martes, septiembre 19, 2006

LOS PENADOS

os reclusos en los arsenales de Marina formaban un grupo muy heterogéneo de individuos, integrado por condenados en causas civiles y militares: ladrones, contrabandistas, desertores, etc.; a los que se unían los vagos procedentes de las levas, y los prisioneros capturados en operaciones bélicas al enemigo o en el apresamiento de buques corsarios – éstos últimos, por lo general turcos y berberiscos, recibían la denominación de «moros» y seconsideraban «esclavos del Rey» -.
La documentación y la bibliografía existente nos proporcionan un conocimiento bastante exacto de una realidad dramática en extremo.
En este siglo de claroscuro, el envío a los arsenales de la Armada se consideró - tras el ajusticiamiento - como la más dura condena que a un sujeto pudiera aplicársele. Con el cabello rapado - medida profiláctica y de control-, hacinados en pontones o edificios insalubres y mal ventilados que les servían de cuarteles, descuidados, semidesnudos, subalimentados y sometidos a castigos temibles, galeotes y simples presidiarios representaban una mano de obra sin cualificar, dedicada a las variadas actividades de estos conjuntos industriales, en particular a los trabajos más indeseables-y penosos, que efectuaban durante todos los días de la semana, incluyendo los festivos, en que se ocupaban en labores más livianas. Y de todos, el más temido: la extracción de las aguas en los diques de carenar en seco con bombas de mano, para lo que se destinaba a aquellos que habían cometido los crímenes mayores; actividad en nada comparable «con los demás trabajos ordinarios del arsenal... y es el mayor castigo que puede ponerse a la Humanidad y a los horrendos delitos de los hombres».
Los galeotes se hallaban permanentemente encadenados, y estaban sentenciados a las más duras faenas, que efectuaban bajo la vara de los cómitres, quienes ejercían su vigilancia y autoridad con excesiva dureza. Los simples presidiarios se destinaban a trabajos más moderados y eran dirigidos por capataces.
Como ha estudiado María Rosa Pérez Estévez en su brillante Tesis Doctoral Los vagos en la España del siglo XVIII, las formas de manifestar el descontento los penados en los arsenales fueron variadas: desde formalizar quejas, expresadas de forma pacífica o violenta, cometer públicamente sacrilegios -normalmente escupir la Hostia en el momento de comulgar y pisotearla -, hasta los intentos de amotinamiento y los incendios. Y junto a todo esto, los continuados intentos de fuga.
En La Carraca ocurrió la noche del 8 de mayo de 1743 un incendio pavoroso, que pudo divisarse en la oscuridad de la noche desde los lugares circunvecinos de la bahía y que arruinó buena parte de las instalaciones estables del arsenal, así como cobertizos de madera, evaluándose las perdidas ocurridas en 589.958 reales. El fuego destruyó los siguientes edificios de piedra: Cobertizo para el tablazón, Casa del Contador, Obrador del ampolletero, Obrador del farolero, Obrador del tonelero y motonero, Obrador de los carpinteros de lo blanco, Obrador del tornero y obrador del pintor33.No quedó clarificada la causa del fuego, culpándose al descuido de algún fumador; aunque en la inspección posterior al siniestro se halló una vela de
seboenvuelta enestopa ycolocada entre las rendijas deuna instalación demadera, con su pábilo hacia el exterior, dispuesta para ser prendida. Se trataba sin duda de la práctica del sabotaje por parte de los presidiarios, como respuesta ante su desespero.
En cuanto a las huídas, éstas se veían dificultadas -además de por los estrictos medios de control y vigilancia - por la naturaleza del medio físico sobre el que se asentaba el establecimiento.
Lo más normal para el galeote que lograba desprenderse de las cadenas era encontrar la muerte ahogado en las aguas y terrenos pantanosos circundantes.
También en este islote, los penados tuvieron como actividades ordinarias el empleo en las maestranzas - particularmente los más jóvenes, en quienes se puso una atención principal con el ánimo de redimidos a través del dominio de un oficio -; la extracción de fangos de los caños circundantes, su transporte y terraplenado en las zonas interiores; el traslado de las materias más pesadas, como maderas, arboladuras, cureñas y cañones; la apertura de caños artificiales y demás obras hidráulicas; la limpieza de sentinas y pozas; y el desempeño de algunos oficios complementarios a la actividad industrial general, tales como los de sastrería, zapatería, barbería, etc., que otorgaban una auténtica situación de privilegio a quienes los desarrollaban.
Desnutridos y en un clima tan húmedo e insalubre, los enfermos abundaban entre ellos, siendo asistidos por los servicios sanitarios del arsenal; si bien ni aun en la situación de ingresado en el hospital, los galeotes dejaban de permanecer encadenados. Los informes llegan a hablar incluso de que diariamente diez o doce individuos recibían aquí el viático por la mañana, quienes morían al atardecer.
En septiembre de 1752 se hallaban en el arsenal de La Carraca 643 presidiarios; 478 en marzo de 1765; y 269 en enero de 1771. Los primeros, divididos en muchachos (menores de 18 años) y hombres, estaban distribuídos respectivamente de la manera que sigue:
- fabricantes de lona, 118 y 102.
- fabricantesdejarcia, 100Y4.
- carpinteros de ribera, 69 y 29.
- carpinteros de lo blanco, 7 y 7.
- veleros, 4 y 5.
- faroleros, 1 y l.
- pintores, 1y ninguno.
- herreros, 1y 6.
- cerrajeros, ninguno y 6.
- torneros, 1y 3.
- sin destino, 27 y l5ps.

Cuando en julio de 1787 el bailío Antonio Valdés, Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina, presentaba al de Hacienda, Pedro de Lerena, el presupuesto de su Ministerio para el año que corría, con expresión de los ramos en que debería invertirse, e incluídos los importes de las deudas existentes a fines del año antecedente - con un total general
de 139.072.614 rs. y3 mrs. -, establecía para el Departamento de Cádiz 48.940.956 reales y 24 maravedíes (33.155.213 rs. y 1 mrs. para las obligaciones del año 1787, y los 15.785.743 rs. Y 23 mrs. para satisfacer las deudas del pasado); 47.873.129 rs. y 26 mrs. para el Departamento de Ferrol (38.302.298 rs. y 17 mrs; y 9.570.831 rs. y 9 mrs., respectivamente); y 42.268.527 rs. y 21 mrs. para el Departamento de Cartagena (38.860.089 rs. y 24 mrs.; y 3.398.4~7 ra. y 31 mrs., para lo uno y lo otro), dedicándose - en la partida n° 14 - para presidiarios y vagos 748.679mrs. y 13 mrs. en La Carraca, 435.023 rs. y 30 mrs. en Ferrol, y en Cartagena 2.385.612 rs. y 9 mrs. En total, se destinaban para los penados 3.569.315 rs.; es decir, e12,56 % del presupuesto general de la Marina para 1787, que llega a elevarse hasta el 3,23 % si se atiende únicamente a los 110.317.061 rs. y 4 mrs. del caudal necesario para las atenciones de tal año, al descontarse
los 28.755.012 rs. y 29 mrs. que se adeudaban. Con claridad se destaca el monto destinado para las atenciones de los presidiarios en el arsenal de Levante, que significa el 66,8 del conjunto de la correspondiente partida para los tres arsenales; mientras que el de Ferrol representa el 12,18%, y el correspondiente a Cádiz alcanza casi e12l % del total..

LA BAHÍA DE CÁDIZ

quí las más antiguas instalaciones dedicadas a la construcción naval eran las que contormaban el Real Carenero, Arsenal o Surgidero del Puente de Zuazo con sus almacenes.
Fray Gerónimo de la Concepción trata de ellas en los términos siguientes: «Mas adelante de elrio Guadalete entra otro brago derio, que dizen de S.Pedro ya sus espaldas en un estero la Villa de Puerto Real. Y desde aqui hasta el rio de Zurraque, está poblado de Salinas. Entra luego el Real Carenero, y Almazenes de la Armada, y despues la Villa de Chiclana...».
Salvador Clavijo nos aporta algunos datos relativos alos salarios, señalando que en 1716 el padre capellán que oficiaba la misa, religioso del convento de Puerto Real de la Orden de San Diego, recibía el jornal acostumbrado de un obrero, consistente en 7 1/2 reales. Esta cantidad podía elevarse -dada la cualificación del trabajador- hasta los 10reales; en contraste con lo que se abonaba en los riberas de la costa cantábrica, donde de ordinario no se sobrepasaban los 4 1/2 reales.
Entonces los trabajos de construcción y de rascado de lastre del Real Carenero se complementaban con los aprovisionamientos alimenticios a los buques, efectuados en el molinode FelipeXicaño- bizcocho- y en la Caseríade Fadricas-barricas de carne, tocino, arroz, botijas de vinagre y aceite, etc. -, cuyo depósito se efectuaba en los almacenes que aquí tenían los Colartel.
Las actividades en Puente de Zuazo continuaron a lo largo del siglo XVIII, hasta 1773 cuando ocurrió la quema de su fábrica de jarcia, aunque paulatinamente mermadas conforme se desarrollaban las del Real Arsenal de La Carraca, y fue precisamente en el Real Carenero donde se fabricó el martinete para clavar los pilotes sobre los que se cimentaron los primeros edificios de aquel islote fangoso, cuyas obras se pusieron en manos de una de las más relevantes figuras de la ingeniería militar española, el barcelonés Ignacio Sala, a quien se ordenó pasar a estos arsenales en 1718.

Ya antes de iniciarse la década de los años 20 de la centuria, se constata una actividad naval- aunque débil- en La Carraca así como también en El Puntal; astillero este último en el que - según Rodríguez Villa - se lanzó al agua el navío de 60 cañones «Hércules», cuando Felipe V visitó la bahía de Cádiz en 1729, acompañado de la familia Real.
Fundación de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de San Fernando.

