
Madrid, asolado por el cólera, experimenta un profundo trastorno en el orden público, y la seguridad personal de sus habitantes se siente amenazada. En medio del caos corre el rumor de que los agentes de los jesuitas propagan la enfermedad y envenenan las fuentes públicas, por lo que la perturbada multitud quiere tomarse venganza y no duda en penetrar en los claustros de San Isidro para dar muerte a los sacerdotes. A ello se añade un elemento político, pues reina la convicción de que estos religiosos son aliados de los carlistas en armas y pretenden impedir que se celebre la reunión de las cortes concertada para el día 24. Informado el general Martínez de San Martín de los hechos, adopta medidas para contener a los amotinados que ya saquean Santo Tomás, San Francisco y la Merced y, pese a que no logra evitar múltiples matanzas, sí puede defender los conventos amenazados de San Gil, los basilios y San Cayetano.