martes, abril 15, 2008

LA CRUCIFIXIÓN

a crucifixión fue un medio de ejecución especialmente humillante e indigno que Roma aplicó hasta finales del siglo IV a esclavos y rebeldes. El condenado era torturado y obligado a transportar el patibulum, la parte transversal de la cruz donde también se ponía un titulus o pequeño cartel con el delito cometido. Para mayor escarnio, las cruces se colocaban en lugares concurridos, con los crucificados desnudos, y sus cadáveres eran pasto de alimañas y aves carroñeras y abandonados al fin en una fosa común.
Para prolongar el sufrimiento del reo, los verdugos lo ataban con cuerdas al patíbulo y colocaban una especie de asiento o de apoyo para los pies en el palo vertical, logrando de este modo que se mantuviera varios días con vida. Si, por el contrario, se deseaba una muerte rápida, se le torturaba más intensamente, se fijaba a la cruz con sendos clavos en los pies y antebrazos (no en las palmas de las manos) y se le rompían a golpes ambas piernas. En esa situación el condenado, incapaz de respirar sin desgarrarse pies y brazos, moría asfixiado.
A lo largo del siglo I, Roma crucificó a miles de rebeldes judíos, con los que a veces se ensañaban los soldados clavándolos en posiciones ridículas y vergonzantes. La arbitrariedad romana era absoluta. Flavio Josefo cita innumerables casos de judíos pacíficos e inocentes injustamente condenados, de modo que a nadie le sorprendería saber que un tal Jesús de Nazaret y dos ladrones habían sido crucificados en Jerusalén la Pascua del año 30.
El único testimonio material de un crucificado se encontró en una tumba familiar del siglo I d.C. excavada en Jerusalén en 1968. En uno de los osarios apareció el hueso del talón de un hombre atravesado por un clavo de 18 cm. Se llamaba Yehohanan, hijo de Hagakol, medía 167 cm y rondaba los 25 años de edad. Ignoramos su delito. Pensar que fue uno de los dos ladrones crucificados con Jesús, como piensan algunos, es sólo una elucubración piadosa sin base crítica alguna.