martes, noviembre 07, 2006

CÁDIZ 1812:GERMEN PRECOZ DE NUESTRA DEMOCRACIA

spaña dio un paso de gigante al otorgarse una Constitución, nacida de una insurrección popular y sustentada en ideales patrióticos y reformistas. Era el germen de la democracia y la cristalizacíon de liberalismo.
LA TEMPRANA PRESENCIA DE ESPAÑA en la Historia del Constitucionalismo (el quinto país del mundo que se otorga una constitución escrita) es el fruto de la irrupción de un poder constituyente, de base popular, pero sólo se explica por los esfuerzos de la centuria anterior, el Siglo de las Luces, para superar la decadencia y acceder a la modernidad. Los españoles se enfrentan a la invasión napoleónica y al sometimiento del poder central con formas espontáneas de organización politica, cuya dispersión no es obstáculo para coincidir en la defensa común y en la recomposición de la unidad. La insurrección popular aglutina dos sectores bien diferentes: el tradicionalista, predominante en el ámbito rural, bajo la influencia del clero, y el de la intelectualidad burguesa de ideas avanzadas. Pese a tales diferencias, la constitución de la monarquía fue posible porque, después de los profundos cambios del siglo XVIII, ni los más proclives a la defensa del Antiguo Régimen desconocían la necesidad de reformas, ni los más liberales renunciaron a preservar ciertos principios.
Las Juntas Provinciales, que habían recogido el poder abandonado, configurándolo en formas diversas, lo pusieron en manos de una Junta Suprema Central, que, el 25 de septiembre de 1808, formaron en Aranjuez 35 miembros representantes de las Provinciales (uno por la de Canarias y dos por cada una de las restantes), bajo la presidencia del ya octogenario Floridablanca. Renunciando al concepto tradicional de estamentos, el 1 de enero de 1810 la Junta Central, instalada ya en la Isla del León —hoy San Fernando-, aprueba el Decreto de Convocatoria para la constitución de una Cámara de carácter único, que debía elaborar y aprobar una Ley Fundamental y estaría formada por representantes de la nación, incluidas las colonias de ultramar. Para la designación de diputados, la convocatoria establecía un sistema electoral de tercer grado y de carácter censitario. La Junta decidió disolverse entonces y designar un Consejo Supremo de Regencia, que quiso desconocer la convocatoria, pero terminó respetándola. La impropiamente llamada Constitución de Bayona fue determinante en la rapidez con que se sucedieron las decisiones posteriores, por la convicción de que había que disponer de un texto constitucional frente al otorgado por Napoleón en 1808. Las circunstancias dificultaban y en algunos casos impedían el desarrollo del proceso electoral, por lo que fue necesario cubrir las ausencias y retrasos con suplentes que, designados entre las minorías más inconformistas concentradas en el reducto sitiado, serían decisivos en la conformación de la mayoría liberal, luego debilitada con la incorporación de los titulares.
Las Cortes de Cádiz se constituyeron el 24 de septiembre de 1810, en la Isla del León, con 296 de los 300 diputados previstos, 220 por la Península y 80 por las provincias ultramarinas. La mayor parte procedían de las capas medias burguesas: eclesiásticos (90), abogados (56), funcionarios (49), militares (39) y catedráticos de Universidad (15). La presencia de la alta nobleza y de las capas populares fue insignificante. A pesar de que los eclesiásticos copaban casi un tercio de la Cámara, nunca actuaron con carácter estamental. Por el contrario, se enfrentaron en radical antagonismo, alineándose unos con los liberales, entre cuyas figuras más eminentes 4 destaca el diputado por Badajoz Muñoz Torrero, y otros, como el obispo de Orense, Pedro de Quevedo, con los más irreductibles inmovilistas.
