martes, septiembre 12, 2006

MISIÓN EN ESCOCIA

Un batallón español se infiltró en 1719 para desestabilizar Gran Bretaña.
En 1719, 300 soldados españoles llegaron a Escocia con una misión:allanar el camino para la invasión de Gran Bretaña. Esta es su historia.
Debo de reconocer que esta historia me sorprendió, por lo insólito de la gesta, así como por la falta de información de éste hecho bélico, aunque no de es extrañar de que muchísimos de ellos se queden en el olvido o simplemente no han tenido la oportunidad de ver la luz, bien por considerarlo poco relevante o porque no era aconsejable difundir los eventos.
Dornie, pueblo pintoresco de las Highlands de Escocia, y en donde la calma y la tranquilidad sólo se vé alterada por las sombras que deambulan por las calles del municipio, siendo su predilección, la mansión fortificada del Clan MacRae, el castillo de Eilean Donan, y que el protagonista, es un soldado español, que desde el 10 de mayo de 1719, se pasea con total impunidad por sus plazas y vericuetos.
Esa tarde, al tener conocimiento de la aproximación de las tropas de Infantería de Marina española, las fragatas inglesas Worcester, Enterprise y Flamborough, abrieron fuego sobre el destacamento que custodiaba los pertrechos y municiones , con el objetivo de desembarcar en las costas de Escocia, intentando desestabilizar dicha región, y destruir la monarquía del rey Jorge I, impidiendo así, que los ingleses pudiesen continuar hostigando los intereses de España en Europa.
El plan, fué gestado por Felipe V, con ayuda del Cardenal Giulio Alberoni, y el segundo Duque de Ormonde, James Butler, este último, desterrrado durante la monarquía de los Estuardos.
Ésta iniciativa, fue como consecuencia de que la monarquía española se resistía a perder los territorios en Italia, tras el tratado de Utrech, y para ello, se intentó diversas maniobras, no solamente relacionados con casamientos entre familias reales para evitar éstas pérdidas, sino que no le temblo el pulso a Felipe V y a su esposa Isabel de Farnesio a tomar todas aquellas iniciativas de cualquier índole incluida la fuerza.
El plan en sus líneas maestras se encuentra refeljado en The Jacobite Attempt of 1919, una obra en la que en 1895 William K. Dikson, Director de la Biblioteca Nacional de Escocia, recogió las cartas en las que Butter confía al primer ministroo de Felipe V, cómo debía ser el apoyo militar español en el proyecto de invasión.
El ataque concebía la existencia de dos frentes. El grueso principal dela expedición estaba integrada por unos 5.000 hombres que partían rumbo a Inglaterra a bordo de 27 naves cargadas con una gran cantidad de dinero, armas y municiones. Al frente se pondría el propio Duque de Ormonde, que había sido capitán general del ejército inglés. Su objetivo era desembarcar en el oeste de Inglaterra, donde los jacobitas tenían más influencia y donde esperaban organizar un gran ejército con el que atacar a Londres. Al mismo tiempo, George Keith, el décimo Conde Mariscal, se infiltraría en eloeste de las Tierras Altas Escocesas con 300 infantes de marina españoles para realizar una maniobra de distracción, alzar a los clanes de la zona y obligar a los ingleses a reforzar sus posiciones, retirando para ello tropas del sur. Las cosas, sin embargo, se trocieron desde el principio.
El día 29 de marzo, tres semanas después de supartida del puerto de Cádiz, la flota que comandaba Ormonde se encontró con una fuertísima tormenta cerca del Cabo Finisterre que acabó desbandándola.
Los barcos, muy dañados, tuvieron que regresar a los puertos de la Península, con lo que se ponía fin al intento de invasión. La expedición contra Escocia, tuvo más fortuna. El Conde Mariscal, que había partido el 8 de marzo de Pasajes, alcanzó Stornoway, en la isla de Lewis, al noroseste de Escocia, al frente de dos fragatas cargadas con el destacamento español y 2000 mosquetes.
El 13 de abril, las naves cruzaron el estrecho paso de mar que separa la Isla de las Tierras Altas y las tropas españolas desembarcaron en las orillas del lago Alsh. Según el profesor Black, el propósito del Conde Mariscal, era atacar Invernes, pero no lo consiguió por el poco apoyo de los highlanders, los habitantes de la región. Y es que cómo los líderes de los clanes jacobitas estaban advertidos del propósito de la expedición, no se atrevían a avanzar sin haber recibido noticias de Ormonde.
Keith, decidió mandar de regreso a las fragatas hacía España y penetrar tierra adentro con las tropas regulares y los clanes que se les unieran. El puesto de mando quedó establecido en el Castillo de Eilean Donan.
Una semana después, cinco naves inglesas llegaron a las proximidades. El 10 de mayo, el capitán Boyle, que dirigía la escuadra, exigió su rendicióm. Los españoles rechazaron la propuesta a balazos, de hecho no dejaron desembarcar al oficial encargado de parlamentar. A las 8 de la tarde las fragatas abrieron fuego y bombardearon las posiciones del destacamento, la desproporción fué tal que pronto quedó capturado y enviado a Leith.
A principios de junio, los líderes jacobistas de la coalición hispano-escocesa conocieron el desastre de la flota de Ormonde. Sin embargo a poesar de esto, enviaron refueros en su ayuda.
El 5 de junio, el Gobierno Británico ordenó al mayor británico Wightman que partiera de Invernes con 850 soldados, 120 dragones de caballería y cuatro baterías de mortero y aplastara la insurrección. Los soldados españoles, comandados por el coronel Nicolás Bolano, y sus aliados decidieron esperarles en Glenshiel, en donde tenían buenas posiciones defensivas.
El 10 de junio se encontraron los dos ejércitos. Según explica el profesor Black, Wightman se encontraba en inferioridad, pero empleó a fondo sus morteros, atacó con éxito los flancos del enemigo y lanzó a sus hombres contra el centro de la formación, donde estaba el grueso español, las tropas regulares españolas mantuvieron la posición bien, pero cuando comprobaron quela mayoría de sus aliados los habían abandonado, comenzaron a retirarse hacia lo alto de la colina. El combate que había comenzado a las 6 de la tarde, se decidió en tres horas, en ese tiempo no mas de 100 soldados cayeron entre ambos bandos.
Aquella noche, los jefes jacobinos desmoralizados por la falta de suministros, decidieron que el batallón español se rindiera y que los escoceses se perdieran entre la niebla, pues si bien las reglas de la guerra aseguraban un trato digno a las tropas regulares, los rebeldes tenían puesto precio a su cabeza. Los 274 soldados españoles que sobrevivieron terminaron su aventura en Edimburgo, donde permanecieron hasta octubre, mes en que fueron devueltos a España.
Abraham Alonso

