplente por la de Jaén;
-Don Esteban Palacios, suplente por la de Caracas;
-Don Fermín de Clemente, suplente por Caracas;
y,-Don Francisco Fernández Golfín, Diputado por Extremadura.
Salieron todos a las nueve y media en punto de esta mañana formados con el Consejo de Regencia, estando tendida toda la tropa de Casa Real y la del ejército acantonado, y dirigiéndose a la iglesia parroquial, se celebró por aquel Prelado la Misa, en la cual, después del Evangelio y de una breve y sencilla exhortación que hizo el Serenísimo señor Presidente don Pedro Quevedo, Obispo de Orense, se pronunció por mí por dos veces en alta voz la siguiente fórmula del juramento:
«¿Juráis la santa Religión Católica, Apostólica, Romana, sin admitir otra alguna en estos Reinos? ¿Juráis conservar en su integridad la Nación española, y no omitir medio para libertarla de sus injustos opresores? ¿Juráis conservar a nuestro muy amado Soberano el Señor Don Fernando VII todos sus dominios, y en su defecto a sus legítimos sucesores, y hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarlo del cautiverio y colocarlo en el Trono? ¿Juráis desempeñar fiel y legalmente el encargo que la Nación ha puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien de la Nación?»

Y habiendo respondido todos los señores Diputados: «Sí, juramos», pasaron de dos en dos a tocar el libro de los Santos Evangelios, y el señor Presidente, concluido este acto, dijo: «Si así lo hiciereis, Dios os lo premie; y si no, os lo demande».
Se siguió inmediatamente el himno Veni Sancte Spiritus y el Te Deum entonado con gravedad y solemnidad, y finalizada esta función, desde la iglesia bajo la misma formación caminaron a la sala de Cortes, y, habiendo ocupado sus lugares los Sres. Diputados y suplentes, y constituídose sobre el trono el Consejo de Regencia, dijo el señor Presidente un discurso muy enérgico, aunque breve, en que manifestando el estado de alteración, desorganización y de confusión del tiempo en que se instaló, y los obstáculos, al parecer invencibles, que presentaban entonces las circunstancias, para desempeñar dignamente y con los ventajosos efectos que se apetecían, un encargo tan grave y peligroso, concluyó dando el testimonio más irrefragable del patriotismo y sentimientos generosos del Consejo de Regencia, expresando que dejaba al más alto discernimiento y luces de las Cortes la elección y nombramiento de Presidente y Secretarios de aquel augusto Congreso. Con lo cual se finalizó el acto, quedaron instaladas las Cortes, y se retiró el Consejo de Regencia a su Palacio, habiéndose observado en todos estos actos la majestad y circunspección propia de la más noble, generosa y esforzada de las Naciones, y un regocijo y aplausos en el pueblo muy difíciles de explicarse.
De todo lo cual certifico como tal Notario mayor.
Real isla de León, 24 de septiembre de 1810.
NICOLÁS MARÍA DE SIERRA.
(Archivo del Congreso)