domingo, noviembre 12, 2006

EL "MANIFIESTO COMUNISTA"FRENTE A LA BURGUESÍA

A LIGA DE LOS Comunistas encomendó a Marx y Engels, en 1847, la redacción de un documento programático que sería conocido como Manifiesto Comunista, que iba a tener mucha más influencia en el desarrollo posterior del socialismo que El Capital. El contexto en el que la obra iba a aparecer no podía ser más prometedor. En primer lugar, los autores tenían la conviccion de haber hallado un instrumento privilegiado para comprender la Historia de manera científica y ambos tenían la posibilidad de convertirse en los ideólogos oficiales del movimiento.
Desde las primeras lineas, el Manifiesto Comunista pretende conceder una importancia —que no se corresponde con la realidad— al movimiento comunista y, a la vez, erigirlo como poseedor de un mensaje redentor que se escuchará internacionalmente.
Tras la introducción,Marx y Engels trazaban los aspectos de su pretendida visión científica de la Historia. El más relevante era la concepción de ésta como historia de la lucha de clases que, en la época en que se escribia el Manifiesto, giraba en torno a la burguesía y al proletariado.
Tras índicar que la lucha de clases es inevitable y que el proletariado debe aniquilar a la burguesía para liberarse, Marx introducía el tema del Partido Comunista y su papel en este proceso histórico, afirmando que «los comunistas son la fracción más resuelta de los partidos obreros de todos los paises. Justo en ese momento del discurso, criticaba la cultura, el derecho, la familia y la patria, afirmando que éstos no eran sino conceptos que sólo pretendían perpetuar el poder de la burguesía y la explotación del proletariado. La meta del proletariado debía ser la de hacerse con el poder político y desde el mismo llevar a cabo una «violación despótica del derecho de propiedad».(Imagen Engels)
C.V.

EL LADO NEGRO DEL COMUNISMO


as cifras de víctimas de los regímenes comunistas son escalofriantes. Más de cien millones de muertos se han cobrado los sistemas represivos instaurados en China, URSS, Vietnam y Corea del Norte, variospaíses de África y Europa del Este, Camboya, Cuba y Nicaragua.


