LOS CONQUISTADORES ESPAÑOLES no les gustaba el aspecto de aquella gran piedra. Era extraña y los símbolos que la adornaban lo eran mucho más. Podía estar maldita, y por eso decidieron enterrarla y perder su rastro.
De forma circular, con más de 3,6 metros de diámetro y 24 toneladas métricas de peso, el Gran Calendario Azteca permaneció 250 años sepultado bajo tierra hasta que un grupo de albañiles lo encontró, en 1790, con motivo de las obras de construcción de la catedral que hoy ocupa el centro geográfico del antiguo imperio de Tenochtidán.
En esta evidencia palpable de los grandes conocimientos de matemáticas y astronomía cultivados por los aztecas, estaban grabados los días, los meses, los soles y los ciclos cósmicos; todos ellos, a su vez, se encontraban resaltados en tres colores: rojo, amarillo y blanco.
Los astrónomos habían tardado más de 52 años en tallar el calendario. En él se encuentra recogida una particular visión cosmogónica del universo. Así, para los aztecas, la eternidad como tal no existe y el mundo está condenado a crearse y destruirse un total de cinco veces.
Cuando los conquistadores llegaron al Nuevo Mundo, los aztecas creían que estaban en la quinta edad. Antes, la vida había sido creada y destruída cuatro veces por culpa de inundaciones, lluvias volcánicas, desprendimientos del cielo y grandes meteoritos. Por su parte, los seres humanos habían existido desde el principio aunque, para sobrevivir, habían tenido que transformarse en pájaros, perros y monos.
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