viernes, diciembre 14, 2007

EL FUSILAMIENTO DE MAXIMILIANO

erminada la guerra de Secesión, el Gobierno de Washington exigió del de París la retirada de México. Napoleón III abandonaba a Maximiliano, pero éste decidió quedarse. Contaba en su reducto de Querétaro con un ejército de 8.000 hombres, que resistieron el asedio de Juárez y Porfirio Díaz, cuyas fuerzas ascendían a 40.000 hombres; tras doce semanas de sitio y gracias a la traición de algunos jefes realistas, las tropas republicanas tomaron el convento de Santa Cruz, llave de la defensa de la ciudad. El 14 de mayo de 1867, Querétaro se rindió y el 19 de junio, Maximiliano y sus generales, Miramón y Mejía, fueron fusilados. La víspera, el emperador había escrito a Juárez:“...que mi sangre sea la última que se derrame.."

UN ANTIMORISCO FANÁTICO

aume Bleda nació en la población valenciana de Algemesí, en una de las zonas más densamente pobladas por los moriscos. Ordenado sacerdote en 1585, se le nombró titular de la parroquia de Corbera, población morisca en la que permanecerá cuatro años. La gran obsesión de su vida fue conseguir “la total ruina del Imperio Mahometano y restauración del Imperio Romano” (p. 176) y ya al año siguiente intentó expresarle al anciano Felipe II sus puntos de vista, aunque no encontró el eco deseado, A la búsqueda de su objetivo, entró como novicio en un convento dominico y en1590 fundó su primer convento en su ciudad natal. En 1591, marchó a Roma con motivo de la canonización del santo valenciano Luis Beltrán, y aprovechó para hacer llegar al Papa sus temores. Seis años después ya tenía dispuesto el texto de laDefensiofldei, donde demostraba lo peligrosos que eran los moriscos para la España católica, pero su obispo le denegó el permiso de impresión, con el argumento de que “los errores desta gente no eran causa de infección, ni que se pervirtiessen los fieles”.
Gracias a sus buenas relaciones con el virrey de Valencia, el conde de Benavente, volvió a marchar aRoma en 1600, con la intención de presentar la obra al Papa, quien tampoco expresó el mínimo interés; un rechazo que también halló en el Inquisidor General al año siguiente y, ante su tenacidad, en 1603, el general de la Orden le amonestó para que se retirara a su convento y no volviera a dirigirse ni al Papa ni al Rey. Pero no obedeció y al año siguiente, aprovechando la estancia del monarca en Valencia, le mostró su libro. La entrevista tuvo sus frutos y en 1605, Felipe III y su valido el duque de Lerma le otorgaron una ayuda de 400 ducados para la edición del libro; una suma muy considerable para laépoca. Con tal pasaporte, marchó de nuevo al Vaticano, donde recibió una acogida más favorable. En 1607, volvía de la Ciudad Santa; el30 de enero de 1608, el duque de Lerma arrancaba a los miembros del Consejo de Estado la decisión unánime de expulsar a los moriscos de España y, el 4 de agosto del año siguiente, la orden real se repartía por todos los territorios de la Corona. Esta decisión fue la que el dominico intentó justificar años después con su Corónica de los moros de España, donde barajaba que ésta había sido el resultado de la confluencia de razones de tipo religioso, económico y político.

LA CONJURACIÓN DE VENECIA

na aparente armonía nunca había logrado ocultar la real animadversión y desconfianza que tradicionalmente habían reinado en las relaciones entre España y Venecia. La permanente idea de afirmar la hegemonía hispana en Italia era el mayor motivo de esta situación de larvado enfrentamiento. Bajo la gobernación de Lerma, las más altas autoridades de la presencia española en la Italia de la época—el duque de Osuna, virrey de Nápoles, el marqués de Villafranca, gobernador del Milanesado, y el marqués de Bedmar, embajador en Venecia— no dejaron de hostigar en todos los órdenes —diplomático y comercial— a una Venecia que apoyaba con calor cualquier levantamiento que se produjera en la península contra los españoles. Llegado el año 1618 y dentro de la mejor línea de las comedias de enredo propias de la época, la diplomacia venecianan ideó una supuesta conjura, destinada a anular la acción de aquellos representantes del odiado poder hispano. Así, uno de los supuestos conjurados denunció ante el Consejo de los Diez la existencia de un plan, organizado por Bedmar, Osuna y Villafranca y realizado por mercenarios franceses y holandeses, que pretendía ocupar los centros vitales de la ciudad, volar el arsenal y proclamar el dominio de España sobre la Serenísima.
Cinco presuntos implicados fueron ejecutados sin juicio previo. Las presiones venecianas consiguieron que lerma retirara de su puesto al embajador Bedmar, considerado el cerebro de la trama. Asimismo, falsos informes enviados a Madrid consiguieron otro triunfo al desprestigiar a Osuna y privarle de su cargo de virrey de Nápoles. Quevedo —máximo responsable de la hacienda napolitana tras haber gestionado muy hábilmente ante Lerma el nombramiento de Osuna como virrey y que por su actuación diplomática había merecido el hábito de Santiago— se vió también arrastrado por el duque en su caída. De regreso en España, la pérdida del favor del Rey le llevaría al destierro en su señorío de la Torre de Juan Abad.
El carácter complejo y secreto de la supuesta trama aportaba sugestivos ingredientes que atraerían sobre ella la atención de novelistas y comediógrafos de capa y espada de amplia difusión popular. Por su parte, el profesor Seco Serrino apuntaría sobre esta cuestión:“Fue todo una trama urdida nuy inteligentemente por la eficaz y nada escrupulosa diplomacia veneciana (...) Con la inculpación de la conspiración, logró Venecia una base concreta para solicitar de Felipe III y del débil gobierno de Lerma -que buscaba a toda costa la paz de Italia— que fueran removidos de sus cargos enemigos tan eficientes y peligrosos. Puede asegurarse que ésta fue la realidad, bien palpable para los que hayan seguido paso a paso, a través de la Historia, las añagazas de toda índole de que siempre se sirvió Venecia para sostener un poderío mucho más aparente que real y casi inexistente en esa época”.