
Se trataba de una unidad especial, ligada directamente al rey, y compuesta por 10.000 hombres, que por su Preparación militar, su disciplina y su imponente parafernalia solía ir en vanguardia de las tropas. Se llamaban inmortales porque cuando uno de ellos caía en combate o causaba baja por enfermedad, era automáticamente sustituido por otro. De suerte que nunca eran ni más ni menos que diez mil.
En principio, era un cuerpo de infantería. Pero según diversas fuentes, también tenían unidades de caballería. Herodoto llega a hablar de "lanceros" y también de "arqueros". En algunas épocas se cree que pudo haber hasta diez regimientos de inmortales. Blandian astas cortas, saetas de caña, arcos grandes y de una correa colgaban afilados puñales.
Lo cierto es que se trataba de una fuerza de choque que permaneció invicta durante mucho tiempo. En Maratón mordieron por primera vez el polvo. Posteriormente, Alejandro Magno los derrotaría en la batalla de Granico y su leyenda comenzó a apagarse.
Como siempre que se habla de guerra psicológica, tan importante como la bravura de los combatientes o sus armas, era su porte externo, destinado a amedrentar a sus enemigos. La indumentaria y la impedimenta de los inmortales era vistosa y espectacular, acorde con su categoría y su fama casi legendaria. Según Jenofonte, los diez mil que sirvieron al rey Ciro llevaban cascos, espinilleras y escudos de bronce junto con túnicas de color carmesí. Herodoto cuenta que cubrían sus cabezas con unas tiaras de lana, y que ceñían sus cuerpos con unas túnicas de mangas irisadas que formaban un coselete de escamas de hierro «parecidas a las del pescado».
Los inmortales siempre eran precedidos por una comitiva de lujosas carrozas donde viajaban sus concubinas y gran compañía de criados ataviados de vistosas levitas. Una cohorte de camellos portaba sus bastimentos, separados de las vituallas del ejercito. Mil de los inmortales cerraban el grueso del cuerpo militar, y las puntas de sus lanzas portaban granadas de oro en vez de puntas de hierro. Las armas de los restantes soldados—nunca inferiores a nueve mil homres las llevaban de plata.Javier Caballero