CERTAMEN DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA 2º CENTENARIO DE LA BATALLA DE TRAFALGAR.AYTO.DE SAN FERNANDO CADIZ

La diligencia del ayuntamiento de San Fernando, me lleva a dudar sobre el avance general de nuestra ciudad, y si no, juzguen ustedes mismos .En la primavera de 2005, y subiéndose al carro del evento del Bicentenario de Trafalgar, con todo el boato que los políticos saben utilizar en determinadas circunstancias, promueven un concurso literario sobre el tema; se supone que el 15 de Septiembre se cerraría el plazo de presentación de trabajos y, yo como ciudadano de este pueblo, creo en ellos y con toda la ilusión, presento mi trabajo Cual no sería mi sorpresa, que llega el mes de Noviembre y aunque la convocatoria establecía su fallo para este mes, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se amplia el plazo de presentación de trabajos…Pero ahora viene la gran sorpresa, a fecha de hoy 21 de Diciembre de 2006 y después de mis llamadas, excursiones…por la fundación, por el archivo, mis intentos por ponerme en contacto con el Presidente de la comisión, hete aquí..que seguimos sin fallar el premio.
Los políticos se preguntan algunas veces qué están haciendo mal, por qué cada vez están causando mas pasotismo e indiferencia en el electorado, pues aquí tienen ustedes la respuesta, ningunean a los ciudadanos de manera impresentable.
Espero, que para los actos del ……de atletismo del 2010,los actos de conmemoración de nuestra s Cortes de Cádiz, y todo lo que venga detrás, no embauquen ustedes a los ciudadanos y sobre todo recuerden que las próximas elecciones están cerca, MUY CERCA, y estoy dispuesto a hacer campaña codo con codo con ustedes. Su pueblo los juzgará.

FDO. Un ciudadano desolado.

