

Anécdotas, documentos,reflexiones y todo aquello que nos sea de utilidad para conocer nuestro pasado y presente.
LAS CIFRAS HABLAN POR SÍ SOLAS, porque suman más de cien millones los muertos a causa de los sistemas represivos comunistas instaurados en diferentes naciones del mundo. Y eso que en estos datos —recogidos en El libro negro del comunismo— no están incluidos los fallecidos en hambrunas o en guerras de agresión, ni los exiliados, ni los presos políticos no ejecutados.
Son China y la URSS los países donde el comunismo se cebó más con su pueblo, con 50 y 20 millones de muertos respectivamente, seguidos de Vietnam y Corea del Norte (1 5 millones), Camboya (dos millones), Africa (dos millones), Europa del Este (dos millones), el Tíbet (1.300.000), Nicaragua (20 a 25.000) y Cuba (15 a 20.000).
Cuando las noticias referentes a las atrocidades de los Estados comunistas comenzaron a ser tan frecuentes y documentadas que no podían ser negadas indefinidamente, era una práctica común la de insistir en que tales conductas no nacían del pensamiento de Marx, sino de una deformación estalinista del mismo. Era una apología aparentemente coherente, pero, en realidad, ignorante de los propios escritos de Marx, comenzando por el Manifiesto. Stalin no hizo sino interpretar la partitura escrita por Lenin, pero éste, a su vez, se limitó a transitar por las vías trazadas por Marx. El mensaje apocalíptico de éste ya había dejado de manifiesto que los comunistas sustituirían la visión de los proletarios por la suya propia; que se apoyarían en otros partidos de izquierda para llegar al poder y luego, instalados en el mismo, eliminarlos; que procederían a liquidar a los opositores y que implantarían una dictadura regida por el sector «más consciente» de la sociedad.De esa manera, ciertamente cambió la Historia, pero en lugar de la consumación feliz que millones esperaron, sólo creó un espectáculo digno de los peores horrores imaginados por Dante.
De manera nada sorprendente, Marx no sólo fue nefasto en sus planteamientos para el proletariado, sino también para la gente que le rodeaba. Uno de sus apologistas más recientes, Wheen, ha reconocido que era «un tremendo fanfarrón y un sádico matón intelectual». Entre las víctimas de sus ataques acerados —no pocas veces injustificados—, figuraron sus compañeros del movimiento socialista, los amigos, los judíos —fue un antisemita implacable durante toda su existencia— y los que le prestaban dinero.
PERO, SIN DUDA, QUIEN MÁS PADECIÓ fue su familia. No sólo su esposa tuvo que llevar una vida que sobrecogería hoy a cualquier mujer de mente abierta, fuera de izquierdas o de derechas, sino que los hijos del matrimonio parecieron tocados por una maldición que los arrastró al suicidio o al trastorno mental. Unicamente un vástago de Marx se libró de ese sino desdichado, el bastardo al que no reconoció y con el que nunca llegó a encontrarse.
En vida, Karl Marx no gozó de gran influencia, en parte por su carácter despótico, en parte porque sus planteamientos resultaban discutibles para muchos dirigentes obreros y, en parte, porque las alternativas ofrecidas por éstos gozaron de mayor predicamento.
Aunque pueda sorprender a la vista de las dictaduras comunistas del siglo XX, lo cierto es que tal situación no debería sorprender si se consideran los hechos objetivamente. Para empezar, como pronóstico del futuro inmediato, las lineas redactadas por Marx y Engels resultaron fallidas. A más largo plazo, sucedió lo mismo con la visión científica que Karl Marx y Friedrich Engels afirmaban haber descubierto.
Durante décadas, los países capitalistas más avanzados no sólo alejaron el fantasma de una crisis que provocara el desplome del sistema, sino que acabaron por primera vez, en la Historia con el trabajo infantil y lograron no sólo que las clases medias no se proletarizaran, sino que buena parte del proletariado se convertiera en clase media.
Los países que habían adoptado como auténtico dogma de fe los principios marxistas acabaron asistiendo uno después de otro, al final del sistema por su propia incapacidad para atender buena parte de las cuestiones sociales que el mismo pretendía resolver de manera definitiva. Al fin y al cabo, sus trabajadores habían estado sufriendo un nivel de vida muy inferior al de aquéllos que se encontraban integrados dentro de los países llamados capitalistas.
PROFECÍAS NO CUMPLIDAS
El triunfo de la revolución proletaria en 1848
Primer éxito de la misma en Alemania o Gran Bretaña
Empobrecimiento de la clase trabajadora
Desaparición de la clase media
Empeoramiento de las condiciones laborales
Concentración de la propiedad en menos manos
FUENTE: El libro negro del comunismo, de Nicolas Werth Stephane Courtois. Ed. Planeta-Espasa. Madrid, 1998.Más de cien millones de muertos se han cobrado los sistemasrepresivos instaurados en China, la URSS, Vietnam y Corea del Norte, varios países de África y Europa del Este, Camboya, Cuba y Nicaragua.
