

Tampoco estaba dotada de grandes conocimientos militares, pero sí de grandes dosis de ternura, lo que ayudó a apaciguar los ánimos de las exhaustas y enfermas dotaciones: para todos tenía frases de aliento y consuelo y su presencia en los sollados levantaba la moral de aquellos hombres que navegaron cuantro meses antes de llegar a puerto.
Una vez en la isla, gestionó el reparto de los enfermos entre las casas y familias de moradores de Manila, sanando éstos rápidamente, sin duda por la salubridad de sus aguas y la apacible vida.