EN 1810, EL REY JOSÉ I se vió obligado a huir, «en camisa», cuando una partida guerrillera irrumpió en el palacio de El Pardo. Eran sólo 500 jinetes, que habían logrado infiltrarse en las líneas enemigas, desde su base de operaciones de Guadalajara, Habían burlado a 20.000 franceses que defendían Madrid y, rápidos como un relámpago, se habían presentado en el mismísimo palacio real. Dirigía a aquel comando montado Juan Martín el Empecinado, uno de los más osados y eficaces adalides de la guerrilla.
Al día siguiente otra partida guerrillera, del grupo de el Empecinado, aún mucho más reducida (30 jinetes) entró en Madrid, matando y acuchillando franceses. Luego desapareció.
La hazaña del Empecinado es un elocuente ejemplo del modo de actuar de la guerrilla. Pegados sobre el terreno, supliendo con movilidad y rapidez la inferioridad de medios y efectivos, los guerrilleros fueron erosionando las divisiones napoleónicas.
Con el tiempo, llegaron a adquirir un poder creciente,debido a la capacidad de convocatoria que tenían sobre el pueblo, que era la cantera de recursos humanos de la que se nutría. En febrero de 1812, el ejército de Francisco Espoz y Mina inmovilizó en la montañas del este de Navarra a la mejor fuerza contrainsurgente de Napoleón, los Infernales del general Soulier. Los 4.000 hombres de Mina, la formación guerrillera más colosal de España, atacó a los 2.000 soldados de Soulier cerca de Sangüesa. Dos años antes Mina habría dudado, incluso con una ventaja de dos a uno, en hacer frente a los veteranos franceses. En 1 8 1 2, sin embargo, las tropas de Soulier habían perdido gran parte de su capacidad disuasoria. Los navarros estaban tan acostumbrados a entablar batalla contra fuerzas superiores que cuando llegaba la oportunidad de enfrentarse a un número igual o inferior era, según se jactaba Mina, como llevar a sus hombres de fiesta.
Muchos de los guerrilleros que hicieron frente a las tropas napoleónicas ya tenían experiencia cuando la invasión de 1808. Juan Martín, que por su arrojo ganó el sobrenombre de el Empecinado, se había alistado a los 1 7 años en el regimiento de caballería del rey al comenzar la guerra entre España y Francia en 1792. Su valentía y dotes de mando se hicieron tan famosos que el general Ricardos le hizo su ayudante. Pero el honor de galopar tras el general no le compensaba de participar en la lucha.
El joven dragón pidió permiso para separarse del Ejército y formar su propia cuadrilla con camaradas oriundos, como él, de la Ribera del Duero. Con ellos comenzó a operar en Cataluña, molestando cuanto podía al enemigo, pero la paz le obligó a retirarse a su pueblo natal, en la provincia de Valladolid. Cuando la monarquía borbónica abandonó el país y el Estado se disolvió en juntas locales, Juan comenzó a reunir partidarios y atacar convoyes.
Otros jefes hacían lo mismo por Sierra Morena, las montañas de Navarra o el norte de Burgos y Soria. Siempre sujetos a la autoridad de la junta provincial y limitados por un radio de acción escaso para no alejarse de su lugar de origen, los guerrilleros carecían de una estrategia común. Así, cuando en 1811 el capitán general de Valencia pidió al Empecinado que atacase la columna del mariscal Suchet para impedir la toma de la capital, el castellano no pudo hacerlo porque la Junta de Guadalajara se lo impidió.
Por entonces, el Empecinado mandaba el temible Batallón de Tiradores de Sigüenza, una fuerza de tres mil hombres tan efectiva como poco disciplinada. El jefe les exigía acantonarse todos juntos, vivaquear como un ejército y marchar en formación. Los voluntarios se negaron y desertaron en masa.
Otro tanto le ocurría al cura Merino. Astuto, sobrio, cruel, excelente jinete, Merino dejaba a sus hombres en el campamento cada noche y luego se alejaba por los riscos de Lerma y sus cercanías con sólo dos ayudantes. A mitad de camino, ordenaba a los secretarios dejarle solo y seguía ascendiendo con su caballería. Cuando encontraba un repecho, al abrigo de un saliente o una cueva, desmontaba, sacaba una cazoleta y una pastilla de chocolate y se hacía su colación diaria. Lueg dormía placidamente donde nadie podía encontraelo. Así pasó la guerra y no conoció la derrota. Su nombre inspiraba mayor temor que cualquier mariscal de Napoleóm.
FRANCISCO ESPOZ E IRUNDÁIN cambió su segundo apellido por el de Mina, en honor del jefe guerrillero Javier Mina, sobrino suyo. Con su partida asoló las tierras navarras cometiendo unas atrocidades precursoras del terror carlista o etarra. Enterraban vivos a los franceses con la cabeza fuera para jugar macabras partidas de bolos hasta destrozarles el cráneo. O torturaban, empalaban, untaban de pez y paseaban desnudas y enjauladas, con cartelones insultantes, a las mujeres que habían osado casarse con un francés.
Frío y despiadado, Mina se empleó a fondo tambien con sus rivales y los fue eliminando a todos: Echevarría, Eguaguirre Sádaba y el cura Ujué. A su debido tiempo, él también recibió lo suyo. Capturado a traición en Estella, fue fusilado en el monasterio de Irache. (Imagen, el Empecinado)
Ignacio Merino
domingo, noviembre 12, 2006
EL EMPECINADO LLEGA A EL PARDO Y HACE HUIR A JOSÉ I
os guerrilleros fueron la pesadilla de Napoleón. Era un ejército ágil, disperso, desorganizado, que lanzaba ataques fulminantes y desaparecía luego,ndiéndose con el paisanaje. Uno de sus jefes, el Empecinado, burló a los 20.000 franceses que defendían Madrid, llegó a El Pardo e hizo huir a José Bonaparte.
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