LAS CIFRAS HABLAN POR SÍ SOLAS, porque suman más de cien millones los muertos a causa de los sistemas represivos comunistas instaurados en diferentes naciones del mundo. Y eso que en estos datos —recogidos en El libro negro del comunismo— no están incluidos los fallecidos en hambrunas o en guerras de agresión, ni los exiliados, ni los presos políticos no ejecutados.
Son China y la URSS los países donde el comunismo se cebó más con su pueblo, con 50 y 20 millones de muertos respectivamente, seguidos de Vietnam y Corea del Norte (1 5 millones), Camboya (dos millones), Africa (dos millones), Europa del Este (dos millones), el Tíbet (1.300.000), Nicaragua (20 a 25.000) y Cuba (15 a 20.000).
Cuando las noticias referentes a las atrocidades de los Estados comunistas comenzaron a ser tan frecuentes y documentadas que no podían ser negadas indefinidamente, era una práctica común la de insistir en que tales conductas no nacían del pensamiento de Marx, sino de una deformación estalinista del mismo. Era una apología aparentemente coherente, pero, en realidad, ignorante de los propios escritos de Marx, comenzando por el Manifiesto. Stalin no hizo sino interpretar la partitura escrita por Lenin, pero éste, a su vez, se limitó a transitar por las vías trazadas por Marx. El mensaje apocalíptico de éste ya había dejado de manifiesto que los comunistas sustituirían la visión de los proletarios por la suya propia; que se apoyarían en otros partidos de izquierda para llegar al poder y luego, instalados en el mismo, eliminarlos; que procederían a liquidar a los opositores y que implantarían una dictadura regida por el sector «más consciente» de la sociedad.De esa manera, ciertamente cambió la Historia, pero en lugar de la consumación feliz que millones esperaron, sólo creó un espectáculo digno de los peores horrores imaginados por Dante.
De manera nada sorprendente, Marx no sólo fue nefasto en sus planteamientos para el proletariado, sino también para la gente que le rodeaba. Uno de sus apologistas más recientes, Wheen, ha reconocido que era «un tremendo fanfarrón y un sádico matón intelectual». Entre las víctimas de sus ataques acerados —no pocas veces injustificados—, figuraron sus compañeros del movimiento socialista, los amigos, los judíos —fue un antisemita implacable durante toda su existencia— y los que le prestaban dinero.
PERO, SIN DUDA, QUIEN MÁS PADECIÓ fue su familia. No sólo su esposa tuvo que llevar una vida que sobrecogería hoy a cualquier mujer de mente abierta, fuera de izquierdas o de derechas, sino que los hijos del matrimonio parecieron tocados por una maldición que los arrastró al suicidio o al trastorno mental. Unicamente un vástago de Marx se libró de ese sino desdichado, el bastardo al que no reconoció y con el que nunca llegó a encontrarse.
En vida, Karl Marx no gozó de gran influencia, en parte por su carácter despótico, en parte porque sus planteamientos resultaban discutibles para muchos dirigentes obreros y, en parte, porque las alternativas ofrecidas por éstos gozaron de mayor predicamento.
Aunque pueda sorprender a la vista de las dictaduras comunistas del siglo XX, lo cierto es que tal situación no debería sorprender si se consideran los hechos objetivamente. Para empezar, como pronóstico del futuro inmediato, las lineas redactadas por Marx y Engels resultaron fallidas. A más largo plazo, sucedió lo mismo con la visión científica que Karl Marx y Friedrich Engels afirmaban haber descubierto.
Durante décadas, los países capitalistas más avanzados no sólo alejaron el fantasma de una crisis que provocara el desplome del sistema, sino que acabaron por primera vez, en la Historia con el trabajo infantil y lograron no sólo que las clases medias no se proletarizaran, sino que buena parte del proletariado se convertiera en clase media.
Los países que habían adoptado como auténtico dogma de fe los principios marxistas acabaron asistiendo uno después de otro, al final del sistema por su propia incapacidad para atender buena parte de las cuestiones sociales que el mismo pretendía resolver de manera definitiva. Al fin y al cabo, sus trabajadores habían estado sufriendo un nivel de vida muy inferior al de aquéllos que se encontraban integrados dentro de los países llamados capitalistas.
PROFECÍAS NO CUMPLIDAS
El triunfo de la revolución proletaria en 1848
Primer éxito de la misma en Alemania o Gran Bretaña
Empobrecimiento de la clase trabajadora
Desaparición de la clase media
Empeoramiento de las condiciones laborales
Concentración de la propiedad en menos manos

FUENTE: El libro negro del comunismo, de Nicolas Werth Stephane Courtois. Ed. Planeta-Espasa. Madrid, 1998.Más de cien millones de muertos se han cobrado los sistemasrepresivos instaurados en China, la URSS, Vietnam y Corea del Norte, varios países de África y Europa del Este, Camboya, Cuba y Nicaragua.

EL EMPECINADO LLEGA A EL PARDO Y HACE HUIR A JOSÉ I

os guerrilleros fueron la pesadilla de Napoleón. Era un ejército ágil, disperso, desorganizado, que lanzaba ataques fulminantes y desaparecía luego,ndiéndose con el paisanaje. Uno de sus jefes, el Empecinado, burló a los 20.000 franceses que defendían Madrid, llegó a El Pardo e hizo huir a José Bonaparte.

