martes, julio 22, 2008

EL BANCO

aminaba con la necesidad de tomar el aire suficiente para desvanecer la angustia que me había producido unos dias de desasosiego y de impotencia antes unos hechos que dificilmente yo, podría dar solución.
Parecia que todo se resumía al azar, como si de una loteria se tratase, una bolita sacada del bombo, era lo suficiente para marcar el destino de las personas, vales o no vales, o simplemente te tendrías que acomodar a esperar nuevas opotunidades.
Mis pasos, sin querer, me dirigieron hacia un parque, tomé asiento en un banco a la sombra de unas pergolas de madreselvas, intentando encontrar el equilibrio suficiente para sobreponerme a la debacle, al sin sentido ,y sobre todo, a repetirme hasta la saciedad,¡otra vez será!.
Muchas veces he pasado por ese banco que me dió asilo en momentos difíciles, muchas veces me repetí que volvería con todos los honores a celebrar lo que hoy se me negaba, muchas veces, pensé que ese momento llegaría a ese mar cubierto de unos ojos de mar azul, de un color mucho más limpio que el que entonces apesadubrama mi mente.
Hoy, el mar me abrió sus brazos, el cava, se posó sobre sus maderas carcomidas y se desvaneció la tormenta que sobre mi espíritu me atenazaba.
Gracias, por compartir momentos inolvidables, gracias por entender lo que otras personas carentes de sensibilidad, no son capaces de captar, ni de saber dar el sentido que merece a algo que tanto me marcaba.
Anónimo

EL RASTRO, TODO SE VENDE Y COMPRA

l barrio del Rastro, articulado en torno a la Ribera de Curtidores, comenzó a conocerse con tal nombre a finales del siglo xv, en los albores de la Edad Moderna. Era por entonces una zona de arrabal, un espacio apropiado para mataderos de animales y curtidurías de pieles, actividades ambas que alejaban a la población acomodada por los fuertes olores que despedían. De ser cierta la tradición popular, el nombre del barrio procede de los rastros de sangre que dejaban las reses tras ser degolladas.Pero, a despecho de su sangriento origen, el Rastro pronto comenzó a agrupar una importante actividad comercial de reventa de artículos usados. Eran los ropavejeros, los vendedores de ropa de segunda mano, quienes encontraban en los trabajadores de las curtidurías una clientela adecuada para sus mercancías. Poco a poco los comercios fueron ampliando su espectro. En el siglo XVII, a la ropa y los productos de cuero se sumaron los derivados del sebo (velas y cirios) y, a finales del XVIII, las tahonas y los comercios de quincalla. El Rastro seguía creciendo al ritmo en que lo hacía la propia ciudad de Madrid, lo que obligó al Concejo a ordenar el cierre de las tenerías para evitarla contaminación del Manzanares. La orden propició la llegada de nuevos negocios: chamarilerías, almonedas, anticuarios, muebles o libros antiguos.
Referencia.-La corte de Carlos IV.Editorial Planea.El Mundo