EL GRANADERO MARTÍN ÁLVAREZ

l granadero de la marina Martín Álvarez Galán, nació en el año 1766, hijo de Pedro Álvarez y Benita Galán. Pedro Álvarez era carretero por herencia y sus viajes eran frecuentemente hacia Olivenza y Badajoz acompañando a su padre. Su abuelo llegó a ser sargento en las tropas de Felipe V y en la toma de Badajoz perdió un brazo por un tiro de arcabuz.
Después de haber muerto su padre siguió el hijo haciendo de carretero y en un viaje que volvía de Badajoz se encontró con la noticia que su madre había muerto. Al querer casarse con su pretendida María Gil, hija de Antonio Gil y Nicolás Banklar, descendiente de un alemán del cual había heredado el "Mesón Nuevo de Montemolín", se encontro con que seis días antes la habían casado con Jaime, hijo del molinero.
Martín Álvarez decidió vender sus pocas pertenencias y marcharse a Sevilla para alistarse en el ejército. Así pasó a ser soldado de la Tercera Compañía del Noveno Batallón, hecho que ocurrió el 26 de abril de 1790.
El 16 de septiembre de 1792 embarcó en el navío "Gallardo", que parte hacia el Mediterráneo y después de estar un tiempo en Cartagena salen hacia Barcelona, centro de operaciones para el bloqueo de las costas de Francia, requerido para el asalto de Marsella y Tolón. Cuando llegaron ya habían sido tomadas, poniendo entonces proa hacia las islas de San Antioco y San Pedro, las cuales se las arrebataron a los franceses, siendo este su bautizo de fuego y empezando a dar muestras de su gran coraje y valor. A principios de 1794 figura en la dotación del navío "San Carlos", que salía hacia América, vuelve en 1795 escoltando un convoy.
El 26 de enero de 1796 parte en el "Santa Ana" hacia Cartagena y allí pasa a la guarnición del "Príncipe Asturias" y de nuevo en Cartagena el 1 de febrero de 1797 al "San Nicolás de Bari", un navío de ochenta cañones al mando de D. Tomás Geraldino que iba a Málaga y después desde Cádiz recibir un gran convoy que venía de América. Participando en diversos hechos de armas y servicios, hasta que en enero de 1797 tuvo lugar la Batalla del Cabo San Vicente.
El 14 de febrero cubierta por la niebla la escuadra inglesa, el vigía del "Victory" divisa iluminada por el sol la flota española que navegaba sin orden de batalla y dividía en dos grupos; entablada las hostilidades se ve al "San Nicolás de Bari" abordado por el "Captain" al mando del entonces Comodoro Nelson, se apoderan del navío y en la cubierta del mismo, Nelson va cogiendo los sables de los españoles muertos y entregándoselos a sus oficiales, pero aún quedaba algo por conquistar, sobre toldilla donde se arbola el pabellón español está Martín Álvarez de centinela, el primero que osa llegar hasta él es el Sargento Mayor Willians Norri al cual le propina tal sablazo que lo atraviesa de pecho a espalda clavándolo en la madera del mamparo de un camarote con tal fuerza que no fue capaz de desenganchar el sable, cogió entonces el fusil a modo de maza y mató a un oficial e hirió a dos soldados, después de casi una hora de lucha y por la gran cantidad de sangre perdida por una brecha en la cabeza cae desmayado dándolo los ingleses por muerto; todos los caídos tienen el mismo trato, los lanzan al mar con una bala de cañón atada a los pies, al llegar a Martín Álvarez, Nelson ordena que lo envuelvan en la bandera que con tanto ardor había defendido. Entonces se da cuenta que no había muerto y lo evacuan a un hospital en Lagos, el Algarbe al sur de Portugal. Restablecido viaja por última vez a Montemolín y luego a Sevilla y Cádiz, donde se presentó a su batallón.
Por los méritos recogidos en la batalla, se le quiso como premio ascender a cabo, impidiendo su analfabetismo, aprendió a leer y escribir en pocos meses y fue nombrado cabo el 17 de febrero de 1798 y en agosto de ese mismo año, cabo primero, al poco embarca en el navío "Concepción" y parte hacia Brest (Francia). El 12 de noviembre se izó una bandera encarnada como señal infalible de aLgo extraordinario, e inmediatamente fue comunicada la orden para que toda la guarnición y tripulación del navío formase sobre cubierta, se adelantó al comandante del "concepción" y mandó salir de la formación al Cabo Primero de granaderos Martín Álvarez, se leyó un Decreto Real por el cual se le concedía cuatro escudos mensuales como pensión vitalicia.
Al salir de una guardia resbaló en una escalera, dañándose un pulmón, derivando de tal herida en tuberculosis. Alojado en un hospital especializado en las afueras de Brest, falleciendo el 23 de febrero de 1801, a los 35 años de edad. Por una Real Orden de 1848, se dispuso que hubiera permanentemente un buque en la Armada que se denomina "Martín Álvarez", siendo el primero la goleta "Dolorcitas", pasando a ser el siguiente un guardacostas de primera clase, después un cañonero y luego otro construido en los EE.UU. Actualmente es el buque de desembarco L-12, también de procedencia americana.
El 4 de julio sale otra Real Orden para que su nombre figure constantemente como premio en la nómina de la revista de la Primera Compañía, Primer Batallón, Primer Regimiento, nombrándole el Coronel en la Revista del Comisario. Su sable se encuentra en el Museo Naval de Londres y en Gibraltar hay un cañón con una placa en la que se leen tres hurras: "hip Captain, hip San Nicolás de Bari, hips Martín Álvarez".
En 1938 fue inaugurado un paseo con su estatua al lado de la ermita de Nuestra Señora de la Granada, acudiendo a tal acto el Almirante Bastarreche y una compañía de Guardias Marina de San Fernando, Las placas del monolito están hechas con bronce fundido de viejos cañones, donados por la comandancia de Marina de San Fernando. La iniciación de este monumento se debe a D. Manuel Núñez Aguilar y su construcción a Evaristo Trujillo, conservándose su maqueta en el despacho del Jefe del Departamento de Marina de San Fernando.

LAS MUÑECAS Y GALDAMES

ara salvar á Bilbao, el general Concha resolvió ocupar el formidable paso de las Muñecas, dirigiéndose el 28 de Abril de 1874 la división Echagüe á dar un brioso ataque á las posiciones de la derecha con el fin de tomar el pico de Haya, que domina el puerto de las Muñecas; y el general Martínez Campos, con la división de su mando, marchó hacia las alturas y trincheras establecidas en su izquierda, quedando la división Reyes en reserva.
Sangrienta, tenaz y encarnizada fue la lucha, teniendo el mismo marqués del Duero que auxiliar con su cuartel general y un batallón á Echagüe, tomando parte personal en la acción, decisión heroica que electrizó el ejército y lo impulsó á que en una acometida briosa derrotara al enemigo y .se apoderara de todas sus trincheras. En esta brillante acción se distinguió el primer batallón del regimiento de infantería de marina, que formaba parte de la división Martínez Campos, al atacar las posiciones de la izquierda, donde fue tan porfiada la brega, que hubo trinchera que se tomó y se perdió tres veces, hasta que al fin fue recuperada.
«Aquí, dice un distinguido escritor, también hubo rasgos de valor, cabiéndole la honra de distinguirse con especialidad al batallón de marina que, todo entero, se presentó voluntariamente á atacar la posición mas difícil.» Y el marqués del Duero en el parte al ministro de la Guerra, dice: «También tuvo ocasión de distinguirse en la segunda división, el primer batallón del regimiento de marina, que se prestó voluntariamente para atacar el punto más difícil de la derecha enemiga.»
Fueron los primeros en asaltar la trinchera, el teniente coronel del batallón D. Manuel de Lara y Pazos, que resultó herido, el comandante don Félix Campnebi y nueve soldados de infantería de marina, muriendo gloriosamente al frente de su compañía el capitán D. José Sevillano y Rodríguez. ¡Digna muerte del soldado! Nació para militar, y, como un bravo guerrero, murió ostentando en su pecho hacia muchos años la cruz de los héroes, la cruz de primera clase de San Fernando.

El 30 de Abril de l874, asistió el mismo batallón al combate de Galdames, tomando las alturas de la izquierda, denominadas pico de la Cruz, tras rudísima y heroica lucha, después de cinco horas, y en las que fueron rechazados varias veces por el esforzado Solana al frente de dos compañías del batallón de Cruzados, 4 de Castilla, coronando al fin la referida altura el batallón de marina con Tetuán y Ramales & las doce de la noche.
Cincuenta muertos y más de doscientos heridos, fueron las bajas que tuvo el ejército mandado por Concha.
El resultado de los combates de las Muñecas y Galdames fue la retirada del ejército carlista de aquellas famosas y memorables posiciones de San Pedro Abanto, que habían defendido, bizarramente durante sesenta y siete días, quedando libre el paso á Portugalete y salvado Bilbao.
Merecida admiración causa en todos los que conocen algunos de los hechos de armas de infantería de marina, las proezas de este brillante cuerpo en los campos del Norte y del Centro, su denuedo en Africa, Cochinchina, Santo Domingo y el Callao y su incomparable bizarría en las luchas navales y en los combates terrestres, porque sus soldados han peleado en todos los mares y en das las naciones, adquiriendo lauros inmarcesibles, y abrillantando con un heroísmo sin ejemplo las páginas de oro de la santa, la bendita, la amada patria española.
Nombres grabados con letras de oro, decía en 1882 un notable escritor, en las páginas de nuestra historia, y con caracteres sangrientos en los corazones de una inmensidad de madres que aún esperan á sus hijos, macheteados en Santo Domingo y Cuba, mutilados en Africa, enterrados en las agrestes simas de San Pedro Abanto, ó despedazados en las trincheras de Cantavieja, nos recuerdan los servicios prestados por el cuerpo de infantería de marina en campaña, en donde siempre ha sabido sostener un sitio en la vanguardia del ejército y merecido especiales y justísimas consideraciones por su disciplina, valor é instrucción.
El Sr. Romero y Salas, al tratar de la-infantería de marina en su importante obra La marina militar en España, dice: «La isla de Cuba está de un extremo á otro regada con su sangre. San Pedro Abanto, las Muñecas, Cantavieja... todo el Norte de la Península ha presenciado su heroísmo: la flor de sus oficiales está enterrada en los campos que fueron teatro de la lucha; sus banderas, siempre victoriosas, ostentan con orgullo la corbata de San Fernando: sacrificó constantemente su propio interés al interés de la patria; no retrocedió nunca, jamás retrocederá.»
«He aquí retratado en pocas líneas el cuerpo de infantería de marina; él fue, en lo antiguo, muro en que se estrellaron muchas invasiones y espejo en que se miraban cuantos necesitaban alentarse en el ejemplo: él es hoy recurso á que se apela en ocasiones apuradas, siempre que demanda España de sus hijos abnegación, desinterés y patriotismo. ¿Peligran las Antillas? Pues aún no se ha dado la nación cuenta del peligro, cuando ya van surcando los mares buques que trasportan á la infantería de marina, que voluntariamente se presta á combatir contra la emboscada y contra el clima. Parecen naturalezas de hierro, forjadas de propósito para resistir todas las fatigas y privaciones, y todos los rigores é inclemencias.»
«El soldado de marina tiene la doble misión de pelear en el mar y en la tierra, contrarios elementos á que ha de acomodarse igualmente. Apto para el uno y para el otro, donde quiera que las armas se crucen, allí está para luchar hasta lo último, por que sus antecedentes y su historia le obligan á no ceder.»
. La intrepidez de los soldados de marina en la campaña del Norte, fue objeto de unánimes elogios, de entusiastas alabanzas, de vibrantes y hermosos comentarios. El Consejo Supremo de Marina, con ocasión de un dictamen sobre el pase de los oficiales inútiles para el servicio activo á la escala de reserva, decía lo siguiente: «Pasó este periodo de nuestra historia contemporánea, —Independencia—y vino la guerra civil; guerra desastrosa, en que se batió el padre contra el hijo, el hermano contra el hermano; guerra en que, á la par de la cuestión dinástica, se ventilaba la de principios y régimen político; guerra que tenía tantos alicientes para desunir, no sólo á las corporaciones, sino á las familias, pues en esa guerra hubo una cosa notable, y que honra sobremanera á los batallones de marina: ninguno de sus individuos, desde la clase más elevada á la más baja, figuró en las filas ni adictos del pretendiente, por que todos siguieron fieles y constantes sus invictas banderas, esa enseña de honor que habían jurado.» • •
«Con posterioridad, en el Archipiélago de Pili-pinas, en la campaña dé Santo Domingo, en la de Cuba, y por último, en la reciente de la Península, los batallones de marina se han conducido con arrojo y decisión; y en las jornadas de Somorrostro, las Muñecas," Galdames y otros han demostrado que son dignos descendientes de aquellos bravos militares que concurrieron al glorioso combate naval de Cabo Sicié y enrrojecieron las aguas de Trafalgar; de aquellos que salvaron sus banderas en la derrota de Ocaña, y que fueron los primeros en atravesar el río Bidasoa á la cabeza del ejército aliado del ilustre duque de Ciudad-Rodrigo.»
Los ocho generales que firmaron el brillante dictamen, habían sido testigos, en algunos combates, de la bizarría sin ejemplo de un cuerpo, que tantos laureles conquistó para su patria. Así se comprenden las elocuentes frases del ilustre general D. Víctor Díaz del Rio, dirigidas á sus compañeros de armas, el 16 de Mayo de 1882, en el banquete dado en Ferrol para celebrar la fiesta de San Juan Nepomuceno.
«Por esto se os vé combatir en las cinco partes del mundo, formando unas veces parte de las dotaciones de los buques como en Lepanto, Trafalgar y el Callao, prestando el apoyo de que carecía allá en otros tiempos la armada griega, como peleando con igual arrojo en las Navas de Tolosa, Vad-Rás, Jólo y San Pedro Abanto. Vosotros, señores, convergentes siempre á la voz del deber y del honor, allá vais donde el Rey ó la patria os necesita, muriendo cubiertos de gloria, así sobre la cubierta de los buques en estrecho y reñido abordaje, como Martín Alvarez, ó cargando los cañones de la batería, como" Pons, ó lanzándose, como Herrera, al asalto de una plaza fuerte, ó, como Niño, disparándose así mismo el último tiro de que disponía, por no ceder con vida el puesto que le estaba confiado, ó, como Pardo y Barra, al tomar á viva fuerza atrincheramientos formidables.
Terminada la guerra carlista, el general Rodríguez de Arias, ministro de marina, dirigió al cuerpo una entusiasta comunicación, encareciendo los servicios prestados á la Patria y los heroicos hechos de armas de los batallones de marina.

