sábado, octubre 27, 2007

EL CID Y EL LEPROSO

uenta la leyenda que, yendo el Cid en peregrinación a Santiago de Compostela, al llegar a un vado, un leproso le rogó que le pasara al otro lado. Rodrigo tuvo compasión: le subió a su mula y le llevó con él. Por la noche le hizo comer en su propia escudilla y luego se acostó junto a él, envueltos ambos en la misma capa. A media noche, se apercibió de que el leproso había desaparecido; en esto que se le apareció un hombre vestido de blanco.
¿Duermes, Rodrigo? - le preguntó.
- No duermo; pero ¿quién eres tú que tanta claridad difundes?

- Soy San Lázaro, el leproso quien has hecho tanto bien y en recompensa de ello cada vez que sientas un soplo como el de esta noche, sea señal de que llevarás a feliz remate las cosas que emprendas. Tu fama crecerá de día en día, te temerán moros y cristianos, serás invencible y morirás con honra”.

Rubén Darío se hizo eco en sus versos de esta leyenda:

“Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,
por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano,
le detiene un leproso.
Frente afrente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, el joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y ponzoña.
Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
‘Oh, Cid, una limosna” dice el precito. ‘Hermano,
te ofrezco la desnuda limosna de mi mano’
dice el Cid y quitándose su férrero guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.”(... El Cid obtiene una recompensa)

“Y fue al Cid y le dijo:’alma de amor y fuego,
por Jimena y por Dios un regalo te entrego;
esta rosa naciente y este fresco laurel’
Y el Cid sobre su yelmo las frescas hojas siente:
en su guante de fierro hay una flor naciente,
y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel."
(Rubén Darío, Cosas del Cid)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué interesante la leyenda, Nelson, no la había leído antes
Tengo otra, por si no la conocías.
Su nombre era Fleming y era un pobre agricultor inglés.
Un día, mientras trataba de ganarse la vida para su familia, escuchó a alguien pidiendo ayuda desde un pantano cercano.
Inmediatamente soltó sus herramientas y corrió hacia el pantano.
Allí, enterrado hasta la cintura en el lodo, estaba un niño aterrorizado, gritando y luchando tratando de liberarse.
Fleming salvó al niño.
El siguiente día, un carruaje muy pomposo llegó hasta los predios del agricultor.
Un noble inglés, elegantemente vestido, se bajó del vehículo y se presentó a sí mismo como el padre del niño que Fleming había salvado.
Yo quiero recompensarlo, dijo el noble inglés. Usted salvó la vida de mi hijo.
No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice.
En ese momento el propio hijo del agricultor salió a la puerta de la casa de la familia.
-¿Es ese su hijo? preguntó el noble inglés.
-Sí -, respondió el agricultor lleno de orgullo.
-Le voy a proponer un trato. Déjeme llevarme a su hijo y ofrecerle una buena educación.
Si él es parecido a su padre crecerá hasta convertirse en un hombre del cuál usted estará muy orgulloso.
El agricultor aceptó.
Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming el agricultor se graduó de la Escuela de Medicina de St. Mary' s Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje conocido a través del mundo, el notorio Sir Alexander Fleming, el descubridor de la Penicilina.
Algunos años después, el hijo del noble inglés, cayó enfermo de pulmonía.
¿Que lo salvó? La Penicilina.
¿El nombre del noble inglés? Randolph Churchill.
¿El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.
Alguien dijo una vez: Siempre recibimos a cambio lo mismo que ofrecemos.
Un beso, Nelson.
Zinthia