
En septiembre de 1608, Cervantes sigue a la corte que vuelve a Madrid y, de aquí hasta su muerte, se hacen públicos sus títulos más conocidos. El escritor vivirá en la estrechez económica, enfermo, y marchará una temporada a Esquivias cuando su estado empeore, pero, como el cambio no alivia su dolencia, el 19 de abril de 1616 regresa a Madrid donde escribe una emotiva dedicatoria del Persiles para el conde de Lemos: «puesto ya el pie en el estribo con las ansias de la muerte». Cuatro días después Cervantes muere y es enterrado en el convento de las trinitarias descalzas. Apenas había pasado un año desde que apareciera la segunda parte de la novela de caballerías que haría famoso al manco de Lepanto. De mayor ex
tensión que la primera, la continuación de El Quijote se divide en setenta y cuatro capítulos y reanuda la acción un mes después del punto en que la había dejado. Don Quijote, restablecido de su herida en el hombro, se encuentra con fuerzas suficientes para reiniciar sus aventuras, acompañado de su fiel Sancho, por amor a Dulcinea. Nadie se opone a su salida, pero el cura y el barbero planean un encuentro fortuito con un caballero —el Caballero del Bosque, que no es otro que un bachiller— quien, de salir vencedor en el enfrentamiento, debía obligar al caballero manchego a permanecer en su casa por dos años. Sin embargo, don Quijote sale triunfante e inicia sus peripecias: desciende a la cueva de Montesinos, ataca a un titiritero, cree montar un corcel volador (también Sancho se deja llevar por la fantasía y es nombrado gobernador de la «Insula Barataría»), y tras otros episodios fabulosos, es finalmente vencido en Barcelona por el bachiller, ahora Caballero de los Espejos. Ya en su hogar, la enfermedad no le deja llevar la vida tranquila que ansia y en el ejercicio de su recuperada lucidez, escribe su testamento y muere. Cervantes había escrito muchas otras obras en Madrid. En 1613 aparecieron las Novelas ejemplares, doce relatos breves que se reparten entre el grupo de las novelas de influencia italiana (El amante liberal), de penetración psicológica y presencia de detalles realistas (La gitanilla), y las de crítica social en las que el autor censura desde una postura satírica los vicios con el fin de corregirlos (Rinconete y Cortadillo). En 1614 ve la luz un extenso poema en tercetos: Viaje al Parnaso, una serie de juicios, en general laudatorios, sobre poemas de la época. Un año después se publican Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, colección que incluye las llamadas «comedias de cautivos», como Los baños de Argel y La gran sultana. Pero Cervantes es insuperable en sus entremeses, piezas breves, en prosa o en verso, costumbristas y en la línea de las de Lope de Rueda, aunque más acabadas, con mayor agudeza satírica: El juez de los divorcios, El retablo de las maravillas, El rufián viudo, El viejo celoso y demás. Por último, Cervantes termina en 1616 los Trabajos de Persiles y Sigismunda, obra que no llega a ver publicada.
