miércoles, febrero 14, 2007

LA EXCEPCIÓN CRISTIANA

OS CRISTIANOS se vieron poco afectados por la crisis demográfica gracias a su mentalidad. El cristianismo, por ejemplo, propugnaba estrictas normas morales en el terreno de la vida conyugal y equiparaba a hombres y mujeres. Así, condenaba el divorcio, el incesto, la infidelidad matrimonial y la poligamia.
Por supuesto, el cristianismo valoraba la castidad femenina pero, al mismo tiempo, rechazaba esa doble vara de medir que consideraba con benevolencia el adulterio masculino. Además, las mujeres que se convertían al cristianismo gozaban de ventajas adicionales. Por ejemplo, contraían matrimonio a una edad considerablemente mayor que sus coetáneas y tenían la opción de escoger cónyuge. Esa circunstancia reducía la posibilidad de una muerte temprana y, considerablemente, la incidencia de los malos tratos domésticos.
De nuevo los estudios arqueológicos resultan contundentes.
Una mujer pagana tenía tres veces más posibilidades que una cristiana de haber contraído matrimonio antes de los 13 años; y el 44 por ciento de las paganas ya estaban casadas a los 14 en comparación con el 20 por ciento de las cristianas, es decir, menos de la mitad. De hecho, el 48 por ciento de las cristianas eran solteras aún a los 18 años.

El cristianismo tuvo un éxito extraordinario entre la población femenina del Imperio mucho antes de convertirse en religión oficial. De hecho, el número de fieles femeninas de la nueva fe debió exceder considerablemente el de varones y esto en una sociedad donde la ratio demográfica por sexos era exactamente la contraria.

POR EJEMPLO en un inventario de la propiedad confiscada en una iglesia de la ciudad norteafricana de Cirta durante una persecución en el año 303 hallamos 16 túnicas de varón frente a 82 de mujer... ¡Una desproporción superior a cinco a uno!.

Al mismo tiempo, el cristianismo condenaba sin paliativos el aborto, el infanticidio y cualquier forma de ataque a la vida. Esas circunstancias conjuntadas explican que, a la altura del siglo IV, cuando el cristianismo estaba en puertas de convertirse en religión del Imperio, al menos la mitad de la población fuera ya cristiana y que en ella no hubiera repercutido en modo alguno el colapso demográfico.

Al final, lo que realmente había provocado la diferencia había sido la distinta escala de valores y no la intervención estatal.