domingo, octubre 28, 2007

LA CÁMARA OSCURA

ecorriendo la calle Sacramento de la capital gaditana, en dirección al hospital de San Rafael, advertí que a pié de la torre de Tavira, se concentraba gran cantidad de jóvenes con instrumentos musicales, haciendo sonar los mismos desafinadamente, como corresponde a los alumnos que esperan que el profesor del consevatorio, les dé el placet para comenzar su instrucción como músicos.
Pero dejando a un lado, esta anécdota, me percaté que el lugar que se utilizaba como conservatorio de música, coincidía también con la famosa torre de Tavira, tribuna privilegiada del siglo XVIII, cuando Cádiz era un emporio mercantil de primera línea, y que la misma fué utilizada como puesto de observanción por los mercaderes de la ciudad, al objeto de controlar el tráfico marítimo que arribaba al puerto procedente de las indias.
Podría pasar desapercibida, como otras tantas torres que exísten en la ciudad de Hércules, pero sin lugar a dudas, ésta, es la reina de las torres, no ya por ser el lugar más elevado sobre el nivel del mar que exístia por aquel entonces, y porque permitía observar en un radio de unos 100 km., sino por tener en sus entrañas, la cámara oscura a la que hago alusión.
Toma su nombre del primer vigía Antonio Tavira, y a parte del cometido que se le ha asignado como conservatorio, tras subir por una escalera de caracol, nos introducimos en la cámara oscura ubicada en la última planta instalada hace unos años , método de observación y génesis de la fotografía, la cámara oscura, ya fue conocida por Arquímedes y más tarde descrita por Leonardo Da Vinci. Se trata de una habitación o caja totalmente a oscuras en la que entraba la luz solamente por un pequeño orificio. Al pasar la luz por él se generaba una imagen invertida de la escena exterior, y que en la actualidad permite visualizar la ciudad de Cádiz de forma panorámica-como se diría ahora-en tiempo real.
Una vez en la cámara, se establecen los turnos para disfrutar de un expectáculo digno de ser difundido por lo novedoso del sistema y por la percepción que obtienen los visitantes, todo esto, aderezado por un guía de voz suave y delicada, que junto al paisaje panorámico que uno preeve observar, forman un todo casi difícil de separar.
Después de terminar tan gratificante experiencia, pasénse por el bar El Serrallo, en la Plaza del Mentidero y atrevánse a degustar unos buenos callos, creo que sería un buen colofón para terminar con una mañana que difícilmente se podrá olvidar.
Nelson

LA AFRENTA DE CORPES

unque no tenga base histórica alguna, una de las leyendas más populares de la saga cidiana es la de los condes de Carrión o infantesi de Carrión, nobles que, por mediación real, lograron casarse con los hijas del Cid, Sol y Elvira. Dos años estuvieron junto al Cid en Valencia y en una batalla parece que no combatieron a satisfacción del Campeador, que de vuelta a palacio ordenó a sus criados que soltaran un león para poner en evidencia la cobardía de los infantes. Ridiculizados estos, dice la leyenda que se reivindicaron, metiendose en lo más recio de otra confrontación con los moros... Luego, regresaron a Castilla con sus esposas y con un hondo rencor hacia el Cid. Llegados al robledal de Corpes, acamparon con sus esposas, haciendo seguir a su escolta. Allí las desnudaron y, atándolas a un árbol, las azotaron con sus propias espuelas y después prosiguieron su camino, dejándolas abandonadas, con sus cuerpos cubiertos de sangre.
Félez Muñoz, sobrino del Cid, que figuraba en la escolta, partió en busca de sus primas al ver que los condes regresaban solos. Las halló, curó, vistió y condujo a Valencia, donde el Cid preparó su venganza. Primero, pidió justicia a Alfonso VI, que reunió Cortes en Toledo convocando a las dos partes. Allí presentó el Cid su querella, reclamó sus espadas —Tizona y Colada— y la dote que había entregado a sus yernos; conseguida la restitución material, pidió al Rey la restitución de su honor, en duelo a muerte; celebrose éste, y los campeones del Cid, sus amigos y capitanes, Martín Antolínez, Muño Gustios y Pero Bermúdez, vencieron y mataron a los condes de Carrión. Cumplida la venganza, el Cid casó a sus hijas con los infantes de Navarra y Aragón.