lunes, abril 02, 2007

LA IMPORTANCIA QUE SE CONCEDE AL DETALLE

a llegada del oro y la plata de tierras americanas provoca en España un brillante surgimiento de la orfebrería. Se instalan talleres en las diferentes regiones, que dirigidos por dinastías de orfebres, dejan a la posteridad unas obras de valor incalculable.

Entre estas familias de artífices se halla la de los Arfe. El primero de ellos, Enrique, había nacido en Harff (Colonia), en 1475 y moriría en 1545. A él se deben las custodias de la catedral de León (1501) y, en la misma época, las del monasterio de Sahagún. En 1518 realizaría la perteneciente a la catedral de Córdoba y, seis años más tarde, la monumental de Toledo, que Francisco Merino doraría en 1594. Su hijo Antonio, nacido quizás en León hacia 1510, inició la custodia de Santiago de Compostela, y en toda su producción desarrolló el estilo plateresco, con superposición de templetes y con columnas de candelabro (tal como harían Forment y La maison en Zaragoza). Le sucedió en el taller su hijo Juan (León, 1535- Madrid, 1603), quien se opuso a seguir los pasos de su padre y eligió un estilo más clasicista que le llevó a abandonar la exuberancia del plateresco.
Entre sus obras se hallan la custodia de la catedral de Sevilla (1580) y la de Burgos (1588). En el campo de la orfebrería sobresalen otros nombres, como Becerril en Cuenca, Franci, Merino y Vergara en Castilla o Lamaison en Zaragoza.
Dentro del ámbito de la escultura, la estética renacentista se configura a partir de la tradición gótica y la resistencia a la tendencia paganizante de la escultura italiana. La madera se emplea con frecuencia, policromada de forma adecuada, y se insiste en que la atención recaiga sobre la expresividad de las imágenes. Felipe de Vigarny establece su taller en Castilla la Vieja y, desde allí, ejerce su influencia en ambas Castillas. Entre sus obras se cuentan los tres relieves de la girola de la catedral de Burgos y El descendimiento de Toledo. Otros maestros fueron Vasco de Zarza, en Ávila, y Damián Forment y Gabriel Yoly en Aragón.

UNA DIETA HIPERCALÓRICA

astilla, 1542 — La dieta media de los castellanos se cifra en unas 3 000 calorías por persona y día, naturalmente en épocas en que no hay escasez de alimentos y tomando como referencia círculos sociales acomodados, que no dependen para subsistir de las cosechas de cereales. Este importante aporte energético proviene de una dieta abundante en carnes, sobre todo de cerdo, en cereales y en vino. Estos dos últimos constituyen en muchas ocasiones la base de la alimentación de los campesinos, que gracias a su aporte calórico pueden sobrellevar las cotidianas faenas agrícolas. A pesar de lo elevado de la aportación calórica, la dieta alimenticia no es, ni mucho menos, equilibrada, ya que se basa en una serie corta de alimentos, tomados en demasía en las épocas de abundancia. La poca variedad en el tipo de alimentos, se produce tanto en las clases altas como en las bajas, aunque en estas últimas su desequilibrío es mucho más patente. Existe una gran variedad en la dieta y en el aporte calórico entre las diferentes regiones españolas. En tierras mediterráneas, por ejemplo, se encuentra una alimentación más rica y equilibrada. Un factor determinante para ello es la mayor facilidad para comerciar con otras zonas y conseguir alimentos, sobre todo en épocas de penuria.