Los hombres de Riego



Fernando VII ha pasado a la historia como el peor de los reyes que ha tenido España, no por su forma de gobernar -que también-, sino por su traiciones y su mala calaña. La lista de víctimas es larga: la encabeza su propio padre, Carlos IV, y en ella podemos encontrar a aquellos que le apoyaron en su conspiración para hacerse con el trono y a quienes acabó delatando; a los liberales que habían derramando su sangre contra los franceses para que él -«El Deseado»- se sentase en el trono patrio; a las potencias extranjeras que le habían ayudado a recuperarlo años después y, en fin, a todos sus súbditos, a los que engañó jurando la Constitución de Cádiz para prohibirla más tarde. Y aún tuvo tiempo antes de morir de dejarnos como herencia una guerra civil cuyas secuelas duraron más de siglo y medio. Hoy vamos a recordar desde aquí a tres personajes de las Cuencas que dedicaron su juventud a luchar para que él volviese a reinar en España y su madurez a escapar de la persecución con la que les pagó por sus ideas liberales. Son Antonio Posada Rubín de Celis, allerano; Bernardo Valdés Hevia y Argüelles, lavianés, y Francisco Baqueros Fernández, lenense. El primero tuvo más suerte y llegó a ser arzobispo, los otros dos eran militares y vieron truncadas sus carreras por defender a la Constitución de Cádiz. A pesar de los años transcurridos, ellos también forman parte de la peripecia histórica de esta tierra. Situémonos en el mes de mayo de 1808. los franceses ocupan Madrid y se llevan a la familia real, allí ya están el rey Carlos IV y su hijo Fernando, el Príncipe de Asturias, pero el pueblo reacciona para detener la marcha de los últimos infantes y armado con todo aquello que pueda servir para el ataque se enfrenta al invasor: la Guerra de la Independencia ha comenzado. En la capital se encontraba en aquel momento Antonio Posada Rubín de Celis, un prestigioso predicador de 40 años, vecino de Soto de Aller, que aprovechó su púlpito de la colegiata de San Isidro, donde era presidente de la Academia de Ciencias Eclesiásticas, para llamar a los patriotas a la resistencia (no sabía que Fernando VII prohibiría más tarde esta congregación). Entre tanto, por todo el país se iban formando milicias de voluntarios y en ellas se integraron los otros dos protagonistas de hoy. En Pola de Lena Francisco Baqueros Fernández, que entonces tenía 20 años, se sumó a las tropas que iban a combatir en Balmaseda (Vizcaya) y Espinosa de los Monteros (Burgos), dos derrotas que le sirvieron para aprender y seguir luchando como oficial en Galicia, Santander, Asturias y León. Por su parte, Bernardo Valdés Hevia, nacido en Laviana en 1777, pudo organizar a sus expensas en el mismo mes de mayo una partida de 315 hombres que integró en el regimiento Covadonga para recorrer con ellos León y Valladolid. Precisamente una de sus primeras misiones fue la de reorganizar a las tropas afectadas por los desastres en los que había participado Francisco Baqueros. El del Nalón destacó pronto por su valor luchando sin cesar por todo el Norte y combatió en 1811 en Torrelavega a las órdenes de Juan Díaz Porlier, «El Marquesito»É hasta que el escorbuto le obligó a buscar la salud en su pueblo natal. Cuando llegó la paz, el destino de los tres siguió diferentes caminos hasta que el alzamiento de Rafael de Riego en 1820 volvió a unirlos en la misma lucha. El rebelde de Tineo, necesitando el apoyo de eclesiásticos progresistas para su causa, nombró a Rubín de Celis consejero de Estado y de paso le propuso para el Obispado de Cartagena y el Papa Pío VII, informado de su prestigio, accedió a la petición -la única que aceptó entre las cinco que llegaron al Vaticano desde España. Tras la ejecución de Riego en 1823, Rubín de Celis volvió a ser perseguido por haber colaborado con el Gobierno liberal y su conducta fue calificada de escandalosa por la jerarquía, así que tuvo que dimitir y exiliarse en Roma y Francia. Por fin pudo acogerse a la amnistía de María Cristina y