EL ESCUDO DE SAN FERNANDO

e azur, un puente de tres ojos mazonado de sable, roto por el centro, sobre ondas de azur y plata, sumado de dos columnas dóricas de plata, unidas por una cartela, de la que pende una llave de oro, con la inscripción "1820 Unión y Fuerza 1810". En jefe, un triángulo de oro, resplandeciente de rayos de lo mismo, cargado de un ojo humano, que es símbolo de la divina providencia. Al timbre, corona real abierta.
El puente representa el de Suazo y está partido para indicar el obstáculo opuesto a las tropas francesas en 1810, que no lograron dominar la plaza. Las ondas simbolizan el río de Sancti Petri, y las columnas son las de Hércules, fabuloso conquistador de la Isla. La llave refuerza la idea de inexpugnabilidad, ya expresada por la rotura del puente.

LOS HÉROES RAMA Y CANCELA

LA INFANTERÍA DE MARINA
EN LA ISLA DE CUBA
RAMA-CANCELA,dos soldados héroes de la Infantería de Marina

Copiamos lo siguiente de El Vigilante Español, periódico que se publica en Holguin.

ACTA

los quince dias del mes de diciembre del año mil ochocientos noventa y cinco reunidos los infrascritos en “Piedra Picada” al pie del fuerte Rama-Cancela, para inaugurarlo y bendecirlo, el Ecmo.Gral. de este distrito D. Ramón Echagüe y Méndez Vigo, hizo uso de la palabra en los siguientes términos:
Señores. al hacerme cargo de este tercer distrito en 24 de agosto, uno de mis primeros cuidados fue atender a la conservación de la vía férrea que enlaza a Gibara-Holguin, convencido de su utilidad para el movimiento de tropas y el transporte de los productos de la zona de cultivo de esta feraz comarca, hasta ahora garantido, por resultar infructuosas las tentativas del enemigo, pues no se han interrumpido ni un sólo día las comunicaciones ferroviarias.
“ El haber atravesado Piedra Picada fuerzas enemigas en 5 de junio y encontrarse cerca de este punto la obra más importante de la vía que consiste en el puente de Aguas-Claras, me hicieron encomendar al capitán de Ingenieros militares D. Ramiro Ortiz Zarate, el estudio de la construcción de un fuerte que protegiendo el puente sirviese de defensa y abrigo al soldado.
“Hecho el estudio, presentado el plano, y aprobado el proyecto, faltábame medios para llevarlo a cabo; pero conocedor de los elementos que dispone y de la reputación que goza el Diputado Cortes Excmo. Sr. D. Javier Longoria, dirigirme a él y dicho Sr., secundado por los dignísimos que forman la directiva de la empresa del ferrocarril de Gibara a Holguin, se debe el fuerte fabricado con los materiales facilitados gratuitamente por dicha empresa, dando con ello público testimonio de su patriótico desinterés. A tan noble desprendimiento y eficaz cooperación consigo un voto de gracias.
“Dieron comienzo a mediados del mes de septiembre; las dirigía el primer teniente de ingenieros D. José Espejo, levantándolos a término con no menos celo e inteligencia el Capitán de dicho cuerpo D. Diego Belando Santisteban.
“No aceptando el Excmo. Sr. Gral. en jefe, por su natural modestia, llevase el fuerte su nombre, indicó se le diese el del soldado que más se hubiese distinguido en este distrito.
“Procedí a un detenido estudio y analizando hechos, hallé, que aquí en este sitio, no ha mucho, escribieron con su sangre y sellaron dos valientes con su vida una gloriosa y brillante página digna de conmemorares.
“Dos héroes si, dos héroes, no por desconocidos menos dignos de admiración y recuerdo, dieron aquí su vida; y la sangre por ellos derramada al cubrir de gloria la bandera del segundo de Marina a que prestaron juramento, da prueba del valor, abnegación y desinterés con que el soldado español da su vida por la Patria.
Ya conocéis el hecho, más nos conviene recordarlo para que sirva a los vivos de ejemplo y de ofrenda a los muertos.
El 5 del último mes de junio un puñado de soldados del citado batallón, que distribuidos por parejas custodiaban por este sitio la vía férrea, fueron de improviso atacados por una partida enemiga fuerte de 2000 hombres al mando de Maceo y Rabí. Los soldados José Rama y Antonio Cancela Romero se batieron heroicamente, sosteniendose como centinelas en el puesto que se les confiaba y en el que se les encontró acribillados de heridas de bala y machete; demostrando el número de casquillos desparramados a su lado que conocedores de su deber sabían morir matando. Señores, sobre los muros de este fuerte bien pudiera colocarse una inscripción a semejanza de la que se leía en la tumba de las Termópilas “¡Viajero!¡detente y descubrete!- la tierra que pisas es sagrada.”
Sea de hoy para siempre conocido este fuerte con el nombre Rama-Cancela: nombre de los dos héroes que pertenecieron a un cuerpo cuya historia es tan antigua como brillante; y que siempre comparte con sus compañeros del Ejército las glorias y las fatigas de nuestras campañas: sea este un monumento levantado a su memoria y un baluarte más de la integridad de la Patria, que si hoy se ve combatida por ingratos hijos, posee en cambio otros como los Sres. Longoira y Beola siempre propicios a todo noble intento, coadyuvando a la empresa de pacificación nuestro veterano General en Jefe que personifica y representa las glorias de la Patria.
El Comandante Militar de la plaza de Holguin, Sr. Coronel de Infantería de Marina D. Serafín de la Peña, contestó:
“ Excmo. Sr., Dignísima Junta, Señores jefes, oficiales y tropa ¿Que corazón español no late de entusiasmo ante la solemnidad de este acto? La emoción me embarga y mal me deja expresar lo que deseo y lo que debo decir como Jefe que represento aquí a la Infantería de Marina al honrarse hoy la memoria de dos soldados de este cuerpo.
“ Esta respetable Junta, a quien me dirijo, se aprestó a solicitarlos y recogerlos y a ella debieron tener en auras elocuente manifestación de duelo y cristiana sepultura.
Los nombres que en vida llevaron a la posteridad pasan enaltecidos por la voluntad de nuestro ilustre General en Jefe y de nuestro entusiasta general de distrito, almas privilegiadas y generosas que propició siempre a cuanto puede glorificar al soldado español, tanto honor han tributado a estos mártires del deber, que bastó para llenar sus tumbas y para enaltecer a todos sus compañeros.
Acción tan filantrópica y distinción tan señalada, publicarlas debo, al publicar también mi gratitud profunda en nombre de la Marina, del cuerpo y de las familias de Rama y Cancela.
“Este fuerte, bendecido con tanta solemnidad y erigido por iniciativa de un prestigioso Gral., por el patriótico desinterés de una valiosa empresa y por la inteligencia del ilustrado cuerpo de ingenieros; en este fuerte, cimentado en la tierra que dos héroes regaron con su sangre, desde ahora tremolará bandera de la Patria inmortalizando los nombres de Rama-Cancela al igual que en un buque de la Armada ondea siempre el pabellón español, perpetuando la memoria del soldado Martín Álvarez, último y heroico defensor del navío San Nicolás.
“Soldados: al regresar hoy a la Historia de nuestro valor y disciplina una página tan gloriosa, unid nuestras voces a los de nuestros admiradores y resuenen potentes nuestros gritos de ¡viva España!¡Viva el General en Jefe!¡Viva el general Echagüe!¡Viva la empresa de esta línea férrea!
El Sr. Longoria, con marcada emoción, pide al Sr. Comandante, General se envíe a las madres de los Soldados Rama y Cancela, copia certificada del acta de la inauguración, expresa el deseo de que se le autorice una inscripción pública a favor de dichas familias y pone a disposición del Coronel de Infantería de Marina Sr. Pineda, la cantidad de cien pesos para cada una de aquellas desconsoladas madres.

DEFENSA DE CÁDIZ EN 1823

on la rendición de Cádiz ante las tropas absolutistas, el 3 de octubre de 1823, y la liberación del rey Femando VII, prácticamente termina la guerra entre absolutistas o realistas y liberales o constitucionales, que comenzó unos dos años antes con el levantamiento de partidarios del absolutismo en muchos lugares de España. Los únicos combates importantes de toda la campaña, fueron los que se realizaron en el ataque y defensa de esta plaza. Con esta guerra se inaugura más de un siglo de crueles enfrentamientos civiles entre españoles.

ANTECEDENTES

el l de enero de 1820 Rafael del Riego, comandante de un batallón del Asturias, subleva en Cabezas de San Juan las fuerzas que había allí acampadas, a la espera de ser embarcadas rumbo a América para reforzar al ejercito que defendía las posesiones españolas de los movimientos de independencia. Esta sublevación estuvo instigada desde el principio por agentes al servicio de Inglaterra, entre los que destaca Mendizábal, a través de las logias masónicas dependientes de las inglesas. La política de esta nación era opuesta a la española, apoyando con hombres, armas y dinero la causa de los independentistas americanos, pese a ser oficialmente aliada de España desde 1808. Este levantamiento acabó con la última esperanza de socorro para las fuerzas realistas que en América defendían con heroísmo y unos medios muy escasos el pabellón español en aquellas lejanas tierras.
Este movimiento, que desde el principio revistió un carácter revolucionario copiado de la revolución francesa, triunfó dos meses más tarde. En marzo se proclamó oficialmente la Constitución de Cádiz de 1812, que el rey Fernando VII se vio obligado a jurar. Con ésta sublevación se inicia un periodo denominado "Trienio Liberal" o "Trienio Constitucional", que terminaa en 1823 tras la toma de Cádiz por los "Cien Mil Hijos de San Luis".
Desde un principio los gobiernos liberales tuvieron que hacer frente a la oposición de un amplio sector de la sociedad española que era partidario del absolutismo, oposición que fue en aumento a medida que se radicalizaban los liberales, produciéndose continuos levantamientos realistas, que eran reprimidos con una crueldad solo superada por la de sus oponentes. La situación del rey Fernando VII era similar a la de Luis XVI en la Francia revolucionaria, incluso su vida corrió serio peligro en varias ocasiones. Las distintas facciones liberales estaban enfrentadas entre sí, provocando continuos cambios de gobierno, incluso hubo momentos en que había simultáneamente dos gobiernos de facciones enfrentadas. El desgobierno se manifestaba en todas las ramas de la administración, la política agraria -(la agricultura era la base de la economía española)- y la gestión financiera eran desastrosas. Toda esta situación hacía que los descontentos aumentaran de día en día, nutriendo las filas de los absolutistas y de los que opinaban que la única salida a esta situación era la intervención extranjera.
El rey ante esta situación solicitó la ayuda de las potencias absolutistas que formaban la "Santa Alianza": Francia, Austria, Rusia y Prusia, que en el Congreso de Verona, celebrado entre octubre y noviembre de 1822, acordaron la intervención del ejercito francés para restituir a Fernando VII en sus derechos. La razón de esta intervención no estuvo en un generoso interés por el monarca español, sino por el peligro de contagio a otras naciones europeas del régimen político imperante en España, en el que veían una reedición del revolucionario francés de 1789, y por otra parte pretendia los franceses adquirir un prestigio militar del que carecía el régimen borbónico ante el recuerdo de las hazañas de Napoleón.
A primeros de enero de 1823 las potencias de la Santa Alianza, envían una nota al gobierno de Madrid en la que exigen el cambio de régimen, que es rechazada con energía.
Las distintas facciones liberales abandonan sus luchas internas y se inician los preparativos para hacer frente a la previsible intervención militar extranjera. Ante esta respuesta el rey de Francia, Luis XVIII, anuncia al Parlamento la invasión de España por cien mil soldados franceses, los "Cien Mil Hijos de San Luis".

