viernes, octubre 06, 2006

LA BATALLA DE KULIKOVO

ASARÁ UNA GENERACIÓN y le sucederá la siguiente; nacerán vidas y acontecerán muertes, pero nadie en el glorioso pueblo de los mongoles podrá olvidar jamás a los guerreros que combatieron contra el príncipe Dmitri en el campo de Kulikovo.
Hasta el mismo momento antes de que comenzara el combate temí que los rusos eludieran el enfrentamiento. Una neblina espesa descendió sobre la llanura y durante un buen tiempo perdimos incluso la posibilidad de contemplar a nuestros adversarios (...) Pero cuando la duda se hacía más dolorosa comenzó a soplar un vientecillo y la niebla se disipó. Lo que entonces apareció ante nuestros ojos fueron los soldados extrañamente ataviados de DmitrL
Aquella visión no nos causó ningún temor. Parecían tan pocos, tan débiles, tan inferiores que sólo sirvió para encender en nuestros corazones un deseo incontenible de arremeter contra ellos y acabar cuanto antes con su intolerable osadía (...).
Sólo cuando las flechas clavadas en los cuerpos enemigos convirtieron el campo en un terreno similar a un trigal cubierto de espigas recibimos la orden de embestir. Las espadas mongolas fueron forjadas para golpear desde una montura, cayendo y cortando vidas a su paso con la misma fuerza que el rayo. En Kulikovo dejaron de manifiesto la sabiduría de aquéllos que las habían creado. Mientras sujetaba las riendas entre los dientes y guiaba mi caballo con el impulso de las piernas, fui deshaciendo los miembros y los cráneos de todos aquéllos que se cruzaban a mi paso. A lo lejos vislumbré a un joven de largas vestiduras grises. Sujetaba entre sus manos.la de un moribundo pero, de repente, la soltó, se puso en pie y se llevó 1a mano a la frente en la ejecución de lo que me pareció un gesto cuyo significado no lograba penetrar. Entonces sucedió algo inesperado. o/
De repente,pareció que el aire -el mismo que sirvió de puente a nuestras flechas tártaras ,se detenía. Los caballos separaron como si les faltara el aliento y,por un.instante, dio la impresión de que los hombres dejaban' su brega. En ese mismo momento --sería la novena hora- cambió la dirección del viento. Si hasta entonces parecía haber empujado a nuestros guerreros al encuentro del enemigo, ahora dio la impresión de que se alzaba como un muro que nos impedía acercarnos a ellos (...).
LO VI EN ESE MISMO INSTANTE. Montaba un caballo negro y en su cabalgada flotaba en el viento su capa de un color azul tan oscuro que casi parecía similar al de su montura. ¿Cuántos hombres lo seguían? No sabría decirlo. No eran muchos. Sin embargo, su irrupción en el campo resultó terrible (...). Sorprendido, contemplé cómo decapitaba de un solo tajo de su espada a dos de mis compañeros y cómo, a continuación, destrozaba el dispositivo con el que habíamos comenzado a cercar. a los hombres de Moscú.
(...) Estábamos tan seguros de nuestra victoria, era tan grande la convicción que nos embargaba de que aquel encuentro se zanjaría con nuestro triunfo que aquel ligero retroceso ocasionado por el hombre de la capa azul oscuro y sus secuaces nos sumió en el más profundo desconcierto. (...) Entonces, aquellos rusos comenzaron a herir los corceles que
montábamos. Con picas, espadas y cuchillas, los desjarretaban y despanzurraban y, una vez que habían derribado a nuestros jinetes, los remataban a golpes.
Mientras, miraba en torno mío, grité con la intención de reagrupar a rnis compañeros. Resultó inútil. (...) Piqué espuelas a micabapo con la intención de llegar hasta aquel joven vestido de ,gris y,por lo menos, destrozarle la cabeza cou:mi espada. No pude conseguirlo. Como si formaran una riada., los guerreros,que retrocedían me ernpujaron en la dirección opuesta.Apenas había reculado unos pasos cuándo descubrú que los rusos nos estaban empujando hacia el río..No tardamos mucho en llegar hasta la orilla y pronto pude contempIar como los nuestros se arrojaban al agua para intentar cruzar la, corriente y ponerse asalvo.(.. )
Entonces volví a vedo. Cojeaba jadeante mientras la sangre se le concentraba en el rostro proporcionándole un tinte rojizo. Esta vez -estaba decidido- .no se salvaría, como había acontecido unos momentos antes.
Extraje una flecha la última- de mi carcaj de cuero y la coloqué sobre el arco. Alcé el arma con cuidado y apunté con atencion. Podía ser el último muerto que ocasionara en mi vida y, por eso,deseaba asegurarme de no fallar. En ese mismo instante, mi cabeza se convirtio en un torbellino. Reconocí que aquel rostro no era otro que el del halcon que en sueños no había podido cazar. También era el del joven al que había clavado una flecha tan solo unos días antes...
Todo mi cuerpo se sintio invadido en ese instante por la sensacion de que no podría darle muerte jamás. Algo extraño -¿alguien quizá?-le otorgaba una proteccion que yo y mis armas éramos incapaces de quebrantar. Aterrado, dejé caer al suelo el arco. (...) Obligué a mi montura a girar sobre sí misma y galopar hacia el río. Ahora era urgente que me pusiera a salvo.
Fuentes:CésarVidal
Extracto de «El yugo de los tártaros» (SM)
LA BATALLA DE KULIKOVO
(Imagen, conmemoración del 625 años de la batalla de Kulikovo)

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