FORMAR PARTE DEL EJÉRCITO ERA DURO. Conocer el mundo a costa de largas y extenuantes marchas, no volver a ver a la familia y a los seres queridos en lustros e, incluso, perder la vida era lo único que ofrecían las filas napoleónicas. Por eso, el ingenio de muchos jóvenes se agudizó, buscando maneras de librarse del reclutamiento. De esta forma, se consumaron muchos matrimonios prematuros. Casarse era una solución fácil, si se tenía novia no había que darle muchas vueltas y si, por el contrario, uno se encontraba «soltero y sin compromiso», siempre podía recurrir a sus encantos para tratar de conquistar a una solterona o una viuda. Y, aunque parezca mentira, todavía hoy existen muchos registros matrimoniales en los que figuran enlaces llevados por muchachos de 20 años y señoras de más 60. A propósito de registros, hay que decir que en los censos fechados en las épocas en las que se llevaban a cabo las levas militares se puede detectar un considerable aumento de la natalidad. Y los recién nacidos también suponían un «pasaporte» para la excedencia.
Entre estas causas «provocadas» para librarse de la guerra, existían otras más dolorosas, como la automutilación. Así, muchos de estos «insumisos» procedieron a cortarse los dedos índice de las manos o a arrancarse todos los dientes de la boca. ¿El motivo? Sin el dedo índice no se podía disparar el fusil, arma que en esta época cobra especial importancia y, sin los dientes, resultaba imposible preparar los cartuchos de pólvora. Pero las autoridades no tardaron en darse cuenta del embuste y, de esta forma, muchos tullidos por voluntad propia fueron destinados a los cuerpos auxiliares, es decir, no se libraron de la guerra.
Con el sistema de reclutamiento impuesto por Napoleón, tras las levas se procedía a realizar un sorteo en el que se determinaban los excedentes de cupo. Generalmente no sobraba mucha gente y, por eso, era vital obtener un número muy alto en esta especie de rifa militar, ya que así uno se aseguraba dicha excedencia. Pero esto no siempre resultaba y eran realmente muy pocos los que conseguían librarse gracias a la suerte. Por eso, muchos optaron por comprarla, obteniendo números altos gracias a los sobomos.Y es que el dinero podía asegurar el no ir a la guerra. De este modo, un método «legal» para librarse era el denominado «reemplazo». Este sistema, que estaba sólo al alcance de los más pudientes, consistía en que el rico en cuestión, que previamente había sido reclutado, mandaba a la guerra a un sustituto al que, por sus servicios, había pagado una gran cantidad de dinero.
Si todo lo anterior resultaba inútil y al joven no le quedaba más remedio que ir a la guerra, todavía podía desertar. Si era descubierto y no moría fusilado tras ser encontrado traidor en el pertinente consejo de guerra, el joven insumiso tendría que soportar durante toda su vida el estigma de cobarde. Pero a fin de cuentas, tal y como reza el dicho, «las tumbas están llenas de valientes».
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