PRIMERAS OPERACIONES

ante la inminente entrada de los franceses en España, el rey es trasladado a Sevilla el 20 de marzo, con escolta de la milicia nacional de Madrid, poco después le seguían las Cortes.
El 7 de abril de 1823 los "Cien Mil Hijos de San Luis" cruzan los Pirineos, van al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, heredero de la corona de Francia, que fue nombrado generalísimo del ejercito francés y del de los absolutistas españoles, llevaba como jefe de estado mayor al general Guilleminot, antiguo bonapartista. Son 107.500 hombres, 86.000 de infantería y 21.500 de caballería, con 8o piezas de artillería, organizados en cuatro cuerpos de ejercito y uno más de reserva. Estas fuerzas están divididas en: l división de la guardia real, 11 divisiones de infantería -(una de ellas de españoles al mando del conde de España)- y 6 divisiones de caballería, de las que una era de coraceros. Los jefes de estos cuerpos eran respectivamente los mariscales: Oudinot, conde de Molitor, príncipe de Ho-heniohe, Moncey y de la reserva el general Bordesoulle. Era un ejercito bien instruido, convenientemente equipado y con una moral alta, y a diferencia de los napoleónicos, que hicieron del pillaje, el robo y la violación norma de conducta, los "Cien Mil Hijos de San Luis" se presentaron como libertadores, respetando a la población que les acogió con entusiasmo.
Tres de estos cuerpos y la reserva cruzan por el Bidasoa, al mando directo del duque de Angulema, donde encuentran a doscientos liberales franceses y de otras nacionalidades al mando de Armand Carrel que pretenden disputarle el paso, y que son dispersados a los primeros cañonazos. El cuarto cuerpo de ejercito, con 26.500 hombres, pasa directamente a Cataluña a las ordenes del mariscal Moncey. Nada más cruzar la frontera se unen a los franceses 35.000 absolutistas españoles al mando de los generales Quesada y barón de Eróles, formando el que se llamó "Ejercito de la Fe" que desde meses antes combatía a los liberales, principalmente en Navarra y Cataluña.
Los constitucionales disponían de unos 130.000 hombres, 50.000 en diversas guarniciones y 80.000 como fuerza de maniobra. Estaban distribuidos en los ejércitos de: Aragón —general Ballesteros—, Cataluña —general Espoz y Mina—, Centro —general 0'Donnell, con los generales Castelldosrius, Zayas y Villacampa— y de Asturias y Galicia —general Morillo, con los generales Quiroga, Palarea y Roselló—. El ejercito liberal era de una calidad mediocre, estaba formado en su mayoría por reclutas llamados a filas a toda prisa, mal instruidos y pobremente equipados que por añadidura eran absolutistas en su mayoría, mientras que oficiales y sargentos eran liberales. Solamente eran fiables unas pocas unidades del ejercito permanente y algunas de la milicia nacional, brazo armado del partido constitucional. Como muestra del estado del ejercito sirva un informe, de poco antes de la entrada de las tropas francesas, sobre la fuerza de que constaba la caballería, con arreglo a él el numero de hombres de que debía constar según las plantillas era de 18.018, disponían de menos de la mitad 8.468 y con tan solo 4.680 caballos.
El plan de los liberales era eminentemente defensivo y consistía en resistir en las plazas fuertes, mientras columnas volantes operaban sobre el enemigo amenazando sus comunicaciones, sin empeñarse en combate en toda regla. Se trataba de ganar tiempo para que la población se sublevara contra el invasor francés, como en la pasada guerra de la Independencia, no contaban con que las circunstancias habían cambiado y la mayoría del pueblo en esta ocasión estaba a favor de los franceses, a los que no veían como a invasores, sino libertadores que venían a restablecer el orden y el régimen absolutista del que eran partidarios.
Los constitucionales se retiraban ante el avance de los franceses sin oponer prácticamente resistencia. En ocasiones las unidades se disolvían por efecto de las deserciones, hubo otras en las que se sublevó la tropa y entregaron a su jefe al enemigo, en fin salvo en algunas plazas fuertes no hubo combates dignos de tal nombre.

PREPARATIVOS PARA LA DEFENSA

La entrada del rey en Cádiz tuvo lugar el 15 de junio, disolviéndose la regencia provisional al declarar que la incapacidad del rey hay terminado. Inmediatamente comenzaron los preparativos para defender la isla del León del ataque de los realistas. Se pensaba resistir en Cádiz, considerada inexpugnable por el éxito de la defensa contra las tropas napoleónicas diez años antes, para dar tiempo a que se levantara el pueblo nuevamente contra los franceses y reeditar el éxito de la guerra de la Independencia. No contaban con las sustanciales diferencias que existían ahora respecto a la pasada contienda: en primer lugar la cantidad y calidad de las tropas con que contaban los defensores en 1823 era muy inferior a las de 1810, el dominio del mar en esta ocasión no era de los sitiados sino de los sitiadores y el pueblo español ahora estaba a favor de los franceses.
Las fuerzas liberales se agruparon en el que denominaron "Ejercito de Reserva de la Isla del León" que disponía de unos efectivos útiles para la defensa de unos 11.000 hombres de infantería, algo menos de 400 de caballería, unos 1.000 artilleros y 250 zapadores, de ellos eran del ejercito permanente alrededor de 4.500 y el resto de milicias, de las ultimas solo eran fiables los tres batallones de la milicia nacional de Madrid y un batallón de la de Sevilla, en total unos 1.300 hombres. Estas tropas estaban formadas en gran parte por reclutas incorporados recientemente, que no habían tenido tiempo de recibir la instrucción necesaria, hasta el punto que había unidades que solo eran útiles para servicios de guarnición. El estado de disciplina de algunas unidades no las hacia aptas para estar en el frente y las opiniones políticas de gran parte de los soldados eran más favorables a la causa de los sitiadores que a la de los constitucionales. Las deserciones estaban a la orden del día. Del mando de este ejercito se hizo cargo inicialmente el general don Gaspar de Vigodet.
Inmediatamente se iniciaron los trabajos más urgentes para la puesta en estado de defensa de las fortificaciones utilizadas en el anterior sitio de 1810, y la construcción de alguna nueva. El esquema defensivo utilizado era el mismo prácticamente que el de la Guerra de la Independencia, que tenía como limites en líneas generales: el caño de Sancti Petri, el del Zurraque, el arsenal de la Carraca y el canal del Trocadero en la península de Matagorda.
Como primera medida el día 16 se reforzó la guarnición de San Fernando con cuatro batallones de la milicia activa, que junto con los 2 batallones de la milicia local, tres compañías del regimiento de la Reina y dos del 6° batallón de infantería de marina que ya se encontraban en la plaza, tomaron posiciones en los puntos más importantes del dispositivo defensivo, dando comienzo a la reparación de las fortificaciones. Por otra parte se enviaron hombres y material a la península de Matagorda para establecer la línea del Trocadero, que ya había sido iniciada en 1812 nada más levantar el sitio los franceses, para evitar la repetición de los bombardeos de Cádiz que desde este punto se realizaron en la guerra de la Independencia. El día 17 se enviaron dos destacamentos, uno formado por el tercer escuadrón de artillería a caballo sin piezas y otro por cincuenta caballos de la milicia de Madrid, a cortar los puentes de Arcos, la Cartuja y Puerto de Santa María, así como a destruir el castillo de Santa Catalina de esta ultima población.
La dirección de las obras de la línea de San Fernando se le encargó al teniente coronel de ingenieros don Domingo Rancel. El estado de las obras defensivas era de un total abandono, siendo necesarias en la mayoría de ellas importantes reparaciones, las únicas fortificaciones que en aquel momento disponían de artillería eran las baterías de Urrutia y del Portazgo. En un principio se habilitó lo más urgente para garantizar la seguridad del dispositivo defensivo, para posteriormente perfeccionarlo.
Los absolutistas avanzaban con rapidez para sorprender a los liberales antes de terminar sus preparativos y para impedir la entrada de víveres en Cádiz. En esta guerra, además, el bloqueo por mar impediría la entrada de barcos en la ciudad.
El 19 de junio el mando de la defensa dividió el frente de Cádiz en cuatro zonas, que comprendían: la primera la península de Matagorda con la línea del Trocadero, la segunda la Carraca y las defensas del puente de Zuazo y del Portazgo, la tercera abarcaba desde éste punto hasta Torregorda y la ultima la ciudad de Cádiz y sus defensas inmediatas. Para la defensa de cada una de ellas se asignó una brigada.
Se recibieron noticias el 21 de junio de que el ejercito francés se encontraba en Cabezas de San Juan, cerca de Jerez, y marchaba precedido de los absolutistas españoles que se encontraban ya en esta población, por lo que se activaron los preparativos de la defensa. No llegarían a Puerto Real hasta el día 24, ocupando esta población, el Puerto de Santa Maria y Chiclana y algunas de las baterías utilizadas en el anterior sitio iniciando de inmediato las obras necesarias para su puesta en estado de defensa.
El puerto de Cádiz se encontraba bloqueado por una división naval francesa al mando del contralmirante Hamelin, integrada por un navio, dos fragatas y algunos barcos menores. Los constitucionales carecían de fuerzas navales con que oponérseles, solamente disponían de lanchas armadas con obuses o cañones aptas para operar en los caños y en la bahía y de algunos buques mayores en muy mal estado, por lo que aceleraron la entrada de víveres en la plaza a través del caño de Sancti Petri, antes que el numero de franceses aumentara y fueran capaces de impedirlo. Llegaron a introducir víveres para seis meses.

PRIMERAS OPERACIONES EN TORNO A CADIZ

el primer encuentro entre los bandos opuestos tuvo lugar el mismo día de la llegada de los franceses a Puerto Real, en que desalojaron a una pequeña fuerza constitucional que acudió a ocuparla procedente de la guarnición del Trocadero.
Al día siguiente nombran los constitucionales jefe de las fuerzas de mar y tierra al teniente general de la armada don Cayetano Valdés, que había sido uno de los miembros de la regencia provisional creada al declarar la incapacidad del rey.
Los absolutistas venían al mando del general Borde-soulle con la misión de interceptar las comunicaciones de Cádiz con el interior. Las fuerzas que llegaron en un primer momento se iban incrementando gradualmente con la llegada de nuevas unidades. Ante la presencia cada vez mayor de tropas francesas en Chiclana y sus alrededores, los constitucionales sitúan una reserva en Campo Soto, con objeto de acudir a cualquier punto de la línea que pudiera resultar amenazado.
El 4 de julio los liberales efectúan varios reconocimientos de la línea francesa para conocer la fuerza y situación del enemigo, destruir edificios que pudieran ser de utilidad a los sitiadores y de paso foguear a la tropa, que en su mayoría no había entrado en combate. Partieron los constitucionales desde la batería del Portazgo y desde el Campo de Urrutia. La que partió del Portazgo iba hacia el Molino de Ocio y estaba compuesta por dos compañías de granaderos y otras dos de cazadores de infantería de línea y una de granaderos y otra de cazadores de voluntarios de Madrid, una compañía de caballería y media de zapadores, apoyados por varias lanchas cañoneras que navegaban por los caños. La columna con origen en el Campo de Urrutia estaba formada por el tercer batallón de voluntarios de Madrid y media compañía de zapadores, cruzaron el caño de Sancti Petri en botes hacia la zona de Casas del Coto. En todos los puntos los franceses se retiraron precipitadamente al advertir la presencia de los liberales, por lo que no llegó a establecer contacto ninguna de estas columnas que pudieron hacer las destrucciones convenientes sin ser molestados por el enemigo.