EN 1810, EL REY JOSÉ I se vió obligado a huir, «en camisa», cuando una partida guerrillera irrumpió en el palacio de El Pardo. Eran sólo 500 jinetes, que habían logrado infiltrarse en las líneas enemigas, desde su base de operaciones de Guadalajara, Habían burlado a 20.000 franceses que defendían Madrid y, rápidos como un relámpago, se habían presentado en el mismísimo palacio real. Dirigía a aquel comando montado Juan Martín el Empecinado, uno de los más osados y eficaces adalides de la guerrilla.
Al día siguiente otra partida guerrillera, del grupo de el Empecinado, aún mucho más reducida (30 jinetes) entró en Madrid, matando y acuchillando franceses. Luego desapareció.
La hazaña del Empecinado es un elocuente ejemplo del modo de actuar de la guerrilla. Pegados sobre el terreno, supliendo con movilidad y rapidez la inferioridad de medios y efectivos, los guerrilleros fueron erosionando las divisiones napoleónicas.
Con el tiempo, llegaron a adquirir un poder creciente,debido a la capacidad de convocatoria que tenían sobre el pueblo, que era la cantera de recursos humanos de la que se nutría. En febrero de 1812, el ejército de Francisco Espoz y Mina inmovilizó en la montañas del este de Navarra a la mejor fuerza contrainsurgente de Napoleón, los Infernales del general Soulier. Los 4.000 hombres de Mina, la formación guerrillera más colosal de España, atacó a los 2.000 soldados de Soulier cerca de Sangüesa. Dos años antes Mina habría dudado, incluso con una ventaja de dos a uno, en hacer frente a los veteranos franceses. En 1 8 1 2, sin embargo, las tropas de Soulier habían perdido gran parte de su capacidad disuasoria. Los navarros estaban tan acostumbrados a entablar batalla contra fuerzas superiores que cuando llegaba la oportunidad de enfrentarse a un número igual o inferior era, según se jactaba Mina, como llevar a sus hombres de fiesta.
Muchos de los guerrilleros que hicieron frente a las tropas napoleónicas ya tenían experiencia cuando la invasión de 1808. Juan Martín, que por su arrojo ganó el sobrenombre de el Empecinado, se había alistado a los 1 7 años en el regimiento de caballería del rey al comenzar la guerra entre España y Francia en 1792. Su valentía y dotes de mando se hicieron tan famosos que el general Ricardos le hizo su ayudante. Pero el honor de galopar tras el general no le compensaba de participar en la lucha.
El joven dragón pidió permiso para separarse del Ejército y formar su propia cuadrilla con camaradas oriundos, como él, de la Ribera del Duero. Con ellos comenzó a operar en Cataluña, molestando cuanto podía al enemigo, pero la paz le obligó a retirarse a su pueblo natal, en la provincia de Valladolid. Cuando la monarquía borbónica abandonó el país y el Estado se disolvió en juntas locales, Juan comenzó a reunir partidarios y atacar convoyes.
Otros jefes hacían lo mismo por Sierra Morena, las montañas de Navarra o el norte de Burgos y Soria. Siempre sujetos a la autoridad de la junta provincial y limitados por un radio de acción escaso para no alejarse de su lugar de origen, los guerrilleros carecían de una estrategia común. Así, cuando en 1811 el capitán general de Valencia pidió al Empecinado que atacase la columna del mariscal Suchet para impedir la toma de la capital, el castellano no pudo hacerlo porque la Junta de Guadalajara se lo impidió.
Por entonces, el Empecinado mandaba el temible Batallón de Tiradores de Sigüenza, una fuerza de tres mil hombres tan efectiva como poco disciplinada. El jefe les exigía acantonarse todos juntos, vivaquear como un ejército y marchar en formación. Los voluntarios se negaron y desertaron en masa.
Otro tanto le ocurría al cura Merino. Astuto, sobrio, cruel, excelente jinete, Merino dejaba a sus hombres en el campamento cada noche y luego se alejaba por los riscos de Lerma y sus cercanías con sólo dos ayudantes. A mitad de camino, ordenaba a los secretarios dejarle solo y seguía ascendiendo con su caballería. Cuando encontraba un repecho, al abrigo de un saliente o una cueva, desmontaba, sacaba una cazoleta y una pastilla de chocolate y se hacía su colación diaria. Lueg dormía placidamente donde nadie podía encontraelo. Así pasó la guerra y no conoció la derrota. Su nombre inspiraba mayor temor que cualquier mariscal de Napoleóm.
FRANCISCO ESPOZ E IRUNDÁIN cambió su segundo apellido por el de Mina, en honor del jefe guerrillero Javier Mina, sobrino suyo. Con su partida asoló las tierras navarras cometiendo unas atrocidades precursoras del terror carlista o etarra. Enterraban vivos a los franceses con la cabeza fuera para jugar macabras partidas de bolos hasta destrozarles el cráneo. O torturaban, empalaban, untaban de pez y paseaban desnudas y enjauladas, con cartelones insultantes, a las mujeres que habían osado casarse con un francés.
Frío y despiadado, Mina se empleó a fondo tambien con sus rivales y los fue eliminando a todos: Echevarría, Eguaguirre Sádaba y el cura Ujué. A su debido tiempo, él también recibió lo suyo. Capturado a traición en Estella, fue fusilado en el monasterio de Irache. (Imagen, el Empecinado)
Ignacio Merino