siguió su brillante carrera política y religiosa teniendo, entre otros, los cargos de procurador y obispo de Murcia, prócer y senador vitalicio por la provincia de Oviedo y, por último, arzobispo de Valencia y Toledo y patriarca de las Indias. En Soto de Aller aún puede verse el gran palacio que construyó y que luego pasó a manos del marqués de San Feliz. Antonio Posada Rubín de Celis nunca llegó a estrenarlo y en el Museo Arqueológico Provincial se exhibe el escudo con sus armas que estaba destinado a aquella fachada. Por cierto, en el expediente que se conserva en el archivo del Senado se comunica su muerte el 22 de noviembre de 1851 y no de 1853, como figura en sus reseñas biográficas. En cuanto a Bernardo Valdés Hevia, al que por sus ideas se le había reducido la paga al mínimo en 1816, volvió también a la actividad apoyando a Riego y llegó a teniente coronel destacando en los combates contra las partidas absolutistas que campaban por el sur de Asturias. Como sus compañeros también cayó en desgracia con el triunfo de los realistas en 1823 y tuvo que volver a su retiro de Laviana, donde en 1827 recibió la noticia de que había sido declarado «impurificado» y su asignación rebajada de nuevo. Fue diputado provincial en varias ocasiones y antes de cerrar su vida aún tuvo tiempo de luchar contra la expedición absolutista del general carlista Gómez (al que dedicamos hace tiempo otra de estas pequeñas crónicas); también estuvo entre los liberales derrotados en la batalla del Puente de Soto de Rivera el 7 de julio de 1836. Luego no volvió a coger las armas y su final, destinado sólo a cargos burocráticos, se pierde en el humo de la historia. Nos queda el tercer hombre, que es también el que tiene una biografía más apasionante. Francisco Baqueros Fernández acabó la guerra como teniente y fue destinado a un cuartel de La Coruña; allí denunció las malas condiciones de vida de los cuarteles y se unió en 1815 al pronunciamiento de Juan Díaz Porlier. Su papel en aquella acción fue la de arrestar al capitán general de aquella provincia y lógicamente, tras el fracaso de la asonada, fue detenido y juzgado. La condena le enviaba casi cinco años a la cárcel, por lo que, en cuanto tuvo ocasión, intentó la fuga, pero no pudo ir muy lejos porque se hirió en una mano y fue detenido de nuevo. Esta vez la pena fue superior: 10 años en Melilla, pero Riego anuló su condena y le rehabilitó en su carrera militar. De nuevo en Lena, participó en la persecución de realistas y estuvo al mando de los Voluntarios Escopeteros de Asturias, pero, como ya hemos visto, en 1823 el fin del Trienio Constitucional trajo de nuevo la persecución de los liberales y él decidió refugiarse en Portugal. Francisco Baqueros, revolucionario nato, no tardó en participar en la guerra civil lusa del lado de los liberales; luego sabemos que fue a Inglaterra, como otros asturianos ilustres, y volvió de nuevo a Lisboa para luchar por los derechos dinásticos del duque de Braganza y su hija María Gloria. En la década de los treinta, le encontramos de nuevo en Asturias, esta vez persiguiendo carlistas y en 1834 detuvo y mandó fusilar al cabecilla segoviano Facundo Vitoria en Mieres, en lo que constituye uno de los episodios oscuros de la historia del Caudal que aún están pendiente de investigación. Todavía vivió más epopeyas: el 12 de septiembre de 1840, de nuevo en Galicia, se pronunció con el Batallón franco, la Milicia Nacional y un grupo de voluntarios a favor de Espartero y fue recompensado con el nombramiento de comandante militar de La Coruña, luego siguió por tierras gallegas y, tres años más tarde, tuvo que volver a Asturias para reprimir una revuelta antiesparterista, después ya no sabemos nada más de él. En fin, tres hombres y tres vidas. Tres luchadores por la libertad que merecen el homenaje de sus pueblos respectivos. Ahora que está de moda la recuperación de la memoria histórica, ellos deben ocupar el lugar que nunca han tenido en nuestra historia. Más vale tarde que nunca.

