domingo, septiembre 30, 2007

NACIDO EN CONVENTOS

a profesión del barbero nace y se desarrolla a partir del siglo XI, cuando la Iglesia comienza a prohibir a los clérigos el ejercicio de actividades que supongan el contacto con la sangre. En la época altomedieval y hasta aquel momento, el barbero trabajaba en las abadías benedictinas, en calidad de ayudante laico del monje encargado de “aligerar” periódicamente la tonsura de sus hermanos, librarles de sus muelas doloridas y practicarles sangrías con fines higiénico-curativos.
Desvinculado de la tutela eclesiástica, el barbero comenzó a practicar en el vasto mundo todo lo que había aprendido entre los muros del monasterio. En las ciudades, los clientes identificaban la tienda del barbero por la bacía de peltre (aleación de zinc, plomo y estaño) que se exhibía en su exterior; en una miniatura francesa del siglo XV, por ejemplo, puede verse uno de estos reclamos callejeros formado por cuatro bacías colgando de un palo.
También el cirujano propiamente dicho, y en prueba de la proximidad de sus funciones, utilizaba este mismo símbolo, con la única diferencia de que su bacía era de latón brillante. Otras veces, en cambio, la enseña del barbero recordaba su oficio de sangrador mediante la imagen de un antebrazo con una vena abierta, de la que fluía abundante sangre. De las sangrías, más que de los cortes de pelo o del rasurado de las barbas, recibía con frecuencia el barbero la parte principal de sus ingresos.

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