Bibliografía: RISTRE: Revista de Historia Militar de España y Latinoamerica

LA BATALLA DE LOS CASTILLEJOS

n 1.859 los cabileños de Anyera destruyen parte de las obras de defensa de la ciudad y arrancan el escudo de España de la piedra que marcaba el limite del campo español. Este incidente, en realidad de poca importancia, toma naturaleza de "Casus Belli" para España.
En la Peninsula, todos los partidos politicos olvidan sus diferencias para fundirse en un solo frente patriotico. El Congreso entero se levanta al grito de ¡Viva España!, alcanzando el sentimiento de unidad nacional a toda la nacion, que se apresta a vengar la afrenta.
Para financiar la campaña militar que se avecinaba no fue necesario implantar nuevos tributos; desde la Reina que ofrecio sus joyas para sufragar los gastos de guerra hasta el ultimo labriego, toda España se prodiga en actos de patriotismo. Las provincias, ciudades, villas, las corporaciones, el clero y hasta el mas pobre de los españoles se apresuran a ofrecer dinero, viveres y efectos con un sentimiento de dignidad nacional zaherida.
En Ceuta comienzan a concentrarse tropas para el inicio de las operaciones de guerra, bajo el mando principal de los generales Prim y O'Donnel. En un primer momento, las tropas han de abandonar la proteccion del recinto amurallado y salir al campo exterior para tomar las posiciones que dominan la ciudad por el Oeste. En este contexto se producira la Batalla del Serrallo, a escasos tres kilometros de las murallas de Ceuta, que sera un exito total para las tropas españolas, ocupando las posiciones elevadas, asegurandolas y despejando, por tanto, el camino a posteriores avances.
Seguidamente, en el transcurso del avance hacia el interior, tendran lugar la Batalla de los Castillejos y la de Tetuan. Es de recibo mencionar la extraordinaria y heroica actuacion del cuerpo de Voluntarios Catalanes a las ordenes del General Prim, durante las operaciones militares de esta campaña.
Termina la campaña con la firma de la Paz de Wad-Rass por el Sultan de Fez, ampliandose en el tratado los limites territoriales de nuestra ciudad. España no exige del Sultan el reconocimiento de la soberania española sobre Ceuta, toda vez que su adhesion a la corona española era anterior a la propia existencia del Reino de Marruecos y se daba por sentado. Asi, los unicos puntos del tratado haran referencia a los nuevos limites del "Campo Exterior" de la ciudad y a las seguridades dadas a la misma.
Esta campaña sera objeto de abundantes relatos y testimonios, quedando inmortalizada por la pluma de Pedro Antonio de Alarcon y por el pincel de Fortuni.
En nuestra ciudad tambien dejara huellas imborrables. La disposicion de una zona de seguridad, permitira proteger adecuadamente a la poblacion y permitir la expansion de la misma. Los fuertes levantados en las alturas conquistadas (entre ellos, Piniers, Aranguren, Isabel II) pertenecen a este periodo.
Asi mismo, presidiendo la Plaza de Africa, pilar basico de la ciudad, rodeada por la Comandancia General, Asamblea y Santa Iglesia Catedral, se levanta un monumento en recuerdo a los Caidos en la Guerra de Africa de 1.860. Dicho momumento, que cuenta con unos magnificos bajorelieves en bronce rememorando la Batalla de los Castillejos realizados por el escultor Susino, dispone en su base de una cripta en la cual se hallan depositados los restos de una decena de oficiales y soldados muertos heroicamente en esta campaña.

lunes, septiembre 18, 2006

BLOCAOS

os generales españoles, avanzaban por el Rif desde Melilla deprisa, sin encontrar grandes escollos. Iban dejando pequeños "fuertes" a su paso y dejaban a las tribus amigas detrás, en su retaguardia. El general Fernández Silvestre, el amiguete del rey Alfonso XIII, desde luego empleó estas "inteligentes" técnicas.
Los "blocaos" erán pequeños fuertes, realmente pequeñitos, en los que los gloriosos generales españoles de la época abandonaban una pequeña guarnición y desde los que seguían avanzando, como si con dejar a aquella guarnición ya estuviera ganada la región.
La corrupción y otras incompetencias hacía que los blocaos a menudo se erigieran sin sentido común, no en lugares estratégicamente militares, sino en donde les parecía a los mandos, a veces se colocaba el blocao cerca de la residencia de algún amiguete rifeño para defendersela,sin importar que la posición del blocao en sí fuera indefendible o que casi nunca tuviera acceso al agua.
De este modo, cuando Abdelkrim se levantó en el Rif, lo único que necesitaba hacer era rodear el blocao. Se esperaba a que los soldados españoles desesperados por la sed tuvieran que salir y entonces bastaba con dispararles como en el tiro al plato. A menudo los sitiadores, éncima, eran los rifeños de las tribus "amigas" que se habían ido dejando en la retaguardia..
Como además se suponía, que el apoyo logístico al grueso del ejercito vendría por los territorios que esos blocaos "controlaban", cuando Abdelkrim eliminaba los fáciles blocaos el grueso del ejercito español quedaba desamparado y aislado logisticamente.

LOS ASTILLEROS DE GUARNIZO

l Ayuntamiento de Astillero se constituye en 1793, al adquirir jurisdicción propia la Nueva Población del Astillero de Guarnizo, formada por el conjunto de trabajadores que vivían en las proximidades de la Planchada, lo que hoy día se conoce por el barrio de Churruca.
La Nueva Población del Astillero de Guarnizo se formó fundamentalmente con trabajadores del propio Astillero, que poblaron las proximidades donde se realizaba la construcción de los barcos. Aunque la actividad del Astillero de Guarnizo se remonta al siglo XVI, no se convierte en una Real Fábrica de Bajeles hasta comienzos del siglo XVIII, en el reinado de Felipe V; será con este primer monarca de la dinastía de los Borbones, cuando se centraliza y dirige la construcción de buques para la Real Armada desde la Corte, a través de la recién creada Secretaria de Marina, equivalente en la actualidad a un Ministerio de Marina.
Para organizar los astilleros cantábricos y la corta de maderas necesaria en la fábrica de los nuevos buques de la Real Armada, se envía a la Costa Cantábrica a Antonio Gaztañeta, con cargo de Superintendente de Fábricas y Plantíos en la Costa Cantábrica, quien decide centralizar el grueso de las construcciones en el Astillero de Guarnizo.
Por decisión de Antonio Gaztañeta se traslada el tradicional Astillero de Guarnizo desde las inmediaciones de Potrañés, donde se habían construido hasta entonces los galeones de los siglos XVI y XVII, hasta la Planchada. En el nuevo emplazamiento, frente a Pontejos, con dinero de Marina se comenzarán a construir las nuevas dependencias de la Real Fábrica de Bajeles de Guarnizo, de entre las que destaca la casa de la Real Hacienda que se ha conocido por el edificio del Colegio Cántabro, una ermita para los trabajadores del Astillero bajo la advocación de San José, junto con numerosos almacenes, ferrerías y herrerías necesarias para la construcción de buques.
En las inmediaciones de esta Real Fábrica de Bajeles que Marina construye en la Planchada los trabajadores empiezan a construir sus casas formando el actual barrio de Churruca y entonces Nueva Población del Astillero de Guarnizo, que irá aumentando de vecinos en proporción al número de barcos que se construyen, llegando a constituir a mediados del siglo XVIII en un grupo muy importante, cuando el nuevo responsable de las construcciones de los navíos es Fernández de Isla; en la actualidad este personaje tiene una calle en Astillero.
Isla consiguió el privilegio de poder gravar la venta de productos de primera necesidad en un mercado de abastos; es decir, recaudar impuestos. Con el dinero recaudado pagaba al maestro de primeras letras, al médico cirujano y la secretaria del Astillero; en cambio, el cura párroco de la ermita de San José se le pagaba con el impuesto adicional en el pasaje de la barca entre Astillero y Pontejos.
Estos privilegios conseguidos en la década de 1750 por Juan Fernández de Isla se mantuvieron vigentes hasta finales del siglo XVIII, cuando cesa la actividad constructora naval en Guarnizo y en ese momento cuando los vecinos de la Nueva Población del Astillero de Guarnizo se ven privados de su actividad fundamental de la Real Fábrica de Bajeles y deciden buscar nuevas actividades con las que poder sobrevivir en su localidad.
Una iniciativa que emprende la Nueva Población del Astillero de Guarnizo, es constituirse en ayuntamiento, justificando ser los depositarios de todos los servicios que tenían la antigua Real Fábrica de Bajeles como el privilegio de tener mercado, iglesia, médico -cirujano, maestro de primeras letras y edificios públicos de las antiguas instalaciones del Astillero.
Madrid concede el privilegio de constituirse en ayuntamiento a la Nueva Población del Astillero de Guarnizo, pero el Concejo de Guarnizo, perteneciente al Ayuntamiento de Camargo, protesta alegando que ellos son los depositarios de esos derechos. Finalmente en 1793 el Real y Supremo Consejo de Castilla resuelve a favor de la Nueva Población del Astillero de Guarnizo y permita la creación del Ayuntamiento Astillero de Guarnizo, grabando esta fecha en el frontis de La Fuentuca y comenzando la andadura de un nuevo Ayuntamiento en la Provincia de Santander.

Las estrecheces con las que comienza a gestionarse el nuevo Ayuntamiento Astillero de Guarnizo debieron ser grandes, por el reducido terreno y la poca actividad en la zona; para solventar el terreno del espacio, desde el Ayuntamiento se comenzó a solicitar insistentemente el terreno que no ocupaba la Marina y que los vecinos necesitaban para desarrollar sus talleres y ocupaciones. Estas reivindicaciones alcanzan sus frutos en 1834, cuando la Real Fábrica de Bajeles pasa de jurisdicción de Marina a propiedad del Consulado del Mar de Santander para ser gestionado por la Junta de Comercio, en virtud del siguiente decreto :
Con motivo de las varias competencias suscitadas entre el Ayuntamiento del Guarnizo y el Juez conservador de aquel Real Astillero en materia de jurisdicción, he llamado la atención de S.M. la Reina Gobernadora acerca de que teniendo allí la Marina una iglesia, terrenos, almacenes y otros edificios comprados por ella al Conde de Isla, después de concluidas sus contratas de gran número de buques de guerra que se construyeron en él, ningún beneficio reporta de talas propiedades produciendo solo altercados, que distraen la atención de esta superioridad con pretensiones infundadas por parte del Ayuntamiento. Enterada de todo S.M. y con el fin de evitar los inconvenientes que de esto resultan y deseando al mismo tiempo hacer útil aquel establecimiento se ha servido resolver después de oír al Consejo Real de España e Indias en Secciones reunidas de Marina y de lo Interior y con presencia de todos los antecedentes que se ceda en propiedad al Consulado de Santander cuanto en el Real Sitio del Astillero de Guarnizo pertenece a la Marina Real, almacenes, gradas, terrenos y edificios excepto los derechos jurisdiccionales y conservando la Marina además el derecho de construir o carenar algún buque, si alguna vez la conviniera en el expresado Astillero con el fin y destino que sirven al comercio de aquella ciudad de Arsenal y Astillero, por ser dicho puerto muy a propósito para ello por su inmediación a los montes y a las minas de hierro que son los objetos de mayor consumo en la construcción naval, además de otras ventajas que deben proporcionarse fijándose en él la construcción de buques se abandona el beneficio en los astilleros extranjeros.
Lo comunica el Señor Secretario del Despacho del Interior, 3 de Diciembre de 1834.
A partir de ese momento del que fuera Real Astillero de Guarnizo se comienzan a botar nuevo mercantes para la floreciente burguesía mercantil santanderina y de la situación del Astillero en esta época nos da buena cuenta Pascual Madoz en su célebre "Diccionario Geográfico -Estadístico - Histórico de España y sus posesiones de Ultramar", realizado entre 1845-1850.
El Astillero de Guarnizo ofrece un interés que jamás debe perderse de vista. Tiene en su ría una dársena tranquila, exenta del Theredo navalis y de más de un millón de varas cuadradas de superficie; forman sus riberas una inclinación tan a propósito para botar los buques, que no necesita la mano del hombre emplear en ello trabajo alguno. Aún subsisten 5 gradas de construcción; y en una línea Sureste, Oeste y Noroeste de más de 250 varas de larga, se pueden hacer fácilmente hasta otras catorce o quince, todas para navíos de gran porte.
En las riberas de la derecha y de la izquierda de la ría se hallan sitios para formar a poca costa diques de carenar, en número de seis o siete; se puede asimismo dar de quilla en la misma ría a los buques de todo porte y sus regatas; sus playas y ensenadas dan casi formados por si solos diques para depósito de maderas, capaces de contener 1.000.000 de codos cúbicos; cercanos al mismo sitio se encuentran montes crecidísimos que pueden suministrar maderas para la construcción... el año 1840 se botó al mar la fragata mercante titulada la Nueva Luisa, de porte de 300 toneladas; en el de 1841 el bergantín Primavera y el primer vapor de fuerza de 20 caballos; en 1842 los cuatro gángiles que ha costeado la Junta de Comercio para conducir las arenas que se saquen cuando se limpie la bahía, y en 1843 el magnifico pontón o draga para realizar la limpia.

