domingo, octubre 01, 2006

LOS AHORCADOS DE LA PLAZA MURILLO-BOLIVIA

l 21 de julio de 1946, una enorme y desenfrenada muchedumbre de indios y mestizos tomó por asalto el palacio del Gobernador, en La Paz. El Presidente de la República, Gualberto Villarroel, fue arrancado de su despacha a. pesar de una breve y desesperada resistencia de su guardia. Las amotinados le despojaron de sus vestiduras y le colgaron cabeza abajO' de una farola, baja el mismo balcón de la Presidencia. Su edecán, llamado Vallivian, un secretario llamado Uría, y otros dos a tres colaboradores de Villarroel fueron muertos igualmente y colgados de la misma ignominiosa manera, en otros tantos reverberos de la plaza. de Murillo. Esta escena de violencia ponía fin a cinco jornadas de motines populares. En las calles de la capital boliviana se recogieron, por lo menos, dos mil muertos. Al anochecer, aquel 21 de julio, una asombrada y vic. toriosa muchedumbre contemplaba todavía las siniestras sombras de las colgadas de la plaza de Murillo. Los bolivianos están acostumbrados a los pronunciamientos y a las repentinas y sangrientas sublevaciones de los indiecitos. Cerca de diez años después de la última revolución, la más importante, la de abril de 1952, que llevó al Poder al profesor Víctor Paz Estenssoro y a los directivos del M. N. R., los dipÍomáticos han conservado la costumbre de aguzar los oídos en las primeras claridades del alba. Pues no es ésta la hora del lechero, sino la de esas ráfagas de armas automáticas que tan frecuentemente han anunciado un cambio de Gobierno, retumbando allá en lo más hondo de la siniestra y grandiosa garganta de La Paz.
Desde 1825, fecha de su adhesión a la independencia, hasta hoy, Bolivia ha conocido no menos de 179 revoluciones, lo que aproximadamente representa una media de un pronunciamiento cada nueve meses. Este record sitúa al país minero de los Andes en muy buen lugar entre las naciones más turbulentas del Continente suramericano. Sin embargo, los motines de julio de 1946 iban a dejar huellas más duraderas, y el colgamiento de Gualberto Villarroel resulta significativo desde más de un punto de vista. Se cuenta hoy en La Paz que las fotografías periodísticas en las que se veía a Mussolini, colgado por los pies de un gancho de carnicero, en una plaza de Milán, habían sido publicadas por los diarios bolivianos. Y se dice que la sublevada muchedumbre se inspiró en ellas para la ejecución del Presidente y de sus colaboradores. Varios meses después, los chicuelos de .La Paz, de facies mongoloides, seguían jugando al juego del ahorcado.
El Ministro de Hacienda del Gobierno Villarroel se llamaba Víctor Paz Estenssoro. Era un hombre tímido, fino y casi desconocido. Logró huir y abandonar Bolivia, para refugiarse en Buenos Aires.

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