Anticipando el cambio, el contenido del discurso inaugural, que pronunció Muñoz Torrero, fue votado en forma de ley (ahora se podría equiparar a la Ley para la Reforma Politíca de 1977) que reconocía a Fernando VII como único rey legítimo, atribuía a los diputados reunidos en Cortes la representación de la nación y la soberanía nacional, establecía la separación de poderes y otorgaba inviolabilidad a los diputados. Hay que añadir otras leyes que, desde el primer momento y paralelamente al debate constitucional, fueron aprobando las Cortes para suprimir los señoríos jurisdiccionales, el Tribunal de la Inquisición, los gremios y ciertos privilegios de estamentos. También se estableció por ley la libertad de imprenta y la competencia de las Cortes para aprobar el presupuesto del Estado, anticipando, con todo ello, la vigencia del nuevo régimen. En diciembre de 1810 fue designada la Comisión encargada de redactar el proyecto de Constitución, que comenzó a debatirse, ya en la ciudad de Cádiz, en agosto de 1811 y fue promulgada el 19 demarzo de 1812.Los precedentes, notorios, son diversos. La influencia del primer constitucionalismo revolucionario francés no impide afirmar que la Constitución de Cádiz sólo aceptó a beneficio de inventario la francesa de 1 791. La mayor parte de los liberales españoles preferían la organización política inglesa, con su contrapeso de poderes, y la protección de la libertad desde un enfoque individual. Es cierto que no consiguieron imponer el sistema bicameral ni matizar la separación de poderes para hacerla más viable. Pero no puede negarse el impacto del pensamiento liberal inglés ni, más concretamente, el de las Sugerencias sobre las Cortes, que había escrito Lord Holland y había traducido Toreno, quien, valga como ejemplo, apoyó su defensa de la abolición de los gremios en argumentos de Adam Smith.
TAMBIÉN ESTUVO presente el espíritu de la Constitución americana que, fruto de una revolución más política que social sitúa en primer plano la protección contra los abusos de poder.Finalmente, es notoria la expresa reindivicación de nuestro pensamiento político clásico y de "la antigua y venerable Constitución de España", defendida por Jovellanos, el adalid de la moderación y de la concordia en las Cortes de Cádiz, y asumida por los liberales para "restablecer las leyes que habían convertido a nuestros antepasados en hombres libres".
Los fundamentos del nuevo régimen constitucional y del ideario del primer liberalismo español están contenidos en el discurso de Agustin argüelles, que precede a la extensa Contitución de 1812, cuyos 384 artículos, agrupados en diez títulos, tienen un claro predominio de normas orgánicas. Más de 300 artículos están dedicados a las Cortes, el rey y sus secretarios de Estado, la administración de Justicia, las diputaciones y los ayuntamientos.Partiendo de una estricta separación de poderes, se instaura la elegibilidad de los ayuntamientos, se establece el sufragio universal y se suprime el mandato operativo, importante innovación que atruibuye a los diputados la representación de la nación. Se garantiza la igualdad de todos los españoles ante la Ley, sin exclusiones ni privilegios, y se asegura la distribución equitativa de los gastos del Estado, estableciendo una caja única y una fiscalidad común.
Se reconoce, además, la libertad de contratación y la libre disposición de la propiedad privada, suprimiendo mayorazgos y vinculaciones. Se configura un Estado unitario, del que desaparecen aduanas interiores y viejos fueros territoriales, anteponiendo los derechos de los españoles a los históricos de cada reino. La proclamación de Argüelles («formamos una Nación y no un agregado de naciones»), apenas suscitó más polémica que la originada por la implantación del modelo departamental francés.
SE INTRODUCE EL SERVICIO MILITAR obligatorio y se encomienda a la Milicia Nacional la defensa de la Constitución. Se instituye la primera enseñanza, al alcance de todos. Tampoco falta, aunque se haga de forma dispersa, el reconocimiento de ciertos derechos individuales, garantías procesales, inviolabilidad del domicilio, con innovaciones tan importantes como la libertad de imprenta, primera formulación de la libertad de expresión. En el debate de esta última, apenas un mes después de constituidas las Cortes, se perifila la agrupación de diputados por tendencias: la mayoría que defendió la propuesta conforme el grupo de los liberales, utilizando por primera vez el término en sentido político, y atribuyó a la oposición el poco grato apelativo de serviles.