domingo, septiembre 17, 2006

LOS PRISIONEROS DE TRAFALGAR

l terminar el Combate de Trafalgar, dejó abordo de buques maltrechos y en las costas de Cádiz, un sin fin de heridos, cadáveres y combatientes que ante sus ojos, se presentaba un destino incierto aturdidos por la desorientación y el horror que supuso el combate .
Los prisioneros españoles tomados por los británicos en el combate , excepto algunos oficiales, fueron devueltos inmediatamente y al parecer ninguno sería conducido a Inglaterra. Lo mismo ocurrió con los ingleses que marinaron las presas recobradas o que naufragaron en las playas gaditanas.
Sin embargo, con los prisioneros franceses hubo más reticencias y el trato fue diferente, a pesar de las gestiones realizadas en su favor por las autoridades españolas en cumplimiento de las órdenes del Príncipe de la Paz.
Unos 400 franceses, la mayoría heridos, fueron liberados en Algeciras, los días siguientes a la acción tras ser conducidos a Gibraltar,pero unos 2.200 serían llevados a la Gran Bretaña junto con los 3.150 de la división de Dumanoir y embarcados en pontones flotantes hasta 1815. Estas embarcaciones eran generalmente navíos antiguos o apresados de 74 cañones fondeados con cadenas en puertos como Medway, Portsmouth, Plymouth, Chatham, etc. Una minoría de los prisioneros fueron recluidos en tierra en viejos edificios, tales como Portchester Castle, cerca de Portsmouth, y el Edinburgh Castle, así como en la prisión de Dartmoor recientemente construida .
En los citados pontones los prisioneros ocupaban la batería baja custodiados por fuertes guarniciones. Los componentes de estas guarniciones eran por lo general los más miserables desechos de la milicia, lo que daba origen a muchas conductas criminales, disparando a menudo contra los prisioneros sin motivo aparente.
La estrechez de los alojamientos, el hacinamiento, el aire pútrido y extremadamente húmedo procedente de las aguas estancadas donde estaban situados los pontones, la absoluta falta de higiene, la escasez de vestuario y mala alimentación destruían rápidamente la salud de estos desgraciados, de tal modo que la estancia de los pocos que alcanzaban más de seis años en los
pontones les producía daños físicos y morales irreversibles. Un francés que estuvo prisionero en el navío-pontón Brunswick, fondeado en Chatham, escribió tras ser liberado «que hubiese sido más conveniente declarar que no se hiciesen prisioneros en el campo de batalla para no acabar con una muerte lenta una vida tan desgraciada».
Tanto a los vencedores como vencidos, a los que desaparecieron en las aguas del cabo Trafalgar a los que dejaron sus vidas posteriormente al combate como consecuencia de las heridas recibidas, así como a los que no sobrevivieron a las penalidades de la prisión, rindo hoy un homenaje por el espíritu de sacrificio, embarcados en aquellas moles de madera, repletas de artillería que descargaron sobre sus cuerpos y sus almas toneladas de muerte, a ellos que de una forma u otra han sido ignorados o al menos poco estudiado.
Los vencedores, porque lucían sus laureles frescos de una batalla magistralmente ganada, los que perdieron, porque, se debía de olvidar cuanto antes una tragedia de tanta envergadura. Se olvidó una vez más, la gesta personal, el sacrificio de tantos marinos que dieron su vida en la batalla, unos obligados por su condición de marino, otros obligados a embarcar por circunstancias que la vida los condujo hasta esos alcázares de muerte.Con el 200 aniversario de la batalla de Trafalgar, se ha vertido mucha tinta en libros, novelas y artículos ensalzando la victoria de unos y la derrota de otros, pero en escasísimas ocasiones, se menciona la gesta de aquellos marinos desconocidos, sin identidad, casi sin nombres, aquellos que con su sacrificio tiñeron de rojo las aguas del Castillo de Santa Catalina o las arenas doradas de la costa de Cádiz.

