lunes, noviembre 13, 2006

LOS BRITÁNICOS SE ENSAÑAN CON LOS ZULUES

caudillados por Shaka, que los convirtió en un pueblo fuerte y poderoso, los zulúes ocupaban el sur de África a mediados del siglo XIX. Paradójicamente, la desaparición de ese imperio iba a ser una señal de la capacidad de expansión del Imperio Británico.

CUANDO, EN 1879, LA FUERZAS BRITÁNICAS se adentraron en Zululand para aniquilar a los ejércitos zulúes del rey Cethswayo, distaban mucho de iniciar una aventura colonial como la que llevaron a cabo los italianos en Adoua o los alemanes en Samoa. Se podía decir que su imperio era el más sólido de la época, pero también el que llevaba un período mayor de expansión ininterrumpida. En un sentido estricto, ésta se había iniciado a mediados del siglo XVI cuando la muy frágil —dinástica y politicamente— Inglaterra buscó una salida a la asfixia que podían imponerle españoles, franceses y holandeses mediante el establecimiento de una serie de colonias ultramarinas en América del Norte. Paradójicamente, fue la búsqueda de la libertad de conciencia el mayor acicate para que los ingleses se trasladaran al otro lado del océano y durante el siglo XVII la expansión colonial se escribió con los renglones predestinados del puritanismo. Presbiterianos y cuáqueros establecieron las bases de lo que luego sería Estados Unidos. y el puritano Cromwell asestó un golpe mortal a la marina holandesa del que no llegaría a reponerse nunca.
A comienzos del siglo XVIII, el Imperio Británico experimentó un extraordinario despegue. No sólo controlaba posiciones estratégicas de gran importancia, como Gibraltar y Menorca, sino que con el paso de las décadas se convirtió en la potencia colonial en la India y el Canadá tras vencer a los ejércitos franceses.
Ciertamente, el Imperio sufrió un golpe considerable cuando, durante el reinado de Jorge III, perdió las colonias de América del Norte conocidas a partir de entonces como Estados Unidos pero, desde la derrota de Napoleón en 18 15, el Imperio Británico experimentó un proceso de expansión sin precedentes e, igual que había sucedido con el imperio español, en este crecimiento se unieron razones económicas —fundamentalmente, la obtención de materias primas y mercados para sus manufacturas— e idealistas. De hecho, Gran Bretaña iba a convertirse en el terror de los tratantes de esclavos en todos los continentes y acabó consiguiendo, siquiera formalmente, la eliminación de este tráfico en todo el orbe.El reinado de Victoria I estuvo marcado precisamente por las contradicciones de estas visiones que abogaban tanto por la expansión como por los altos ideales.
Los resultados fueron, por ello, bien diversos, incluyendo desde la postura abandonista del liberal Gladstoni, que concluyó con la muerte de Gordon en la plaza sudanesa de Jartum, a la expansionismo, de Disraeli. Acabó imponiéndose esta última y, para la década de los setenta, era obvio que Gran Bretaña no sólo se iba a mantener en la India, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y un rosario de bases militares, que lo mismo se enclavaban en China que en territorio español o hispanoamericano, sino que ademas buscaba ampliar su expan.sión en Africa. De hecho, durante los años 1876-8, se habían producido en el sur de África una serie de guerras nativas cuya finalidad era contener el avance de los bóers sobre territorio indígena.
Los bóers eran descendientes de calvinistas holandeses y franceses que se habían asentado desde el siglo XVII en Suráfrica. Su asentamiento en el continente había transcurrido, en términos generales, sin problemas hasta la llegada de los británicos a mediados del siglo XIX. Deseando conservar su independencia, los bóers se adentraron en el continente y comenzaron a chocar con poblaciones como la de los zulúes, que habían experimentado una extraordinaria expansión en las décadas anteriores.El descubrimiento de minas de diamantes en Suráfrica despertó también la codicia de algunos funcionarios y hombres de negocios procedentes de Gran Bretaña. Sir Theophilus Shepstone, un funcionario ansioso de crear una confederación surafricana que sometiera a los bóers al dominio británico con el pretexto de protegerlos de los indígenas, y Sir Barde Frere, el nuevo gobernador de Ciudad del Cabo, se dedicaron entonces a idear la manera de extender el dominio de la Union Jack en zonas situadas más al norte del continente. El tirunfo de sus planes exigía dem anera indispensable la destrucción del imperio zulú, de modo que, durante 1878, Frere y Shepstone se dedicaron a conspirar para que estallara una guerra contra el rey zulú Cetshwayo. Pese a que éste mantenía una actitud pacífica., los dos británicos cursaron repetidos informes a la metr´poli en los que decía que era un tirano sanguinario y se insistía en que su ejército era una fuerza constante de enormes dimensiones, cuando la realidad es que sólo se movilizaba para situaciones de emergencia. Frere y Shepstone abrigaban el propósito de que una vez aniquilado el imperio, los hombres de Cetshwayo pudieran ser utilizados como mano de obra semiesclava en las granjas y las minas.
En enero de 1879, alegando que le rey de los zulúes se había negado a disolver su ejército, una fuerza britámica al mando de Lord Chelmsford invadió Zululand. A finales del mes, los zulúes obtenían una aplastante e inesperada victoria sobre los 1.200 hombres de Chelmsford en Isandiwana. Entre ellos y el imperio británico en Suráfrica se interponía tan sólo un regimiento de 139 soldados galeses—36 de ellos enfermos— acantonados en el cañón de Rorke y a las órdenes de los tenientes John Chard y Gonvifie Bromhead. El ataque zulú duró todo un día, pero las bajas de los hombres de Cethswayo resultaron tan numerosas que se vio obligado a ordenar la retirada. Once de los soldados británicos recibieron la cruz Victoria en recompensa a su valor, un acontecimiento que no tenía ni tendría paralelos en la historia. Frere y Shepstone fueron destituidos pero, al mismo tiempo, los británicos desencadenaron una ofensiva en toda regla contra los zulúes. El 29 de marzo de 1879, les causaron dos mil bajas en Kambula y en julio del mismo año, llegaron hasta Ulundi, la capital del imperio zulú.
Durante el mes de agosto, los británicos persiguieron incansablemente al rey Cetshwayo, que pretendía inútilmente mantener la resistencia pero que acabó siendo capturado y encarcelado. Con la desaparición del imperio zulú, los británicos pudieron dar por cerrado todo un ciclo histórico. Zululand quedó anexionada a la provincia británica de Natal; los bóers no tardaron en percatarse de que los británicos no estaban dispuestos a tolerar su existencia independiente y, al fin y a la postre, se vieron envueltos en una guerra contra ellos; y los zulúes, efectivamente, se convirtieron en mano de obra semiesclava durante prácticamente una centuria. Habría que esperar a mediados del siglo XX para que la potencia colonial británica se viera desafiada y derrotada.
César Vidal