Con la vuelta de Fernando VII y el apoyo de casi un tercio de los diputados, partidarios de acabar con el proceso de reformas liberales, la Constitución fue derogada el 10 de marzo de 1814, sin que el aislamiento de Cádiz y las circunstancias de la guerra hubieran permitido apenas comenzar a aplicarla.Se repiten insistentementelos intentos de restablecerla(acaso se deba destacar el de Díaz Porlier) hasta que,al fin,el 10 de marzo de 1820, tras el pronunciamiento de Riego, se inicia el trienio liberal, en el que se desarrolla, con moderación, pero con notable eficacia, el régimen instituido en Cádiz. La hostilidad de Europa toma cuerpo en el congreso de Verona(1822) que condena el principio representativo, como incompatible con la monarquía, y encomienda a Francia la tarea de destruir la revolución en España y Portugal. Consumada la nueva invasión por los cien mil hijos de San Luis, el 1 de octubre de 1823 se inica la década omniosa, a la que siguió El Estatuto Real de 1834 y un efímero restablecimiento de la Constitución liberal de 1836.
No llegó a seis años, en tres períodos discontínuos, la difícil andadura de la Constitución de Cádiz, segada por la irreductibilidad de algunas de las diferencias que dividian a la nación y, especialmente, como se lamentaba Quintana en carta a Lord Hofland, por «la repugnancia invencible que el rey sentía por el gobierno constitucional y su disposición siempre constante a cooperar con cuantos tratasen de destruirlo».
A pesar de todo, allí estaba el germen precoz de nuestra democracia, cristalización del liberalismo español, y en buena medida del europeo que, convertido en símbolo mítico, deja una profunda huella en la Historia de nuestro constitucionalismo y extiende su influencia por toda Europa y por las nuevas naciones de la América Hispana.
Gabriel Cisneros

PRIMER ATENTADO CON BOMBA-LAPA

apoleón salvó la vida por dos segundos, el 24 de diciembre de 1800,cuando, al paso de su carroza, estalló una carreta que tenía amarrado un barril de pólvora. El atentado se saldó con 20 muertos.
EL 24 DE DICIEMBRE DE 1800, la Ópera daba una representación de La Creación de Haydn y Bonaparte anunció que estaría presente, junto con toda su casa, en este magnífico oratorio. Yo estaba de servicio, pero, como el primer cónsul iba a asistir a la ópera, supe que no sería de necesidad en el castillo y decidí, por mi cuenta, acudir al teatro Feydeau, ocupando el palco que madame Bonaparte nos autorizaba y que se hallaba situado debajo del suyo. Cuando la comitiva llegó a la mitad de la calle Nicaise, la escolta que precedía el carruaje encontró el camino obstruido por una carreta, que parecía haber quedado abandonada, y en la que se halló un barril fuertemente amarrado con cuerdas. El jefe de la escolta ordenó que se apartara la carreta a un lado de la calle, y el cochero del primer cónsul azuzó vigorosamente los caballos que salieron disparados como el rayo.
Apenas habían transcurrido dos segundos cuando el barril que había en la carreta estalló ocasionando una terrible explosión. Ninguno de los escoltas del primer cónsul murió, pero varios resultaron heridos; y las pérdidas ocasionadas a los vecinos de la calle y a los transeúntes que se hallaban cerca de la horrible máquina fueron mucho mayores. Más de veinte resultaron muertos y más de sesenta seriamente heridos.
Todas las ventanas de las Tullerías se rompieron y muchas casas se vinieron abajo. La totalidad de las de la rue Nicaise e incluso algunas otras sufrieron graves daños. Los cristales del carruaje del primer cónsul quedaron convertidos en añicos.
Napoleón se salvó por los pelos. Si el cochero del primer cónsul hubiera conducido con menos rapidez, todo habría acabado para su sueño. (...)
El primer cónsul entró en la ópera, donde fue recibido con aclamaciones tumultuosas, contrastando la inmovilidad de su rostro con la palidez y la agitación del de madame Bonaparte, que había temido no tanto por sí misma como por él.
DESPUÉS DE ESTA LAMENTABLE CATÁSTROFE que tanto pesar produjo en Francia y tanto luto en muchas familias, toda la Policía se movilizó en la búsqueda de los autores de la conspiración. Ni siquiera el nombre del más humilde de sus sirvientes se vio mezclado en conspiraciones criminales contra una vida que era considerada tan valiosa y gloriosa.