EN 1810, EL REY JOSÉ I se vió obligado a huir, «en camisa», cuando una partida guerrillera irrumpió en el palacio de El Pardo. Eran sólo 500 jinetes, que habían logrado infiltrarse en las líneas enemigas, desde su base de operaciones de Guadalajara, Habían burlado a 20.000 franceses que defendían Madrid y, rápidos como un relámpago, se habían presentado en el mismísimo palacio real. Dirigía a aquel comando montado Juan Martín el Empecinado, uno de los más osados y eficaces adalides de la guerrilla.
Al día siguiente otra partida guerrillera, del grupo de el Empecinado, aún mucho más reducida (30 jinetes) entró en Madrid, matando y acuchillando franceses. Luego desapareció.
La hazaña del Empecinado es un elocuente ejemplo del modo de actuar de la guerrilla. Pegados sobre el terreno, supliendo con movilidad y rapidez la inferioridad de medios y efectivos, los guerrilleros fueron erosionando las divisiones napoleónicas.
Con el tiempo, llegaron a adquirir un poder creciente,debido a la capacidad de convocatoria que tenían sobre el pueblo, que era la cantera de recursos humanos de la que se nutría. En febrero de 1812, el ejército de Francisco Espoz y Mina inmovilizó en la montañas del este de Navarra a la mejor fuerza contrainsurgente de Napoleón, los Infernales del general Soulier. Los 4.000 hombres de Mina, la formación guerrillera más colosal de España, atacó a los 2.000 soldados de Soulier cerca de Sangüesa. Dos años antes Mina habría dudado, incluso con una ventaja de dos a uno, en hacer frente a los veteranos franceses. En 1 8 1 2, sin embargo, las tropas de Soulier habían perdido gran parte de su capacidad disuasoria. Los navarros estaban tan acostumbrados a entablar batalla contra fuerzas superiores que cuando llegaba la oportunidad de enfrentarse a un número igual o inferior era, según se jactaba Mina, como llevar a sus hombres de fiesta.
Muchos de los guerrilleros que hicieron frente a las tropas napoleónicas ya tenían experiencia cuando la invasión de 1808. Juan Martín, que por su arrojo ganó el sobrenombre de el Empecinado, se había alistado a los 1 7 años en el regimiento de caballería del rey al comenzar la guerra entre España y Francia en 1792. Su valentía y dotes de mando se hicieron tan famosos que el general Ricardos le hizo su ayudante. Pero el honor de galopar tras el general no le compensaba de participar en la lucha.
El joven dragón pidió permiso para separarse del Ejército y formar su propia cuadrilla con camaradas oriundos, como él, de la Ribera del Duero. Con ellos comenzó a operar en Cataluña, molestando cuanto podía al enemigo, pero la paz le obligó a retirarse a su pueblo natal, en la provincia de Valladolid. Cuando la monarquía borbónica abandonó el país y el Estado se disolvió en juntas locales, Juan comenzó a reunir partidarios y atacar convoyes.
Otros jefes hacían lo mismo por Sierra Morena, las montañas de Navarra o el norte de Burgos y Soria. Siempre sujetos a la autoridad de la junta provincial y limitados por un radio de acción escaso para no alejarse de su lugar de origen, los guerrilleros carecían de una estrategia común. Así, cuando en 1811 el capitán general de Valencia pidió al Empecinado que atacase la columna del mariscal Suchet para impedir la toma de la capital, el castellano no pudo hacerlo porque la Junta de Guadalajara se lo impidió.
Por entonces, el Empecinado mandaba el temible Batallón de Tiradores de Sigüenza, una fuerza de tres mil hombres tan efectiva como poco disciplinada. El jefe les exigía acantonarse todos juntos, vivaquear como un ejército y marchar en formación. Los voluntarios se negaron y desertaron en masa.
Otro tanto le ocurría al cura Merino. Astuto, sobrio, cruel, excelente jinete, Merino dejaba a sus hombres en el campamento cada noche y luego se alejaba por los riscos de Lerma y sus cercanías con sólo dos ayudantes. A mitad de camino, ordenaba a los secretarios dejarle solo y seguía ascendiendo con su caballería. Cuando encontraba un repecho, al abrigo de un saliente o una cueva, desmontaba, sacaba una cazoleta y una pastilla de chocolate y se hacía su colación diaria. Lueg dormía placidamente donde nadie podía encontraelo. Así pasó la guerra y no conoció la derrota. Su nombre inspiraba mayor temor que cualquier mariscal de Napoleóm.
FRANCISCO ESPOZ E IRUNDÁIN cambió su segundo apellido por el de Mina, en honor del jefe guerrillero Javier Mina, sobrino suyo. Con su partida asoló las tierras navarras cometiendo unas atrocidades precursoras del terror carlista o etarra. Enterraban vivos a los franceses con la cabeza fuera para jugar macabras partidas de bolos hasta destrozarles el cráneo. O torturaban, empalaban, untaban de pez y paseaban desnudas y enjauladas, con cartelones insultantes, a las mujeres que habían osado casarse con un francés.
Frío y despiadado, Mina se empleó a fondo tambien con sus rivales y los fue eliminando a todos: Echevarría, Eguaguirre Sádaba y el cura Ujué. A su debido tiempo, él también recibió lo suyo. Capturado a traición en Estella, fue fusilado en el monasterio de Irache. (Imagen, el Empecinado)
Ignacio Merino