Informe del combate del almirante don Pascual Cervera al Gobernador de Cuba

Excmo. e Iltmo SR.:
n cumplimiento de las órdenes de V.E.I., con la evidencia de lo que había de suceder y tantas veces había anunciado, salí de Santiago de Cuba con toda la Escuadra que fue de mi mando, en la mañana del día 3 del corriente mes de julio.
Las instrucciones dadas para la salida eran las siguientes: El «Infanta María Teresa », buque de mi insignia, había de salir el primero, siguiendo sucesivamente el «Vizcaya », «Colón », «Oquendo» y destructores. Todos los barcos tenían todas sus calderas encendidas y con presión.
Al salir el «Teresa» empezaría el combate con el enemigo que estuvieran más a propósito, y los que le seguían procurarían dirigirse al oeste a toda fuerza de máquinas, tomando la cabeza el «Vizcaya ». Los cazatorpederos habían de mantenerse, si podían, fuera del fuego, espiar un momento oportuno para obrar, si se presentaba, y tratar de escapar con su mayor andar, si el combate nos era desfavorable.
Los buques salieron del puerto con una precisión tan grande, que sorprendió a nuestros enemigos, quienes nos han hecho muchos y muy entusiastas cumplimientos sobre el particular. Tan pronto como salió el «Teresa» rompió el fuego a las 9 h. 35 m., sobre un acorazado que estaba próximo, pero dirigiéndose a toda fuerza de máquina sobre el «Brooklyn », que se encontraba al SO. y que nos interesaba tratar de poner en condiciones de que no pudiera utilizar su posterior andar. Los demás buques empeñaron el combate con los otros enemigos que acudían de los diversos puntos donde estaban apostados. La Escuadra enemiga constaba aquel día de los siguientes buques frente a Santiago de Cuba: «New York », insignia del Contralmirante Sampson; «Brooklyn », insignia del comodoro Schley; «lowa », «Oregon », «Indiana », «Texas» y varios buques menores, o mejor dicho, transatlánticos y yates armados. Realizada la salida se tomó el rumbo mandado, y el combate se generalizó con la desventaja, no sólo del número sino del estado de nuestra artillería y municiones de 14 centímetros que conoce V.E.I. por el telegrama que le puse al quedar a sus órdenes. Para mí no era dudoso el éxito, por más que alguna vez creí que no sería tan rápida nuestra destrucción.
Al «Infanta María Teresa» un proyectil de los primeros le rompió un tubo de vapor auxiliar por el que se escapaba mucho, que nos hizo perder la velocidad con que se contaba; al mismo tiempo otro rompía un tubo de la red de contra incendios. El buque se defendía valientemente del nutrido y certero fuego del enemigo, y no tardó mucho en caer entre los heridos su valiente comandante, capitán de navío don Víctor M. Concas, que tuvo que retirarse y como las circunstancias no permitían perder un segundo, tomé por mí mismo el mando directo del buque esperando ocasión de que pudiera llamarse al segundo comandante, pero ésta no llegó, porque el combate arreciaba, los muertos y heridos caían sin cesar, y no había que pensar en otra cosa que en hacer fuego en tanto que se pudiera.
En tal situación, teníamos fuego en mi cámara, donde debieron hacer explosión algunos de los proyectiles que allí había para los cañones de 57 mm.; vinieron a participarme haberse prendido fuego al cangrejo de popa y caseta del puente de popa, al mismo tiempo que el incendio iniciado en mi cámara se corría al centro del buque con gran rapidez, y como no contábamos con agua, fue tomando cada vez más incremento siendo impotentes nosotros para atajarlo. Comprendí que el buque estaba perdido y pensé desde luego en donde lo vararía para perder menos vidas, pero continuando el combate en tanto fuera posible.
Desgraciadamente el fuego ganaba terreno con mucha rapidez y voracidad, por lo que envié uno de mis ayudantes con la orden de que se inundasen los pañoles de popa, encontrándose éste ser imposible penetrar en los callejones de las cámaras a causa del mucho humo y del vapor que salía por la escotilla de la máquina, donde también le fue absolutamente imposible penetrar, a causa de no permitir la respiración abrasadora de la atmósfera; por tanto fue necesario dirigirnos a una playita al 0. de Punta Cabrera, donde embarrancamos con la salida, al mismo tiempo que se nos paraba la máquina; era imposible subir municiones ni nada que exigiera ir bajo la cubierta acorazada, sobre todo a popa de las calderas, y en tal situación no había que pensar más que en salvar la parte que se pudiera de la tripulación, de cuya opinión fueron el segundo y tercer comandantes y los oficiales que se pudieron reunir, a los que consulté si creían que podía continuar el combate, contestando que no.
En tan penosa situación, habiendo empezado las explosiones parciales de los depósitos de las baterías, di orden de arriar la bandera e inundar todos los pañoles: la primera no pudo ejecutarse a causa del terrible incendio que había en la toldilla, habiéndose quemado al poco rato. Ya era tiempo: el fuego ganaba con mucha rapidez y apenas hubo el suficiente para abandonar el buque, cuando ya el fuego llegaba al puente, y eso ayudados por dos botes americanos que llegaron como tres cuartos de hora después de la embarrancada.
Entre los heridos están el teniente de navío don Antonio López Cerón y alférez de navío don Ángel Carrasco, y faltan el capitán de Infantería de Marina don Higinio Rodríguez, al que creo mató un proyectil, el alférez de navío don Francisco Linares, el segundo médico don Julio Díaz del Río, el maquinista mayor de primera clase don Juan Montero y el de segunda don José Melgares, cuyo cadáver salió a la playa. El salvamento se hizo tirándose al agua los que sabían nadar, intentando tres veces llevar una guía a tierra, lo que sólo se consiguió a última hora y ayudados por los dos botes americanos de que llevo hecha mención. Nosotros arriamos un bote que parecía bueno e inmediatamente se fue a pique, y se echó al agua un bote de vapor, que sólo pudo hacer un viaje, porque también se fue a pique por efecto de las averías que tenía, al intentar volver a bordo por segunda vez, quedando agarrados a él los tres o cuatro hombres que lo llevaban y que se salvaron unos a nado y otros los recogió un bote americano.
El comandante, ayudado por buenos nadadores, había ido a tierra; el segundo y tercero dirigían a bordo el embarco, y necesitándose dirección en tierra, cuando ya venían los botes americanos, yo me fui a nado, ayudado por dos cabos de mar llamados don Juan Llorca y Andrés Sequeiro y mi hijo ayudante, teniente de navío don Ángel Cervera.
Concluido el desembarco de la gente, fui invitado por el oficial americano que mandaba los botes de seguirle a su buque, que era el yate armado «Gloucester », a donde fui acompañado de mi capitán de bandera herido, de mi hijo ayudante y del segundo del buque que fue el último que lo abandonó.
Durante este período, el aspecto del buque era imponente porque se sucedían las explosiones y estaba para aterrar a las almas mejor templadas.
Nada absolutamente creo que pueda salvarse del buque, y nosotros lo hemos perdido todo, llegando la inmensa mayoría absolutamente desnudos a la playa.
Pocos minutos después que el «Teresa» embarrancaba el «Oquendo» en una playa como a media legua al oeste de él, con un incendio parecido al suyo, y se perdieron de vista por el Oeste el «Vizcaya» y el «Colón », perseguidos por la escuadra enemiga. Según me ha manifestado el contador del «Oquendo », único oficial que está en el mismo buque que yo, la historia de este desgraciado buque y su heroica tripulación es la siguiente, que tal vez se rectifique algo, pero sólo en detalles, no en el fondo de los hechos:
El desigual y mortífero combate sostenido por este buque se hizo más desigual aún porque al poco tiempo de comenzado un proyectil enemigo entró en la torre de proa matando a todo el personal de ella, menos un artillero que quedó muy mal herido.
A la batería de 14 centímetros, barrida por el fuego enemigo desde el principio, sólo le quedaron dos cañones útiles, con los que continuó defendiéndose con una energía incomparable. También la torre de popa quedó sin su oficial comandante, muerto por un proyectil del enemigo que entró al abrir la puerta para poder respirar, porque se asfixiaban dentro. No conoce el Contador la historia de la batería de tiro rápido y sólo sabe que disparaba, seguramente, lo mismo que toda esta valiente tripulación. Hubo dos incendios: el primero, que se dominó, ocurrió en el sollado de proa, y el segundo, que se inició a popa, no se pudo dominar, porque ya no daban agua las bombas, quizá por las mismas causas que en el «Teresa ».
Los ascensores de municiones de 14 centímetros faltaron desde el principio, pero no faltaron municiones en la batería, mientras que pudo batirse, por los repuestos que, a prevención, se habían puesto en todos los buques. Cuando el valiente comandante del «Oquendo » vio que no podía dominar el incendio y no tenía ningún cañón en estado de servicio, fue cuando se decidió a embarrancar, mandando previamente disparar todos los torpedos, menos los de popa, por si se acercaba algún buque enemigo, hasta que llegado el último extremo mandó arriar la bandera, minutos después que el «Teresa » y previa consulta a aquellos oficiales que estaban presentes. Los comandantes segundo y tercero y tres tenientes de navío habían ya muerto. El salvamento de los supervivientes fue organizado por su comandante, que ha perdido la vida por salvar la de sus subordinados. Hicieron una balsa, arriaron dos lanchitas, únicas embarcaciones que les quedaban útiles, y últimamente fueron auxiliados por embarcaciones americanas, y según me dijo un insurrecto, a quien hablé en la playa, también les auxilió un bote que éstos tenían.
Sublime era el espectáculo que presentaban estos dos buques; las continuas explosiones que se sucedían sin cesar, no acobardaban a estos valientes, que han defendido sus buques hasta el punto de no haber podido ser hollados por la planta de ningún enemigo.
Cuando fui invitado por el oficial americano a seguirlo, según dije a V.E.I anteriormente, di instrucciones para el reembarco al tercer comandante don Juan Aznar, a quien no he vuelto a ver desde entonces. Al llegar al buque americano, que era el yate armado «Gloucester », encontré allí una veintena de heridos pertenecientes en su mayor parte a los cazatorpederos, los comandantes de éstos, tres oficiales del «Teresa », el Contador del «Oquendo » y nos reunimos entre todos hasta noventa y tres personas, pertenecientes a las dotaciones de la Escuadra.
El comandante y oficiales del yate nos recibieron con las mayores atenciones, esforzándose por atender a nuestras necesidades, que eran de todo género, porque llegamos absolutamente desnudos y hambrientos; me manifestó el comandante que como su buque era tan pequeño, no podía recibir aquella masa de gente, e iba a buscar un buque mayor que los embarcara. Los insurrectos, con quienes yo había hablado, me habían dicho que con ellos tenían unos 200 hombres entre los que había 5 ó 6 heridos, y me añadieron de parte de su jefe que si queríamos irnos con ellos les siguiéramos y nos auxiliarían con lo que ellos tenían, a lo que les contesté que dieran las gracias a su jefe y le dijeran que nosotros nos habíamos rendido a los americanos; pero que si tenían médico, les agradecería que curaran una porción de heridos que teníamos en la playa, algunos de ellos muy graves.
Al comandante del yate le comuniqué esta conversación con los insurrectos y le supliqué reclamara nuestra gente, lo que me prometió, enviando al efecto un destacamento con bandera. También envió algunos víveres de que tan necesitados estaban en la playa.
Seguimos después hacia el O. hasta encontrar el grueso de la Escuadra, de la que se destacó el crucero auxiliar «Paris », y nuestro yate siguió hasta frente a Cuba, donde recibió órdenes con arreglo a las que unos fuimos transbordados al «Iowa» y otros lo fueron a otros barcos.
Durante mi permanencia en el yate pedí a los comandantes de los cazatorpederos noticia de la suerte que les había cabido, teniendo el conocimiento de saber su triste fin.
De lo ocurrido al «Furor », puede V.E.I. enterarse detalladamente por la adjunta copia del parte de su comandante; en él encontró una muerte gloriosa el capitán de navío don Fernando Villaamil, y el número de bajas acredita cómo se ha conducido este pequeño buque cuyo comandante también fue herido levemente.
Cuando llegué al «Iowa », donde fui recibido con toda clase de honores y consideraciones, tuve el consuelo de ver en el portalón al bizarro comandante del «Vizcaya », que salió a recibirme con su espada ceñida porque el comandante del «Iowa » no quiso que se desprendiera de ella en testimonio de su brillante defensa. Adjunta es también copia del parte que me ha producido, por el cual vendrá V.E.I. en conocimiento de esta historia tan parecida a la de sus hermanos «Teresa » y «Oquendo », lo que prueba que los mismos defectos han producido las mismas desgracias, habiendo sido todo cuestión de tiempo.
En el «Iowa » estuve hasta las cuatro de la tarde, en que fui trasbordado al «San Luis », donde encontré al general segundo jefe y comandante del «Colón ».
Cuando estando aún en el «Iowa » se incorporó el almirante Sampson, le pedí permiso para telegrafiar a V.E.I., haciéndolo en los Siguientes términos:
«En cumplimiento de las órdenes de V. E., salí ayer mañana de Cuba con toda la Escuadra, y después de un combate desigual contra fuerzas más que triples de las mías, toda mi Escuadra quedó destruida, incendiados y embarrancados el "Teresa ", "Oquendo " y "Vizcaya "; el "Colón ", según informes de los americanos, embarrancado y rendido; los cazatorpederos a pique. Ignoro aún las pérdidas de gente, pero seguramente sumen más de 600 muertos y muchos heridos, aunque no en tan grande proporción. Los vivos somos prisioneros de los americanos. La gente toda rayando a una altura que ha merecido los plácemes más entusiastas de los enemigos. Al comandante del "Vizcaya " le dejaron su espada. Estoy muy agradecido a la generosidad e hidalguía con que nos tratan. Entre los muertos está Villaamil y creo que Lazaga; entre los heridos, Concas y Eulate. Hemos perdido todo y necesitaré fondos. - Cervera. - 4 de junio de 1898.»
En cuyo, telegrama hay que rectificar la suerte del «Plutón », que no fue echado a pique, sino que, sin poderse sostener a flote, consiguió embarrancar como V.E.I. verá en el parte de su bizarro comandante.
Réstame decir a V.E.I., para completar los rasgos característicos de esta lúgubre jornada, que nuestros enemigos se han conducido y se conducen actualmente con nosotros con una hidalguía y delicadeza que no cabe más; no sólo nos han vestido como han podido, sino que han suprimido la mayor parte de los «hurras » por respeto a nuestra amargura; hemos sido y somos objeto de entusiastas felicitaciones por nuestra actuación, y todos, a porfía, se han esmerado en hacernos nuestro cautiverio lo más llevadero posible.
En resumen: la jornada del 3 ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto; el número de muertos es, sin embargo, menor del que yo temía; la Patria ha sido defendida con honor y la satisfacción del deber cumplido dejan nuestras conciencias tranquilas, con sólo la amargura de lamentar lo pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de 1a Patria.
También acompaño a V.E.I. relación de los jefes, oficiales y guardias marinas muertos, heridos, contusionados y desaparecidos y otra de los heridos no oficiales que hay en este buque; la gran masa de heridos está a bordo del buque hospital, que es el vapor «Solace ».
Como comprendo que V.E.I. tendrá dificultades para transmitir esta comunicación, me permito enviarle un traslado al Excmo. Sr. Ministro de Marina.
Dios guarde a V.E.I. muchos años.
En la mar, a bordo del «San Luis », 9 de julio de 1898.
Firmado: Pascual Cervera.

sábado, septiembre 16, 2006

ODISEA DE UN PRISIONERO EN FILIPINAS

INTRODUCCION.

