viernes, octubre 13, 2006

ARCABUCES ESPAÑOLES

l ejército de los Habsburgos arranca de la Santa Hermandad y del cuerpo expedicionario enviado a Italia en 1495 por los Reyes Católicos. Ante el temor a una invasión francesa se ordenó también armar al pueblo y se movilizó a una doceaba parte de los mozos entre3 los 20 y los 45 años. Con la intendencia y el escalafón, el ejéercito quedó plenamente configurado, ensayándose las primeras divisiones tácticas y el acoplamiento con la armada para el traslado de efectivos a los centros de gravedad italianos. Las victorias de 1503 confirman el triunfo de las nuevas técnicas y la estrategias del Gran Capitán-guerrillas, escaramuzas, disposición de las tropas, dominio de las comunicaciones, uso dela artillería-,así como la total integración de los efectivos hispanos en un ej´rcito multinacional.
Volcadas al exterior, apenas si quedan tropas en los reinos peninsulares después de la anexión de Navarra; sólo pequeñas guarniciones defienden lospeustos fronterizos y algunas plazas importantes. El resto del territorio cae bajo la tutela de las milicias urbanas, creadas por las ordenanzas de 1496;esta desmilitarización explica la facilidad de loslevantamientos populares del reinado de Carlos I.
En el mar, la prevención de los ataques norteafricanos exige construir escuadras de galeras-aragonesa, siciliana y napolitana-, conjugando los navíos regios con otros particulares contratados y los aportados porlas villas y hermandades en momento de peligro. La costa andaluza, sin embargo,se confió alas grandes casas nobiliarias-Medinaceli, Medina Sidonia-propietarias del litoral.
En 1534-1539 nacen los tercios españoles de Italia, tropas permanentes asentadas en Lombardía, Sicilia y Nápoles como ejército de intervención; sumaban unos diez mil hombres, a los que se añadían varias compañias alemanas, italiana, y los aliados genoveses.
Con los tercios surge la carrera militar que, desdemediados de siglo, concede mayor importancia a la artillería y los arcabuceros, de acuerdo con losprogresos de la industria bélica. No obstante, la amplitud de los frentes, el ejército de los Austrias fue reducido: en la guerra de los 30 años no supero los 80.000 soldados, de los que quince mil eran españoles. La direción estratégicca de la guerra correspondía al monarca, pero salvo Carlos I, que siempre acompaño a sus tropas, se tendió a delegar esta tareas en los Consejos de Estado y Guerra. En nombre del rey los virreyes y los gobernadores defendieron sus provincias con las milicias locales o los tercios, y para el aprovisionamiento ypago de las soldadas se recurrió con frecuencia a los asientos, contratos con personas no vinculadas al Estado que se encargaban de los suministros. Imbatibles en el siglo XVI, las tropas españolas sufren duros reveses en la centuria siguietne, cayendo en piucado el número de alistamientos. La falta de voluntarios y el abandono dela nobleza de sustareas militares impondrán levas forzosas y cupos de jóvenes a los municipios castellanos, que renuevan las bajas europeas.
Las comunicaciones americanas y los intereses geoestratégicos norteuropeos fueron defendidos por la armada, confiandosele la mediterránea al Capitán General del Mar océana. Pese a la gran victoria obtenida en Lepanto, la marina hispana no logró destruir el peligro turco, cuyos piratas mantuvieron su amenaza de las costas mediterráneas, de igual forma qie navíos holandeses e ingleses ponían en jaque los navíos atlénticos. El intento de Felipe de invadir Inglaterra dió pié a la reunión de las escuadras de Portugal, Castilla, Andalucía, Vizcaya, Guipúzcoa e Italia, con un saldo de 130 naves hundidas. Mayores complicaciones traería el atraso técnico y la excesiva dependencia de materias primas extranjeras-maderas, alquitrán, cuerda, velamen- en el siglo XVII, que debilitarán el poderío naval hispano, ya superado por sus rivales Holanda e Inglaterra.
Fuente: Breve historia de España. F.García Cortazar/J.M.González Vesga.

LAS ESPECIAS, CAUDAL DE BENEFICIOS Y MUERTE.