Real Decreto de nombramiento de Ciudad con el nombre de San Fernando (CÁDIZ).

Don Fernando VII, por la gracia de Dios, y por la Constitución de la Monarquía Española, Rey de las Españas, y en su ausencia y cautividad, la Regencia del Reino, nombrada por las Cortes generales y extraordinarias, a todos los que la presente vieren y entendieren, saber: Que las Cortes han decretado lo que sigue:
"Las Cortes, teniendo consideración a los distinguidos servicios y recomendables circunstancias de la Villa de la Real Isla de León, y a que en ella se instalaron Las Cortes Generales y Extraordinarias, han venido en concederle el título de Ciudad, con el nombre de San Fernando. Lo que tendrá entendido la Regencia del Reino para su cumplimiento, y lo hará imprimir, publicar y circular".
Dado en San Fernando a 27 de Noviembre, de 1813.

HOMOSEXUALES EN CUBA

HOMOSEXUALES EN CUBA: LOS ETERNOS PERSEGUIDOS DEL CASTRISMO

¿Dejaría el cubano de bailar con Willy Chirino si alguien les dijera que este gallo es homosexual? ¿Le quitarían el título de reina de la salsa a Celia Cruz si alguien demostrara que ella es un transexual? ¿No hacen uso orgulloso de la música de Ernesto Lecuona, o de Ignacio Villa (Bola de Nieve) todos los cubanos desperdigados por el mundo? ¿No disfrutan con la lectura de Lezama Lima, Reinaldo Arenas y Calvert Casey todos aquellos que gustan de las buenas obras literarias? ¿Quién no ha visto y admirado algún film del inmejorable Nestor Almendros? ¿No son acaso suficientemente bellos y altamente codiciados los cuadros de Amelia Peláez y Cervando Cabrera Moreno? Entonces, ¿por qué tanto desprecio contra los homosexuales? ¿Tiene alguien miedo a que se le pegue la homosexualidad?
Hace más de un año desertaron en Suiza 2 miembros de la delegación cubana que asistió al Congreso Mundial del SIDA en Ginebra. Para la seguridad del estado cubano, abandonaron la causa socialista dos gusanos más, pero para Fidel, ello era una pérdida irreparable: perdía dos ratas con las que experimentaba en su macabro laboratorio antihumano. Sin embargo, no voy a hablar aquí de la aterradora historia de estos cubanos pues sé que su dolor necesita de algún tiempo y mucho espacio para ser narrada, pero si quiero alertar sobre una pesadilla que, aún sin terminar, lleva varios años ocurriendo e ignorada.
Muchas veces, cuando un cubano llega a Suiza y entabla contacto con los ciudadanos de este país, hay un tema que como aperitivo indigesto nos obligan a tocar. Es además, una de las razones por la cual algunos suizos sienten todavía cierta simpatía por la revolución cubana. Ese tema, es el de la salud pública, que para muchos significa la atención médica gratuita de toda una sociedad, pero que no es más que la propaganda dirigida a hacer creer a los poseedores de un seguro médico helvético de que en Cuba la salud está garantizada. Sin embargo, la historia del SIDA en Cuba puede ser vital al demostrar que esa atmósfera de encanto es en realidad una tiniebla, y que por ella son muchos los que no pueden ver todo lo que hay detrás de contaminado y cuestionable.
Cuando se supo que el escritor Reinaldo Arenas estaba enfermo de SIDA, muchos de los comentarios emitidos por la UNEAC estaban encaminados a demostrar que la desgracia del escritor era un lógico y merecido castigo por su homosexualidad. Los hubo incluso que llegaron a afirmar que todos los que siguieran sus pasos correrían la misma suerte, y que sólo aquellos que mantuvieran su fidelidad a la causa socialista escaparían a ese mal. O sea, el SIDA, era un mal ajeno a los homosexuales revolucionarios y resultaba, por obra y gracia del castrismo, una enfermedad políticamente curable. Poco tiempo después, el virus apareció en Cuba de forma masiva, pero no por el libertinaje homosexual como muchos intentaron entonces acuñar, sino por el retorno de los miles de internacionalistas que llegaban infectados desde Angola.
