domingo, octubre 08, 2006

EL DUQUE DE ALBA SIEMBRA EL TERROR EN FLANDES



ACIDO EN PIEDRAHITA (ÁVILA) en 1507, Fernando Álvarez de Toledo tuvo tres pilares en su educación. Su abuelo don Fadrique, el único noble que permaneció fiel a Fernando el Católico frente a Felipe el Hermoso; el humanista y escritor Juan Boscán y, por fin, el condottiero húngaro Tomás Nadasti -principal artífice del parón turco ante Viena-, de quien fue su sombra durante varios años y de quien aprendió a estudiar el terreno en el que se desenvolverían las batallas. Su fogosidad y ansias de gloria le habían conducido, cuando contaba 16 años, al cerco de Fuenterrabía, entonces ocupada por los franceses.
Pronto se hicieron notar sus dotes de mando y estratégicas, así como su estricto sentido de la disciplina, el cual le acarreó problemas con algunos nobles que acudían a las campañas con todo su séquito como si fueran de merienda campestre. Esto sucedió en la campaña de Argel, primera en la que tuvo responsabilidades directas, pero el duque lo solucionó despojando de equipaje a todos ellos y metiendo a algunos en prisión. Estt; afán por profesionalizar los mandos tuvo el apoyo del emperador, quien en 1 546 le encomendó el ejército que derrotaría a la Liga alemana del elector Federico de Sajonia en Mühlberg, tras dos campañas con continuas marchas y contramarchas, golpes de mano, emboscadas y ataques nocturnos. Estos últimos recibieron el nombre de «encamisadas», ya que quienes los llevaban a cabo lucían unas largas camisas blancas sobre el uniforme para distinguirse en la oscuridad. Semejante forma de actuar -la tan hispana guerrilla- fue la que desbarató a unas fuerzas muy superiores que nunca supieron en qué lugar toparían con los españoles ni si volverían a ver el sol a la mañana siguiente.
La desaparición de la escena política de Carlos V -reti rada en Yuste- acarreó también un cierto ostracismo del duque de Alba. El nuevo rey, Felipe II, había hecho caso a su padre cuando éste le recomendaba no ponerle «a él ni a otros Grandes muy dentro en la gobernación», de modo que al duque no le quedó más remedio que esperar. Al tiempo, cobraban protagonismo en la corte dos de sus más encarnizados enemigos: el portugués Ruy Gómez de Silva, señor de Éboli, y Gonzalo Pérez. Pero un país en guerra continua como España no podía permitirse el lujo de desperdiciar un talento guerrero como el de don Fernando, así que Felipe II volvió a solicitar sus servicios y le nombró virrey de Nápoles en 1556. En esa ocasión, se trataba de expulsar a los franceses de Italia, que contaban con el apoyo del Papa Paulo IV. No sólo lo consiguió con apenas 17.000 hombres -4.000 de ellos españoles-, sino que además entró en Roma el 9 de septiembre de 1557, donde aún se recordaba el saqueo de 1 529. Tal vez por eso, el duque de Alba impidió a sus tropas desmandarse y acabó postrándose a los pies del pontífice, el cual se vio obligado a plegarse ante las circunstancias.
Este resonante triunfo le condujo al teatro de operaciones que tanto anhelaba: Flandes. Previamente había presionado con éxito a la reina francesa Catalina de Médicis, madre de la esposa de Felipe II, para que reprimiera a los hugonotes, pero, una vez solventada esta labor diplomática, se dispuso a cumplir las palabras del rey quien había asegurado sobre Flandes: «Antes preferiría perder mis Estados y cien vidas que tuviese que reinar sobre herejes». El plan consistía en ejercer primero una acción opresora de la rebelión a la que seguiría una visita del monarca envuelto en una aureola de clemencia. La primera parte se cumplió a rajatabla, pero la segunda jamás llegó a producirse. Así, el duque de Alba adquirió una siniestra fama que aún le acompaña. Al fin y al cabo, instauró el Tribunal de los Tumultos -también conoddo como «de la sangre»- y ajustició a los nobles católicos flamencos Egrnont y de Roro después de haberles apresado en una reunión a la que habían sido invitados.
Hasta 1573 se mantuvo como gobernador de los Países Bajos, momento en que pidió al rey su relevo. El deseo le fue concedido, pero su estrella comenzó a declinar. Su.hijo se había casado en contra de la voluntad del rey y además, se había negado a partidpar en la campaña portuguesa de 1580 que le costaría la vida al joven rey Sebastián en la batalla de Alcázarquivir si no se le daba el mando de las tropas. Un rey tan autoritario como Felipe no podía consentirlo y de nuevo se le condenó al ostracismo, pero ocurrió que la rebelión estalló en Portugal-donde Felipe II aspiraba al trono- y de nuevo, a los 72 años, se le encomendó la tarea de sojuzgarla. El motivo, en palabras del monarca, fue que «si ahí le temen tanto, bueno sería para espantajo, que para esto bueno es,..».
Efectivamente , el rigor con el que se empleó acabó con la resistencia delos otros pretendientes al trono-singularmente el prior de Crato-, y afianzó a la facción prohispánica, con lo que la Monarquía Católica amplió sus dominios. Falledó en la villa de Tomar, junto a lisboa, en 1582, y el propio Felipe II, como reconocimiento a sus valiosos servicios, viajó hasta allí para acompañarle en sus últimos momentos.
Javier Lorenzo

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