El ministro de Policía sospechaba que los realistas habían llevado a cabo este atentado, pero el primer cónsul lo atribuyó a los jacobinos, porque ya eran culpables, según él, de crímenes igualmente odiosos.
Se detuvo a 130 hombres de entre los más destacados de este partido, sobre la base de la mera sospecha, y sin ningún tipo de juicio. Ahora es sabido que el descubrimiento, proceso y ejecución de St. Régent y de Carbon, los verdaderos criminales, demostraron que las conjeturas del ministro eran más exactas que las del jefe de Estado.
El 4 de Nivoso, al mediodía, el primer cónsul celebró una gran revista en la plaza de Carrousel, donde se reunió una muchedumbre innumerable de ciudadanos para verle y también para darle testimonio de afecto por su persona.Por aquel entonces, el primer cónsul era amado no sólo por sus hechos militares, sino todavía más por la esperanza de paz que había proporcionado a Francia, una esperanza que iba a materializarse muy pronto.

CONSEJOS PARA LIBRARSE DE LA MILI

uando el servicio militar sólo era el prolegómeno de una guerra donde miles de jóvenes morían a diario, lo normal era buscar excusas para no ir.
FORMAR PARTE DEL EJÉRCITO ERA DURO. Conocer el mundo a costa de largas y extenuantes marchas, no volver a ver a la familia y a los seres queridos en lustros e, incluso, perder la vida era lo único que ofrecían las filas napoleónicas. Por eso, el ingenio de muchos jóvenes se agudizó, buscando maneras de librarse del reclutamiento. De esta forma, se consumaron muchos matrimonios prematuros. Casarse era una solución fácil, si se tenía novia no había que darle muchas vueltas y si, por el contrario, uno se encontraba «soltero y sin compromiso», siempre podía recurrir a sus encantos para tratar de conquistar a una solterona o una viuda. Y, aunque parezca mentira, todavía hoy existen muchos registros matrimoniales en los que figuran enlaces llevados por muchachos de 20 años y señoras de más 60. A propósito de registros, hay que decir que en los censos fechados en las épocas en las que se llevaban a cabo las levas militares se puede detectar un considerable aumento de la natalidad. Y los recién nacidos también suponían un «pasaporte» para la excedencia.
Entre estas causas «provocadas» para librarse de la guerra, existían otras más dolorosas, como la automutilación. Así, muchos de estos «insumisos» procedieron a cortarse los dedos índice de las manos o a arrancarse todos los dientes de la boca. ¿El motivo? Sin el dedo índice no se podía disparar el fusil, arma que en esta época cobra especial importancia y, sin los dientes, resultaba imposible preparar los cartuchos de pólvora. Pero las autoridades no tardaron en darse cuenta del embuste y, de esta forma, muchos tullidos por voluntad propia fueron destinados a los cuerpos auxiliares, es decir, no se libraron de la guerra.
Con el sistema de reclutamiento impuesto por Napoleón, tras las levas se procedía a realizar un sorteo en el que se determinaban los excedentes de cupo. Generalmente no sobraba mucha gente y, por eso, era vital obtener un número muy alto en esta especie de rifa militar, ya que así uno se aseguraba dicha excedencia. Pero esto no siempre resultaba y eran realmente muy pocos los que conseguían librarse gracias a la suerte. Por eso, muchos optaron por comprarla, obteniendo números altos gracias a los sobomos.Y es que el dinero podía asegurar el no ir a la guerra. De este modo, un método «legal» para librarse era el denominado «reemplazo». Este sistema, que estaba sólo al alcance de los más pudientes, consistía en que el rico en cuestión, que previamente había sido reclutado, mandaba a la guerra a un sustituto al que, por sus servicios, había pagado una gran cantidad de dinero.
Si todo lo anterior resultaba inútil y al joven no le quedaba más remedio que ir a la guerra, todavía podía desertar. Si era descubierto y no moría fusilado tras ser encontrado traidor en el pertinente consejo de guerra, el joven insumiso tendría que soportar durante toda su vida el estigma de cobarde. Pero a fin de cuentas, tal y como reza el dicho, «las tumbas están llenas de valientes».