La primera medida represiva que tomó Fidel ante la dimensión desconocida de la enfermedad fue la de encerrar en un campo de concentración a las afueras de Santiago de las Vegas a un pequeño grupo de prostitutas y homosexuales que, según la prensa, llevaban una "vida inmoral y disipada con turistas". Pero como que el virus había entrado como una invasión junto a las fuerzas armadas desde Angola, una avalancha a modo de revancha vino a contaminar (como ironía del destino), no sólo a los homosexuales, sino a muchos de los soldados y oficiales más galardonados del país. A tal nivel llegó el auge de los sodomitas uniformados del MINFAR, que los sidatorios (así se les llamó a los campos de concentraron para los enfermos) se decuplicaron.
Luego, surgió la propaganda televisada que hacía creer a la población que aquellos enjaulados se la pasaban bien, que comían maravillas y que vivían de lo mejor. Según la lluvia informativa del gobierno, cada enfermo tenía una habitación privada y gozaba del respeto de las autoridades sanitarias. Pero cuando las autoridades intentaron convencer al mundo de que aquella reconcentración era humana, ya muchos en La Habana se infectaban ellos mismos para ser internados en los campos donde al menos fornicar estaba permitido. Corría entonces la década del 80 y La Habana, que nunca había sido una ciudad famosa por el comercio de la carne durante su etapa republicana, se hizo, por decreto revolucionario, el mercado carnal y homosexual más grande del mundo socialista.
Muchos son los europeos que desconocen que el origen de los campos de concentración y exterminio comenzaron en Cuba en 1896, pero muchos más no saben que en ellos perdieron la vida miles de cubanos. Admitirán tal vez que en Cuba se estrenó por primera vez en la historia de la humanidad esa cruel iniciativa. Pero ni soñando creerían que fue puesta en práctica por orden de un militar español llamado Valeriano Weyler (1838-1930) y a cuyas órdenes también asesinaba, con los grados de lugarteniente, el padre de Fidel. Quizás sepan los que apoyan aún la "Cuba Socialista" que aquella experiencia fue empleada luego en Sudáfrica, Europa y Vietnam, pero jamás sospecharían que volvió a la isla como una aptitud heredada de un gallego con barba. Y efectivamente, a los métodos de exterminio físico y social que Fidel Castro llevó a cabo contra miles de cubanos por causas políticas desde 1959, hubo que sumar desde entonces la reconcentración forzada de los seropositivos a finales del 80.
En febrero de 1988, cuando se llevó a cabo en todo el país un masivo control sanitario en busca de todos los ciudadanos libres que aún portaran el virus, el objetivo del gobierno no era el de atender gratuitamente a esa población afectada, sino el de utilizarla como excusa por la cacería de homosexuales que habían iniciado desde 1963. Fue ese año en el que quedaron saturados los campos de concentración a las afueras de La Habana, pero no sólo con los homosexuales infectados, sino con algunos sanos a los que también diagnosticaron contagiados. O sea, contagiados de libertad sexual a los que había que reprimir a golpes y a escondidas. A los que se hacía necesario aislar de la población heterosexual y la familia, pero sobre todo, a los que utilizarían para probar todo tipo de medicamentos sin pensar en el derecho humano. Fidel Castro, el líder de la salud pública gratuita, quería obtener resultados médicos antes que los americanos, pues si ello ocurría, la venta de la vacuna probada en el cubano lo enriquecería de inmediato.