"NAVIGARE NECESSE EST"
n el principio eran las especias... Desde que los romanos, a través de sus viajes y sus campañas, empezaron a hallar gusto en los ingredientes estimulantes, calmantes o embriagadoresdeOriente, lastierras occidentales no saben ya prescindir de la especiería de las drogas índicas, tanto en la cocina como en la bodega. Hasta muy entrada la Edad Media, la alimentación nórdica resulta sosa hasta lo inconcebible, y aun las hortalizas hoy día más comunes, como las patatas, el maíz y los tomates, tardarían todavía mucho en adquirir carta de naturaleza en Europa; el limón como acidulante y el azúcar para endulzar son todavía una vaguedad, y los sabrosos tónicos, el café y el té, no se han descubierto aún. Hasta entre los príncipes y la gente distinguida, la burda voracidad es el desquite de la monotonía sin espiritualidad de las comidas. Y aparece el prodigio: un solo gramo de un condimento indico, un poco de pimienta, una flor seca de moscada, una punta de cuchillo de jengibre o de canela mezclados en la más grosera de las viandas, bastan para que el paladar, halagado, experimente un raro y grato estímulo. Entre el tono mayor y el menor de lo ácido y de lo dulce, de lo cargado y de lo insulso, aparecen de pronto una serie de ricos tonos y semitonos:
los nervios del gusto, todavía bárbaros, de la gente medieval nunca se satisfacen bastante con los
estimulantes nuevos: un plato no está en su punto si no lo cargan de pimienta; llegan a echar jengibre a la cerveza y refuerzan el vino con especies molidas, hasta que cada sorbo quema en la garganta como la pólvora. Pero no se limitaba a la cocina el uso de abundantes masas de especiería. La vanidad femenina es también cada vez más exigente respecto a los aromáticos de Arabia, y va del almizcle voluptuoso al ámbar sofocante y al dulce aceite de rosas; los tejedores y tintoreros hacen elaborar para ellas las sedas chinas y los damascos de la India, y los orfebres, montar las perlas blancas de Ceilán y los azulados diamantes de Narsingar. Más imperiosamente todavía, la Iglesia católica impulsa el consumo de los productos orientales, pues de los millares de millones de granos de incienso que levantan el humo de los incensarios movidos por los celebrantes en los millares de iglesias, ni uno solo ha salido de tierra europea; cada uno de esos millares de millones de granos de incienso llegaban por mar, embarcados en tierras de Arabia. También los boticarios son asiduos clientes de los tan celebrados específicos de Indias, tales como el opio, el alcanfor, la tan estimada resina, y saben por experiencia que para el enfermo no hay bálsamo ni droga que parezcan tan activos como los que en los botes de porcelana que los contienen llevan en letras azules las palabras arabicum o indicum. Por su carácter de cosa selecta y rara, y quizá también por lo elevado del precio, todo lo oriental ejercía una atracción hipnótica en los europeos. Como en el siglo dieciocho lo francés, los atributos árabe, persa, indostánico, se identificaban en la Edad Media con los conceptos de exuberante, refinado, distinguido, cortesano, costoso y precioso. Ningún artículo tan apete cido como la especiería. Era como si el aroma de las flores orientales hubiera enajenado con su mágica influencia el alma
de Europa.
Por doce manos si no más -así lo apunta melancólicamente Martín Behaim en su famosa Esfera del Mundo de 1492-, ha de pasar usurariamente la especia Indica antes de llegar a la última, la del consumidor. "Item, conviene saber que la especiería ha de pasar por muchas manos antes de llegar a la venta en nuestra tierra." Ni aun siendo doce las manos que se reparten la ganancia, se satisface cada una de ellas con el áureo jugo de las especias indicas. A través de todos los riesgos y obstáculos, el comercio de la especiería se considera el más lucrativo de los de la Edad Media, pues en él se reúnen el más pequeño volumen y el margen más grande de beneficio. Si de cinco embarcaciones -la expedición de Magallanes es de esto un vivo ejemplo- se pierden cuatro con su cargamento, y si de los doscientos sesenta y cinco hombres que partieron vuelven sesenta y cinco, el mercader no solamente no habrá perdido nada en el juego, sino que saldrá aún ganando: si de los cinco barcos vuelve uno solo al cabo de tres años, su carga compensa con creces del desastre, pues un solo saco de pimienta vale en el siglo xv más dinero que toda una vida humana.
¡No es, pues, maravilla el que, con la gran oferta de menospreciadas vidas humanas y la avasalladora demanda de especias, las cuentas se salden siempre a pedir de boca! Los palacios de Venecia y los de los Fugger y Welser se construyeron casi exclusivamente con dinero ganado en la especiería índica.
Pero la envidia va unida a los grandes beneficios como la herrumbre a la hoja de acero. Todo privilegio.
Fuentes: "Magallanes, el hombre y su gesta".Stefan Zweig