martes, septiembre 12, 2006

HOMOSEXUALES EN CUBA

HOMOSEXUALES EN CUBA: LOS ETERNOS PERSEGUIDOS DEL CASTRISMO

¿Dejaría el cubano de bailar con Willy Chirino si alguien les dijera que este gallo es homosexual? ¿Le quitarían el título de reina de la salsa a Celia Cruz si alguien demostrara que ella es un transexual? ¿No hacen uso orgulloso de la música de Ernesto Lecuona, o de Ignacio Villa (Bola de Nieve) todos los cubanos desperdigados por el mundo? ¿No disfrutan con la lectura de Lezama Lima, Reinaldo Arenas y Calvert Casey todos aquellos que gustan de las buenas obras literarias? ¿Quién no ha visto y admirado algún film del inmejorable Nestor Almendros? ¿No son acaso suficientemente bellos y altamente codiciados los cuadros de Amelia Peláez y Cervando Cabrera Moreno? Entonces, ¿por qué tanto desprecio contra los homosexuales? ¿Tiene alguien miedo a que se le pegue la homosexualidad?
Hace más de un año desertaron en Suiza 2 miembros de la delegación cubana que asistió al Congreso Mundial del SIDA en Ginebra. Para la seguridad del estado cubano, abandonaron la causa socialista dos gusanos más, pero para Fidel, ello era una pérdida irreparable: perdía dos ratas con las que experimentaba en su macabro laboratorio antihumano. Sin embargo, no voy a hablar aquí de la aterradora historia de estos cubanos pues sé que su dolor necesita de algún tiempo y mucho espacio para ser narrada, pero si quiero alertar sobre una pesadilla que, aún sin terminar, lleva varios años ocurriendo e ignorada.
Muchas veces, cuando un cubano llega a Suiza y entabla contacto con los ciudadanos de este país, hay un tema que como aperitivo indigesto nos obligan a tocar. Es además, una de las razones por la cual algunos suizos sienten todavía cierta simpatía por la revolución cubana. Ese tema, es el de la salud pública, que para muchos significa la atención médica gratuita de toda una sociedad, pero que no es más que la propaganda dirigida a hacer creer a los poseedores de un seguro médico helvético de que en Cuba la salud está garantizada. Sin embargo, la historia del SIDA en Cuba puede ser vital al demostrar que esa atmósfera de encanto es en realidad una tiniebla, y que por ella son muchos los que no pueden ver todo lo que hay detrás de contaminado y cuestionable.
Cuando se supo que el escritor Reinaldo Arenas estaba enfermo de SIDA, muchos de los comentarios emitidos por la UNEAC estaban encaminados a demostrar que la desgracia del escritor era un lógico y merecido castigo por su homosexualidad. Los hubo incluso que llegaron a afirmar que todos los que siguieran sus pasos correrían la misma suerte, y que sólo aquellos que mantuvieran su fidelidad a la causa socialista escaparían a ese mal. O sea, el SIDA, era un mal ajeno a los homosexuales revolucionarios y resultaba, por obra y gracia del castrismo, una enfermedad políticamente curable. Poco tiempo después, el virus apareció en Cuba de forma masiva, pero no por el libertinaje homosexual como muchos intentaron entonces acuñar, sino por el retorno de los miles de internacionalistas que llegaban infectados desde Angola.
La primera medida represiva que tomó Fidel ante la dimensión desconocida de la enfermedad fue la de encerrar en un campo de concentración a las afueras de Santiago de las Vegas a un pequeño grupo de prostitutas y homosexuales que, según la prensa, llevaban una "vida inmoral y disipada con turistas". Pero como que el virus había entrado como una invasión junto a las fuerzas armadas desde Angola, una avalancha a modo de revancha vino a contaminar (como ironía del destino), no sólo a los homosexuales, sino a muchos de los soldados y oficiales más galardonados del país. A tal nivel llegó el auge de los sodomitas uniformados del MINFAR, que los sidatorios (así se les llamó a los campos de concentraron para los enfermos) se decuplicaron.
Luego, surgió la propaganda televisada que hacía creer a la población que aquellos enjaulados se la pasaban bien, que comían maravillas y que vivían de lo mejor. Según la lluvia informativa del gobierno, cada enfermo tenía una habitación privada y gozaba del respeto de las autoridades sanitarias. Pero cuando las autoridades intentaron convencer al mundo de que aquella reconcentración era humana, ya muchos en La Habana se infectaban ellos mismos para ser internados en los campos donde al menos fornicar estaba permitido. Corría entonces la década del 80 y La Habana, que nunca había sido una ciudad famosa por el comercio de la carne durante su etapa republicana, se hizo, por decreto revolucionario, el mercado carnal y homosexual más grande del mundo socialista.
Muchos son los europeos que desconocen que el origen de los campos de concentración y exterminio comenzaron en Cuba en 1896, pero muchos más no saben que en ellos perdieron la vida miles de cubanos. Admitirán tal vez que en Cuba se estrenó por primera vez en la historia de la humanidad esa cruel iniciativa. Pero ni soñando creerían que fue puesta en práctica por orden de un militar español llamado Valeriano Weyler (1838-1930) y a cuyas órdenes también asesinaba, con los grados de lugarteniente, el padre de Fidel. Quizás sepan los que apoyan aún la "Cuba Socialista" que aquella experiencia fue empleada luego en Sudáfrica, Europa y Vietnam, pero jamás sospecharían que volvió a la isla como una aptitud heredada de un gallego con barba. Y efectivamente, a los métodos de exterminio físico y social que Fidel Castro llevó a cabo contra miles de cubanos por causas políticas desde 1959, hubo que sumar desde entonces la reconcentración forzada de los seropositivos a finales del 80.