LA INTERVENCIÓN BRITÁNICA DECIDE EL CURSO DE LA GUERRA

OS FACTORES AYUDAN A EXPLICAR LA DERROTA de Bonaparte en España, en la última fase de la contienda (1812-13): la atención y las energías que el emperador tuvo que dedicar a Rusia y la intervención británica en la Península Ibérica.
En 1812, la guerra daba un giro brusco, Napoleón invadía el imperio de los zares y se veía obligado a concentrarse en una diflcil campaña, que le exigía destinar cuantiosos efectivos. España había dejado de ser objetivo bélico prioritario de París.
Paralelamente los ingleses, comandados por el duque de Wellington, hacían más efectiva su presencia en la contienda, desde su base de operaciones de Portugal. Los franceses se veían obligados a abandonar la meseta de Castilla la Vieja tras algunas derrotas, entre ellas la más notable la de los Arapiles el 22 de julio de 1812. José I abandonaba Madrid y el general Soult levantaba el asedio de Cádiz. Allí cobró fama la canción de sus mujeres: «Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones». Parece que las bombas francesas se asemejaban a los utensilios que usaban las mujeres para rizar su cabello.
El duque de Wellington se había convertido en el jefe de operaciones de las tropas británicas en España, tras la muerte del general John Moore en LaCoruña. Tras la batalla deTalavera lanzó una ofensiva contra Ciudad Rodrigo (1812), plaza que tomó, por lo que le fue otorgado el ducado del mismo nombre. A continuación fue puesto al frente del mando único del Ejército aliado anglo-hispano-portugués, y fue entonces cuando ganó la batalla de los Arapiles (Salamanca) y entró en Madrid.
Tras volver a su cuartel general en Portugal y pasar en sus bases el invierno de 1812, Wellington lanzó una nueva ofensiva en 1813 contra los franceses, Aquella fue la puntilla para el Ejército napoleónico. Las batallas de Vitoria y San Marcial (cerca de Irún) fueron decisivas para precipitar la salida de los invasores y el fin de la guerra. Las últimas tropas abandonaban el territorio español el 4 de julio de 1814 desde Figueras.
Wellington persiguió a los invasores en territorio francés, pero si no obtuvo más éxitos fue porque no convenía a Gran Bretaña que España se sentara en la mesa de los vencedores en el Congreso de Viena. Es decir, que los ingleses utilizaron la plataforma de la Península Ibérica para asestar un golpe mortal a Bonaparte, pero a la hora de adjudicar la gloria, minimizaron la decisiva contribución española.Dicho lo cual, hay que subrayar que sin el apoyo británico la contienda se hubiera prolongado más tiempo. El 6 de abril de 1814 había abdicado Napoleón y Fernando VII, liberado tras el Tratado de Valençay, en diciembre de 1813, recuperaba la Corona sin la intervención de las Cortes.(Imagen de Wellington).
M.I.C.

ZARAGOZA RESISTE

OS CRUENTOS ASEDIOS SUFRIÓ Zaragoza a lo largo de la Guerra. El primero en 1808 y el segundo en 1809. La capital aragonesa fue diezmada por las baterías francesas durante 2.200 días.
El primer asalto se produjo en junio de 1808, cuando el general Lefebvre llegó a la ciudad con 15.000 hombres. Había derrotado al general Palafox en Alagón, obligándole a replegarse hacia Zaragoza. El sitio se prolonga durante mes y medio. En los combates destaca por su heroísmo una mujer, Agustina de Aragón. La ciudad opone una férrea resistencia, y Palafox consigue salir y volver con nuevos efectivos. Todo ello obliga a los napoleónicos a levantar el asedio el 14 de agosto. Los españoles han perdido 2.000 hombres y los franceses, 4.000.
No tardarán los invasores en volver a la carga. Zaragoza es un importante nudo de comunicaciones y los franceses quieren tomarlo a toda costa. El 21 de diciembre, las baterías de Bonaparte machacan de nuevo las murallas de la ciudad. Palafox consigue sostenerla, gracias a nuevos refuerzos (30.000 hombres) y armas (160 piezas de artillería). Pero el implacable cerco francés se estrecha sobre Zaragoza, debilitada por los fantasmas del hambre y de las epidemias. En febrero de 1809 se combate casa por casa. Pero de nada sirve el heroísmo de paisanos y soldados. El día 20, la ciudad se rinde 50.000 españoles han caido en la batalla. Años después, Fernando VII concedería a la ciudad los títulos de Muy Noble y Muy Heroica.
Danuel Serrano