
De lo segundo, es elocuente su desconfianza sobre los modernos buques de guerra, a los que no veía futuro por su complejidad y por su propio poderío, por lo que concluía que las anticuadas naves de madera resultaban mucho más convenientes y seguras: “La enormidad de sus cañones, parecidos a vorágines de volcanes; la explosión de sus balas, parecidas a los enormes bólidos del espacio; las sacudidas y estremecimientos connaturales a la enorme vibración del buque, hacen que no se puedan calcular muchas veces las operaciones con exactitud y que todo el porvenir de los combates marítimos aparezca como un enigma indescifrable, hasta para los más sabedores de esta difícil y complicada materia. (...) Recuérdese cómo unos pocos barcos de madera hundieron, mandados por un archiduque de Austria, los férreos acorazados itálicos en las funestas aguas de Lissa.
Castelar admiraba a Estados Unidos en muchos aspectos, pero suponía que su Marina era una broma: “... Todo el mundo sabe lo mal dirigidas que están las escuadras yankees; todo el mundo sabe la composición abigarradísirna de sus tripulaciones, que cuentan desde portugueses hasta chinos; todo el mundo sabe la dificultad en sus levas y lo complicado de instrucciones dictadas muchas veces a marinos llegados de luengas tierras, como los antiguos ejércitos del Papa; cebadísimos por el deseo de la merced y el lucro; con escasas condiciones militares...
Quizás esperando una salida militar airosa y, desde luego, contrario a las condiciones que exigía Washington, Castelar rechazaba el arbitraje norteamericano: ‘El pueblo aquel —Estados Unidos— enloquecido sin duda por la fortuna y la prosperidad; habiéndosele subido a la cabeza el mosto nuevo de sus embriagadoras ambiciones; falto en su dementísima neurosis de toda circunspección, pide, como si pidiera lo más hacedero, el reconocimiento por nosotros de la independencia cubana. Y yo pregunto, ¿cuál es el guapo en España que sea osado a poner en litigio, ni por un minuto, la integridad inconsútil del territorio patrio? (...) Nosotros la defenderemos con el verbo de nuestros cañones y la salvaremos con el esfuerzo de nuestros ejércitos. Ningún español reconocerá jamás arbitraje alguno que suponga nuestro deshonor y nuestra mengua".
Consultado por Sagasta a la hora de pactar el armisticio con Estados Unidos, ya perdidas las batallas de Cavite y de Santiago, Castelar se mostró genial: optaba por “La paz, procurando salvar todo cuanto sea posible”. (Textos extraídos de La Ilustración Artística, 1898).