En febrero de 1988, cuando se llevó a cabo en todo el país un masivo control sanitario en busca de todos los ciudadanos libres que aún portaran el virus, el objetivo del gobierno no era el de atender gratuitamente a esa población afectada, sino el de utilizarla como excusa por la cacería de homosexuales que habían iniciado desde 1963. Fue ese año en el que quedaron saturados los campos de concentración a las afueras de La Habana, pero no sólo con los homosexuales infectados, sino con algunos sanos a los que también diagnosticaron contagiados. O sea, contagiados de libertad sexual a los que había que reprimir a golpes y a escondidas. A los que se hacía necesario aislar de la población heterosexual y la familia, pero sobre todo, a los que utilizarían para probar todo tipo de medicamentos sin pensar en el derecho humano. Fidel Castro, el líder de la salud pública gratuita, quería obtener resultados médicos antes que los americanos, pues si ello ocurría, la venta de la vacuna probada en el cubano lo enriquecería de inmediato.
En Junio de 1998, después que muchos de los campos de concentración ya habían cerrado por la ausencia de recursos para investigar en ellos, el gobierno de Castro se vio obligado a traer a Congreso Mundial del SIDA en Ginebra a un grupo de enfermos cubanos para mostrarlos como los mejores conejillos que aún quedaban en las indias. Así es que llegan a Suiza el especialista en radiología del Instituto Pedro Kourí y un filólogo interesado en el teatro. Dos pacientes que sobrevivían en Cuba gracias a las medicinas que les enviaban sus familias desde el exterior, pero que debían leer una cartilla preparada y muy distinta de su realidad. En otras palabras, ellos debían reafirmar los magníficos cuidados que habían recibido del gobierno revolucionario del que ahora decidían desertar a pesar de su bondad y magnánima atención.
Al igual que los homosexuales, hay en Cuba y en el exilio otro grupo de individuos a los que sus ideas y profesión no les permite clasificar de "machos puros". Ellos, son también un buen ejemplo a los que acudir en busca del horror gratuito que les dio Fidel. Un tirano que no se ocupa tan siquiera de acoger en un albergue a los mendigos que pululan por las calles de La Habana, pero que viene a Suiza a hablar de democracia y demostrarnos que su gobierno es un enfermo deficitario de ética y carente por completo de moral. Por tener un dictador así, hoy también piden asilo en Suiza más de una docena de cubanos a los que la revolución socialista de Fidel les negó su libertad. Por ello, están aquí, y a la espera de alguna protección, músicos como Abdiel Montes de Oca, un magnífico pianista de música culta cubana, o gerentes de turismo como Orlando Alonso Avila, al que la nostalgia impone exquisitas recetas culinarias de una Cuba sin Fidel.
El costo con que el gobierno cubano ha asumido en la concentración de los enfermos de SIDA está incluido en el mismísimo presupuesto con que costea los hospitales psiquiátricos para disidentes políticos. Por eso, la gratuidad de la salud en Cuba es tan discutible como los objetivos que persigue. En aquella hermosa isla todo el que aspire a llevar la vida a cuestas debe pagarla antes con mentiras o silencio. Unicamente así, encarcelando a los enfermos, es que le resulta posible a Fidel Castro contar con una reserva de sexo saludable que ofrecer a los turistas. Turistas que le enferman el rebaño, pero que al pagarle en dólares no le inhiben su gestión de chulo.
La humana obsesión que todos los enfermos del SIDA tienen por salvar su vida resulta todo un martirio cuando son tratados sin respeto, sin derechos sociales y sin ningún afecto. Para los cubanos que desgraciadamente portan el virus del HIV, la segregación resulta un segundo purgatorio dentro del castrismo. Los enfermos, condenados antaño a un espacio colectivo, hoy sufren la prisión domiciliaria bajo la supervisión estricta de los médicos de familia (reciclados como comisarios de la salud y el orden sexual), los Comité de Defensa de la Revolución, y otros órganos al servicio del régimen. El tiempo que han pasado encerrados los sobrevivientes de esta atrocidad, o la tristeza que padecieron los que han muerto, más que una crítica aislada, merecen una denuncia internacional.
En momentos en que la comunidad internacional ha aprobado la creación de un tribunal para juzgar los crímenes contra la humanidad, creo que ha llegado la hora de darles, sino el primero, un trabajo necesario. Juzguen a Fidel Castro del holocausto cubano. Que purgue por los 20`000 fusilamientos que ejecutó sin juicio en Cuba entre 1959 y 1999. Que pague por la vida de más de 60`000 ahogados en el Estrecho de la Florida entre 1959 y 1994. Que responda por la muerte de todos los asesinados en las 26 guerras que patrocinó en Asia, Africa y América. Pero por encima de todo, que sea declarado culpable y que cumpla sentencia por encerrar en campos de concentración y en hospitales psiquiátricos a miles y miles de cubanos a los que condenó a muerte por enfermedad y hambre, y sólo, porque tenían una orientación sexual o política un tanto distinta que la suya.

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