sábado, octubre 07, 2006

EL CANO, DE FUGITIVO A HEROE NACIONAL


UAN SEBASTIÁN ELCANO fue casi un héroe por accidente. Se enroló en la expedición de Magallanes, en buena medida, para huir de la Justicia. Había vendido su barco, una nave de 200 toneladas, con armamento y munición, a Saboya, que entonces era enemiga de España, lo cual constituía un delito de traición. Pensó que yéndose al fin del mundo, nadie se acordaría de él. Dicho y hecho. Logró el puesto de maestre (segundo de a bordo) de la nao Concepción y zarpó rumbo a las Islas de las Especias.Había nacido en Guetaria (Guipuzcoa) en 1476. Tenía, por tanto, 43 años. Su experiencia como marino estaba más que probada. Sus padres tenían un negocio de pesca y él
mismo llegó a ser armador. Había participado en la conquista de Orán (1509); y en las campañas navales de la guerra de Italia con el Gran Capitán. Pero se vio obligado a vender su barco a mercaderes a sueldo del Duque de Saboya, debido a un serio agobio económico.Cuando, tras la muerte de Magallanes, se hizo con el mando demostró sus dotes de navegante y también de caudillo. A diferencia del portugués, que trató a sus hombres con excesiva dureza, Elcano supo conjugar la energía con la cordialidad. Dado lo delicado de las situaciones que hubieron de arrostrar, les exigía mucho, pero al propio tiempo les insuflaba ánimo cuando sus fuerzas flaqueaban.
AL LLEGAR A ESPAÑA, Elcano fue recibido por Carlos V en Valladolid. Le entregaron un escudo de armas en el que figuraba un globo terráqueo con la divisa en latín: Primum circundedisti me (Fuiste el primero que me rodeaste). Además, fue premiado por el Emperador con un sueldo vitalicio de 500 ducados de oro anuales. Pero el navegante no las tenía todas consigo. El antiguo fugitivo no se quedó tranquilo hasta que no solicitó formalmente al César el perdón por la venta de su barco a los saboyanos. Ni que decir tiene que Carlos V se lo concedió.
Pero apenas pudo disfrutar de la gloria. Le perdió la sed de aventura. Sólo tres años después de regresar, se embarcó en una nueva expedición rumbo a las Molucas, repitiendo la ruta de Magallanes.
Iba de lugarteniente de Jofre García de Loaysa. La flota (siete barcos) fue destruida y dispersada y sólo quedó la navecapitana. El escorbuto fue diezmando a los supervivientes.
Elcano alcanzó el Pacífico pero no llegó a ver, de nuevo, las Islas de las Especias. Falleció a bordo, en plena travesía, en agosto de 1526.

RESPONSABILIDAD DE CARLOS V

ODOS LOS TESTIMONIOS, todos los indicios, todas las pruebas que hoy tenemos, apuntan a que los marqueses de Denia, (jefes de la Casa de doña Juana) se aprovecharon míseramente de su ventajosa situación, tanto él como ella, abusando de su poder y maltratando, de una forma u otra a la infeliz Reina y a la desvalida Infanta Catalina. Catalina escaparía a ese infiemo cuando -y también por razones de Estado- su imperial hermano cerró su acuerdo matrimonial con Juan III, el Rey portugués; un acuerdo doble, porque también entrañaba el del propio Carlos V con la hermana de Juan Ill, la princesa Isabel. Pero doña Juana seguía siendo la cautiva de Tordesillas, a merced de los marqueses de Denia.
¿Cuál fue la responsabilidad de CarlosV en todo ello? ¿Cómo quien se muestra con tan fuerte carga ética en todas sus acciones políticas pudo dejar a su madre a merced de aquel personaje, de tan dudosa actuación? Confieso que ha sido algo que me ha llenado de asombro, tras tantas veces como había visto proceder al Emperador con tan acusada responsabilidad moral en el gobierno de sus pueblos, en el trato con sus aliados, incluso en el mantenido con sus adversarios. Aquel que cuando hace treguas con el Turco le pide a su hijo que las mantenga, ...porque es razón lo que he tratado y tratéis, se guarde de buena fe con todos, sean infieles o otros, y es lo que conviene a los que reinan y a todos los buenos...
Siempre había visto en Carlos V al caballero de la Orden del Toisón de Oro, al Príncipe cristiano, al recto Emperador de la Cristiandad. ¿Y había sido capaz de olvidarse de su propia madre? ¿Había algo que justificara su conducta? Estaba, claro es, la siempre invocada razón de Estado. .
(...) ¿Había sabido escoger CarlosV? ¿Había dado demasiadas atribuciones al marqués? ¿Había vigilado como debía su actuación?
Manuel Fernández Álvarez