viernes, octubre 12, 2007

BANDIDAJE EN EL CAMINO

Entre las molestias, fatigas y temores del viaje del peregrino, ocupa un lugar especial el encuentro con la montaña, cuya soledad, a veces nevada, cuyo aspecto descomunal y amenazador aterrorizaban a los hombres de la Edad Media.
Los peregrinos caminaban tan atemorizados por los peligros naturales como por los humanos: estrechos valles, paisajes ásperos y rocosos, precipicios, posibles avalanchas, pasos cubiertos por un manto de nieve, bosques impenetrables, lobos omnipresentes y para acabarlo de arreglar, posibles asaltos de bandidos, emboscados en lugares impracticables y desérticos.
En uno de los estribillos de la Chanson de Roland se describen así los paisajes que rodean Roncesvalles: “los montes son altos, los valles agrestes, tenebrosas las rocas y siniestras las gargantas”.La presencia de bosques intrincadísimos y densos convierte a las montañas en lugares particularmente adaptados a las asechanzas de los bandidos que, normalmente, tendían sus celadas en lugares que las guías de peregrino calificaban como “malos pasos”. Son sitios solitarios, gargantas y estrechos valles que el peregrino debe atravesar por necesidad. Esto es lo que ocurre en el Apenino italiano, en las montañas francesas del Aubrac y en los montes de Oca, entre Belorado y Burgos, uno de las zonas con peor fama del Camino.
El inesperado asalto, cuyo objetivo era el robo, a veces terminaba con la muerte del infeliz, que viajaba con la permanente inquietud de que le arrebatasen el dinero necesario para los gastos del viaje, que llevaba cosido en la espalda de su camisa o en el fondo de la bolsa,de explotar a los peregrinos” o bien, por recordar sólo otro testimonio, el de Antonio de Lalaing, quien señala la existencia de una mina de azabache cerca de León, por lo cual hacen mucho dinero con los rosarios de Santiago que allí fabrican; la mayor parte de los que compran los peregrinos de Santiago se hacen en León”.