En Junio de 1998, después que muchos de los campos de concentración ya habían cerrado por la ausencia de recursos para investigar en ellos, el gobierno de Castro se vio obligado a traer a Congreso Mundial del SIDA en Ginebra a un grupo de enfermos cubanos para mostrarlos como los mejores conejillos que aún quedaban en las indias. Así es que llegan a Suiza el especialista en radiología del Instituto Pedro Kourí y un filólogo interesado en el teatro. Dos pacientes que sobrevivían en Cuba gracias a las medicinas que les enviaban sus familias desde el exterior, pero que debían leer una cartilla preparada y muy distinta de su realidad. En otras palabras, ellos debían reafirmar los magníficos cuidados que habían recibido del gobierno revolucionario del que ahora decidían desertar a pesar de su bondad y magnánima atención.
Al igual que los homosexuales, hay en Cuba y en el exilio otro grupo de individuos a los que sus ideas y profesión no les permite clasificar de "machos puros". Ellos, son también un buen ejemplo a los que acudir en busca del horror gratuito que les dio Fidel. Un tirano que no se ocupa tan siquiera de acoger en un albergue a los mendigos que pululan por las calles de La Habana, pero que viene a Suiza a hablar de democracia y demostrarnos que su gobierno es un enfermo deficitario de ética y carente por completo de moral. Por tener un dictador así, hoy también piden asilo en Suiza más de una docena de cubanos a los que la revolución socialista de Fidel les negó su libertad. Por ello, están aquí, y a la espera de alguna protección, músicos como Abdiel Montes de Oca, un magnífico pianista de música culta cubana, o gerentes de turismo como Orlando Alonso Avila, al que la nostalgia impone exquisitas recetas culinarias de una Cuba sin Fidel.
El costo con que el gobierno cubano ha asumido en la concentración de los enfermos de SIDA está incluido en el mismísimo presupuesto con que costea los hospitales psiquiátricos para disidentes políticos. Por eso, la gratuidad de la salud en Cuba es tan discutible como los objetivos que persigue. En aquella hermosa isla todo el que aspire a llevar la vida a cuestas debe pagarla antes con mentiras o silencio. Unicamente así, encarcelando a los enfermos, es que le resulta posible a Fidel Castro contar con una reserva de sexo saludable que ofrecer a los turistas. Turistas que le enferman el rebaño, pero que al pagarle en dólares no le inhiben su gestión de chulo.
La humana obsesión que todos los enfermos del SIDA tienen por salvar su vida resulta todo un martirio cuando son tratados sin respeto, sin derechos sociales y sin ningún afecto. Para los cubanos que desgraciadamente portan el virus del HIV, la segregación resulta un segundo purgatorio dentro del castrismo. Los enfermos, condenados antaño a un espacio colectivo, hoy sufren la prisión domiciliaria bajo la supervisión estricta de los médicos de familia (reciclados como comisarios de la salud y el orden sexual), los Comité de Defensa de la Revolución, y otros órganos al servicio del régimen. El tiempo que han pasado encerrados los sobrevivientes de esta atrocidad, o la tristeza que padecieron los que han muerto, más que una crítica aislada, merecen una denuncia internacional.
En momentos en que la comunidad internacional ha aprobado la creación de un tribunal para juzgar los crímenes contra la humanidad, creo que ha llegado la hora de darles, sino el primero, un trabajo necesario. Juzguen a Fidel Castro del holocausto cubano. Que purgue por los 20`000 fusilamientos que ejecutó sin juicio en Cuba entre 1959 y 1999. Que pague por la vida de más de 60`000 ahogados en el Estrecho de la Florida entre 1959 y 1994. Que responda por la muerte de todos los asesinados en las 26 guerras que patrocinó en Asia, Africa y América. Pero por encima de todo, que sea declarado culpable y que cumpla sentencia por encerrar en campos de concentración y en hospitales psiquiátricos a miles y miles de cubanos a los que condenó a muerte por enfermedad y hambre, y sólo, porque tenían una orientación sexual o política un tanto distinta que la suya.

