
partir de 1833 despertaron los periódicos políticos en España. Cada bandera partidista o facción poseía su diario. Aparecieron en toda ciudad más o menos importante. Eran la tribuna desde la que adoctrinar, hacer propaganda, criticar al adversario y organizar a los partidarios. El reinado isabelino contó con buenos y numerosos periódicos, que gozaron de gran libertad, aunque sufrieron en ocasiones censuras importantes. Entre los mejores diarios hay que destacar a los progresistas el
Eco del Comercio,
La Nación,
El Clamar Publico y
La Iberia; a los moderados
El Español, La Época y
El Contemporáneo; a los demócratas La Discusión,
El Pueblo y
La Democracia. Hubo revistas de calidad —la
Revista de Madrid—, periódicos de máxima difusión sin excesivo contenido político, como
La Corresponciencia de España o el
Diario de Barcelona; diarios ligados a una personalidad, como
El Pensamiento de la Nación, de Balmes, e incluso republicanos furibundos, como
El Huracán y
La Soberanía Nacional, y multitud de hojas volantes al estilo del
Eco de las barricadas. Se publicó también numerosa prensa satírico-política de calidad, como
Fray Gerundio, de Modesto Lafuente;
El Cascabel —con los dibujos de Ortego—, y Gil Blas, de Manuel de Palacio, parodiando a la Corona, su entorno, los partidos políticos y a los españoles en general.