CHURCHILL EN CUBA

Cuando Churchill se "empotró" con las tropas españolas en Cuba
Manuel R. Ortega


Churchill con el uniforme del 4º de Húsares. El viaje a Cuba, sus opiniones sobre los mambíses y la condecoración española situarían al joven oficial en el centro de la polémica.

El fenómeno de los periodistas "encamados" no es nuevo. En 1898 un joven cadete británico, con ansias periodísticas y desmedido afán de protagonismo, acompañó a un contingente español.30 de abril de 2006. La idea de visitar las operaciones militares españolas contra los mambíses caló en Winston Churchill casi un año después de graduarse en la Escuela Militar de Sandhurst, acontecimiento que tuvo lugar en diciembre de 1894. Poco después, Churchill había ingresado como alférez en el 4º Regimiento de Húsares, una unidad que, por cierto, había combatido en la Guerra Peninsular –de Independencia para los españoles–, la Primera Guerra Afgana y la Guerra de Crimea. Apenas unos meses después de su incorporación, a finales de febrero de 1895, los dirigentes independentistas cubanos llevaron a cabo una nueva insurrección. El general Emilio Calleja, capitán general de Cuba, subestimó las fuerzas de sus adversarios. Sin embargo, el desembarco en la isla de los caudillos mambíses José Martí, Máximo Gómez y los hermanos Antonio y José Maceo galvanizó a los rebeldes de tal modo que la insurrección alcanzó cotas alarmantes para Madrid. De resultas de aquello, el liberal Práxedes Mateo Sagasta envió un contingente de mas de 8.000 hombres como refuerzo a la guarnición militar de la isla caribeña, presentando poco después su dimisión y siendo sustituido por el conservador Antonio Cánovas del Castillo.Como primera medida, Cánovas nombró nuevo capitán general al general Arsenio Martínez Campos, muy familiarizado con Cuba. Al fin y al cabo, Martínez Campos había puesto fin a la insurrección en 1878 combinando los hechos de armas con una hábil estrategia de negociación que se saldó con una mayor autonomía cubana y una paz que se había mantenido durante siete años. No obstante, el flamante capitán general llegó a La Habana pensando en utilizar una estrategia similar, que en esta ocasión se reveló inoportuna. Él mismo indicaría a Canovas la crítica situación en que se encontraba el Ejército español y recomendaría su relevo por Valeriano Weyler, quien atajaría la rebelión con las medidas drásticas que requería la situación.Dos jóvenes británicos en CubaEn este contexto, Churchill y un compañero, Reginald Barnes, conocido como Reggie, llegaron a la isla a finales de noviembre. Apenas unos días después, el 28 de noviembre, fueron encamados a una columna comandada por el general Álvaro Suárez Valdés. Este alto mando de origen asturiano, cuya carrera también estaba estrechamente ligada a Cuba –recién graduado de la Academia de Toledo, con 19 años, había sido enviado a dicho destino, donde serviría posteriormente en otras dos ocasiones–, había llegado desde la Península en febrero de 1895, tras proclamarse el nuevo conato rebelde.Suárez Valdés recibió a Churchill y a Barnes en su destacamento. Durante una semana, los dos jóvenes oficiales británicos, destacados como observadores militares, tuvieron ocasión de acompañar a los efectivos del general en su lucha contra una partida de 4.000 mambíses. Precisamente, estando en el teatro de operaciones, el 30 de noviembre, Churchill celebró su 21 cumpleaños. En total, la estancia de ambos en Cuba no habría llegado a más de 15 días.Una polémica campaña de autobomboNo obstante, los acontecimientos cubanos incidieron en el inicio de la carrera militar, periodística y política del joven Churchill, de quien el también periodista e historiador de los corresponsales de guerra Philip Knightley ha señalado que buscaba autopromocionarse en dichos comienzos. Un autobombo que cobraría mayor grado en la campaña de Sudán y en la Guerra de los Bóers. Pero sin adelantar acontecimientos, la estancia en Cuba supuso una intensa polémica en la prensa británica y estadounidense, por lo general alineada de forma descarada con los rebeldes. Churchill tuvo que explicarse, especialmente al conocerse que el alto mando español en Cuba había solicitado para él –y para Barnes– la concesión de la Cruz Roja al Mérito Militar. "No he disparado un solo tiro de revólver. He sido miembro del Estado Mayor del general Valdés por cortesía, y soy condecorado con la Cruz Roja únicamente por cortesía", aseguró a los medios de comunicación.Y es que la propuesta de concesión fue cursada el 6 de diciembre de 1895 y concedida el 25 de enero de 1896 para ambos huéspedes del general Suárez Valdés. El asunto resultó mucho más polémico si se tiene en cuenta que el principal periodista británico en la isla, el corresponsal del Times Hubert Howard, exprimía sus simpatías por la causa de Maceo y Martí en sus crónicas. Punto de vista secundado por la mayoría de sus colegas y de la opinión pública británica. Precisamente, y sin ocultar sus críticas a la autoridad española, Churchill, que aprovechó el viaje para ganarse algún dinero publicando algunas crónicas y análisis sobre la situación cubana, daba una versión sobre ésta mucho más alternativa. El 15 de febrero de 1896 aseguraba en la Saturday Review que "la victoria rebelde ofrece poco bueno al Mundo en general o a Cuba en particular, insistiendo en que "aunque la Administración española sea mala, un gobierno cubano sería peor, igualmente corrupto, más caprichoso y muchísimo menos estable". Vistos los epítetos dedicados a la presencia de España en Cuba, las opiniones de Churchill lo situaban como un raro pro-español en aquél momento.Sin embargo, el propio Churchill consideraba que la situación cambiaba diametralmente si en lugar de tomar las riendas los rebeldes cubanos, éstas eran asumidas por unos Estados Unidos en plena expansión imperialista. Así fue. Casi tres años después de su estancia en Cuba, a medio camino entre el observador militar y el periodista, aseguraba al Morning Post en su edición del 15 de julio de 1898: "América puede dar paz a los cubanos". De Cuba, además de su afición por la siesta y los habanos, Churchill sacó en claro una campaña de autopromoción impagable, la Cruz Roja al Mérito Militar y la Medalla de la Campaña de Cuba, concedida por el Gobierno español en 1914, ya siendo Lord del Almirantazgo, tras su aprobación por aquél.