finales de Agosto de 1896, estallaba la insurrección en las Filipinas . El Capitán General del Archipiélago se vió obligado a solicitar con carácter urgente al Gobierno tropas peninsulares, ante la gran desproporción existente de tropa índigena en relación con la europea con la consiguiente desconfianza y el peligro que representaba. Un mes después llegaban los primeros auxilios de España; el primero en llegar fue el 1er. Batallón Expedicionario de Infantería de Marina y posteriormente fueron llegando más refuerzos.
A finales de año el General Polavieja, iniciaba la tarea de pacificación al frente de unos 30.000 hombres aproximadamente del Ejército de Tierra y de Marina. Pero la carencia de medios y la negativa del Gobierno a enviar más tropas que apoyaran los primeros éxitos conseguidos, le movieron a presentar su dimisión en abril de 1.897, siendo sustituido por el General Primo de Rivera, quien recuperó Cavite en poder de los rebeldes y tuvo que acordar la paz por imposición del Gobierno.
En abril de 1.898, llegaba a las Filipinas el que había de ser su último Capitán General, Augustin, el cual hubo de enfrentarse a nuevas sublevaciones encabezadas por Aguinaldo que contaba con la ayuda del Gobierno Norteamericano . Dos semanas después de su llegada, el 23 de abril, España entraba en guerra con los Estados Unidos.
Se sabía, por parte de las autoridades competentes que nuestra Marina y el Ejército de Tierra iban al holocausto; todo lo que se pretendió salvar en aquellos momentos fue el honor, y poco más podía intentarse, dados los escasos efectivos militares existentes y la situación de abandono en que se encontraban las Fuerzas Armadas Españolas.
El primero de mayo, se encuentran las escuadras Española y Norteamericana en la bahía de Manila; la superioridad Norteamericana es manifiesta y la escuadra Española es puesta fuera de combate.
Al día siguiente se rendía el Arsenal de Cavite después de un intenso bombardeo naval y el día tres la Plaza. En el resto de las islas, el General Augustin intentó resistir, pero los Norteamericanos desembarcaron Fuerzas muy numerosas y ayudados por los insurrectos tomaron la isla de Luzón, apresando a más de 3.000 españoles y amenazando Manila, intimando a la rendición de ésta. El 17 de agosto, la capital es bombardeada por la escuadra Norteamericana, capitulando y firmando la rendición el General Jáudenes.
El tratado de París en diciembre de 1898, pondría oficialmente punto final a la guerra, no obstante, algunas unidades españolas que se encontraban aisladas continuaron resistiendo ante los tagalos, como los sitiados en Baler (Luzón), que aguantaron hasta el 2 de junio de 1899. En los artículos 5º, 6º y 7º del Tratado, se comprometían los Norteamericanos a transportar a la península a los soldados españoles hechos prisioneros en Manila.
Durante todo el año 1899 y primer semestre de 1900, fueron llegando a España, en su mayoría en buques de la Compañía Trasatlántica, cientos de soldados, parte de ellos enfermos y heridos; muchos habían pasado por la triste situación de ser prisioneros.
La historia que se relata a continuación que fué muy comentada en su época, apareció en una publicación interna de la Infantería de Marina y nos cuenta las vicisitudes de un Infante de Marina; su entrada en filas y posteriores destinos en el Arsenal de la Carraca, Cuartel de S. Carlos, Filipinas y por fin su regreso a España después de haber estado cerca de dos años, prisionero de los tagalos insurrectos.
Mi entrada en el servicio.
El día 22 de Septiembre del año 1895, entré en quinta, sacando el número 1251, número para no venir al servicio si no hubiese sido por la guerra; pero a los tres meses, me tuve que presentar para la escoja, siendo escojido para el Real Cuerpo de Infantería de Marina.
El día siete del citado mes de Noviembre, por la noche, llegué al Cuartel de San Carlos, donde se encontraba un Batallón dispuesto para salir para Cuba. Ocupamos nosotros, los quintos, la planta alta del Cuartel, sin camas, hasta que marchó dicho Batallón, que pasamos a ocupar la planta baja, sitio que tenía el expresado Batallón.
El 22 de Diciembre me dieron de alta de instrucción, y en el mismo día, después de comer el 2º rancho, me destinaron, en unión de 250 más, a la Compañía de Guardias de Arsenales, haciendo la primera guardia en Nochebuena, en la puerta del Arsenal.
En dicha compañía permanecí hasta el 5 de Abril del año 1896, pasando al Cuartel de San Carlos posteriormente para estudiar para Cabo. En 21 de Julio, día del examen, que lo verificamos veintidos aspirantes quedé aprobado, pero sin plaza, porque no había más que ocho vacantes por lo que ascendieron los ocho primeros, y quedamos los restantes, hasta que hubiera plazas, con el galón de Cabo interino, para prestar el servicio como tal Cabo de plaza.
Mi entrada en Filipinas.
El 3 de Septiembre de 1896, me dieron los galones de Cabo 2º, embarcando en dicho día con todo mi Batallón en la bahía de Cádiz en el correo Cataluña, con rumbo a Manila, llegando a dicha capital el día 1º de Octubre del expresado año. A las doce del día desembarcamos, recorriendo todo Manila el Batallón formado hasta llegar al Castillo de Santa Bárbara, sitio donde nos tenía preparada una comida el Batallón de Voluntarios de la mencionada capital. Después de comer, serían las siete y media, embarcamos para Cavite, donde llegamos a las nueve de la noche alojándonos en un local que no tenía utensilios, ni se había limpiado en lo menos un año, pues tenía un palmo de basura.
Mi bautismo de fuego.
Al día siguiente, entramos de guardia en Puerta Baja a relevar a la Artillería de Plaza que marchaba para Manila, y al otro día con todo el Batallón salí para Caridad, donde fué la primera vez que entré en fuego, continuando por Noveleta y Dalaicán, operando hasta el día 6 de Noviembre que, agregado a la 1ª Compañía y en unión de la 4ª del 2º Batallón, pasamos a Iligán de Mindanao, en persecución del Batallón Disciplinario que se había sublevado.
Entré de guardia en el Heliógrafo, hasta las cuatro de la mañana del día siguiente, que me relevaron para ir de convoy con mi Compañía al Fuerte de las Piedras, continuando en dicho punto prestando los servicios de convoy descubierta, protección de trabajos, guardias y avanzadas.
En uno de los convoyes que hicimos, nos atacaron los moros en la cuesta de Aparicio, matándonos un soldado y haciéndonos tres heridos. Una inundación que nos sorprendió otro día, puso en peligro nuestras vidas, pues el agua nos llegaba hasta la boca.
Después de esto, destinaron a mi compañía a Joló, a la Laguna de Lanao, y durante el camino, que tardamos dos días en recorrer, atacaron los moros al convoy y tuvimos que retroceder para poder hacerles fuego, pudiendo así contenerlos y causarles dos bajas que resultaron muertos.
El combate naval de Cavite.- La Infantería de Marina impidiendo el desembarco de los americanos.
Nos relevaron los Cazadores del Ejército de Tierra y regresamos a Cavite, continuando en dicho punto prestando los servicios de campaña.
El 1º de Mayo de 1898, fué el combate naval con la escuadra americana y la pérdida de la española, ocupando mi compañía las murallas para impedir el desembarco enemigo, y en dichas murallas sostuvimos nosotros el rudo bombardeo hasta que izaron bandera de parlamento en el Arsenal, pasando nosotros al cuartel hasta el día siguiente que lo abandonamos .
Emprendimos la marcha para el pueblo de San Francisco de Malabón, donde llegamos a las once de la noche .
Como caimos prisioneros.
Continuamos en el mencionado pueblo hasta el 26 del mismo mes, que salimos a hacer una descubierta al mando del Comandante del cuerpo D. Fulgencio de Pazos; apenas llegamos a la sementera del pueblo antes dicho, una fuerte partida de insurrectos nos salió al encuentro, teniendo por tal motivo tres horas de fuego con ellos; pero como nosotros éramos dos compañías y una era de naturales del país, se pasaron los soldados de ésta al bando contrario, y nos quedamos los españoles reducidos a uno por cada ciento de ellos. A las tres horas de fuego, consumidas todas las municiones tuvimos por fuerza que entregarnos prisioneros de guerra, después de una resistencia desesperada.
Combate de Noveleta:
A los tres días de estar prisioneros en dicha sementera, nos llevaron a Noveleta para embarcarnos y conducirnos a Cavite; pero pasamos toda la noche sin poder embarcar, porque el fuego de las fuerzas españolas que estaban en las trincheras de Noveleta lo impedían, y resistimos el fuego de los nuestros toda la noche, costándole la vida a muchos infelices, por ignorar sin duda los nuestros que nosotros estábamos en aquel sitio.
Mi calvario:
Al amanecer del día siguiente fueron embarcados para Cavite casi todos los prisioneros; y yo, por no abandonar a mi capitán que estaba gravemente herido, estuve hasta última hora resistiendo el fuego que desesperadamente nos hacían.
Por fin quiso Dios que llegara a Cavite. Los heridos pasaron al Hospital, y de los restantes, los soldados al Cuartel de Santo Domingo, las clases al presidio y los Jefes y Oficiales al Convento.
Nos daban para comer un poco de arroz que apestaba a perro podrido, y como es consiguiente, empezamos a ponernos enfermos; raro era el día que no morían de seis a siete individuos. En esta situación estuvimos un mes. Los americanos se querían apoderar de nosotros, pero los tagalos nos embarcaron nuevamente y nos llevaron a Bulacán después de dos días sin comer, y entonces nos dieron un poquito de arroz que nos dejó casi con tanta hambre como antes. Al día siguiente, sin comer, emprendimos viaje a San Ildefonso.
Esclavo de un negro.
En cada pueblo que llegábamos se quedaban aquellos que los vecinos escogían para tenerlos en sus casas en calidad de esclavos ; fuí escogido como esclavo por un tío más negro que el azabache, horriblemente feo y muy corpulento, el cual, como no quise obedecerle e irme con él, me llevó a la fuerza. Llegué a su casa y no podía entrar en ella de pie, tuve que agacharme para poder pasar por la puerta; apenas su familia me vió, como también los vecinos, se agruparon todos para verme mejor, haciendo enseguida comentarios mil, los cuales yo no entendía.
Me pusieron un plato de arroz cocido, un plátano, una panocha de azúcar y un vaso de leche de caraballa para que comiera; yo estaba desmayado, no me hice rogar ni mucho menos, y mientras tanto ellos, con el más grande regocijo contemplaban al "Castilla" comiendo "morisqueta" .
La hija del Alcalde.
Al día siguiente me llevó mi amo al campo y me enseñó un arado, y me preguntó que si sabía arar, le dije que no, a lo que replicó que ya aprendería. Un día fuí con su permiso al pueblo a la casa del alcalde, casa donde estaba sirviendo mi paisano Rafael Garrido, natural de Moguer. Conocí a la hija del alcalde y le conté lo que me estaba ocurriendo, entonces me dijo que me esperara hasta que viniera su padre para suplicarle que quedara en su casa con mi paisano, y así se hizo; pero el negro, viendo que yo no volvía, fué a casa del alcalde para darle cuenta de que el "Castilla", se le había perdido; en el momento de entrar me vió y cogiéndome de la mano me quería llevar a su casa, pero la hija del alcalde le dijo que esperara a que su padre viniera; seguidamente llegó éste, que enterado de lo sucedido y de que su hija quería que yo me quedara en su casa, dió su consentimiento contra la voluntad del negro, que se marchó gruñendo.
Cambio de amo.
En casa del alcalde estuvimos dos meses perfectamente, pero era porque ellos creían que España llegaría a mandar barcos y gente para rescatarnos ; pero cuando se convencieron de que España no daba señales de vida , empezamos a pasar fatigas, pues pusieron a Rafael a acarrear agua y al frente de una venta llamada del Palaés y a mí a cuidar dos caballos.
Al poco tiempo cayó enfermo Rafael y lo mandaron al tribunal porque no podía trabajar y quedé solo haciendo el trabajo de los dos, hasta que trajeron a José Ruiz y Ruiz y entonces me dejaron a mí los caballos y la venta del Palaés. Aquella tarde decidimos escaparnos y huímos pero al rato fuimos presos por los vecinos y trasladados al acuartelamiento Tagalo.
Sentenciado a muerte.
Al día siguiente, escoltado por cuatro soldados y un sargento, salimos a las afueras del pueblo para ser fusilados; en aquel momento pasaba por aquel sitio uno de sus generales, y al enterarse del atropello que iban a cometer, le dijo al alcalde, que como llevara a efecto semejante injusticia, esperara el castigo que Aguinaldo le pusiera.
El alcalde, no sabiendo ya que hacer con nosotros si fusilarnos o no, nos puso cinco veces de rodillas, hasta que por fin decidió no fusilarnos, pero si el darnos una fuerte paliza, y entonces mandó llamar a todos los españoles prisioneros para que presenciaran la paliza. Al poco tiempo de esto se reunieron en aquel sitio todos los españoles y casi todo el vecindario del pueblo.
El banco.
Una vez reunido todo el pueblo dijo el alcalde en alta voz: Aquí teneis a estos dos criminales, se fugaron y los han cogido en los barrios de Angelu; por mi parte quiero fusilarlos, pero ustedes, como españoles, dirán el castigo que se les impondrá; todos permanecieron en silencio, menos José Rivero, cabo de mar, que dijo: Yo, por mi parte, que se le pegue 20 palos y 20 días de trabajo y que no los fusilen.
Contestando el alcalde. Un español lo ha dicho. Me hicieron ir por un banco, y para echarme al hombro el banco tuvieron que ayudarme, pues yo no podía. Llegué con el banco y me ordenó el sargento que me tendiese encima; le contesté que los españoles no se castigan de esa manera; que al que hace motivo se le fusila, y si no, se le mete en el calabozo, pero nunca encima de un banco; contestándome que ellos no eran como los españoles y por lo tanto que me tendiera; le volví a decir que no, y entonces la emprendió a palos conmigo hasta que tuve que tirarme de golpe encima del banco, donde me dieron los palos donde quisieron. Después le tocó a mi compañero, y el último que se levantaba se lo echaba a cuestas hasta llegar a otra esquina, y era el primero que se ponía en él para recibir los palos. De esta manera corrimos todo el pueblo entre bayonetas, dos a cada costado. Que palos nos darían, que íbamos derramando sangre como si nos hubieran dado de puñaladas, y los tagalos que venían detrás burlándose de nosotros, se marcharon al fin porque les daba pena el vernos.
Recorrimos de esta manera todo el pueblo, y después fuimos al cepo otra vez. Estando en el cepo, llegaron dos tagalos que se habían compadecido de nosotros, y me dijo uno de ellos:
- ¿Tú te quieres venir a mi casa?. Yo te doy de comer hasta que tú puedas marcharte a España con tu familia.
- ¡Ya lo creo!, le contesté.
- Pues, bueno; ahora voy a casa del alcalde y se lo digo.
Se marchó y al poco tiempo llegó diciéndome:
- El alcalde me ha dicho que no, que vas otra vez a su casa.
Justicia.
El alcalde mandó a dos soldados para que escoltados nos llevaran a su casa. Llegamos como el que llega al patíbulo. En cuanto nos vió, se dirigió a nosotros diciéndome:
- Puto ninamós y patay seguro,- y nos entregó una escoba y nos puso a barrer un Platanal. Excuso decir cómo estaríamos barriendo con ocho días sin comer y molidos a fuerza de palos.
Sería al mediodía cuando me llamó el alcalde y me dijo:
- ¿Cómo te marchastes de mi casa cuando llevas diez meses en ella y tenía puesta en tí mi confianza, toda vez que te entregué la llave de mi camarín para que tú te entendieras con la venta del Palaés?.
Contestándole:
- Porque antes de morirme de hambre, quería ver si podía recobrar la libertad y marchar a España.
- ¿Hambre en mi casa?, exclamó.
- Si señor, le dije.
- ¿Y por qué no me lo has dicho antes?.
- Porque yo creí que Vd, lo había dispuesto así. Si me hubiesen dado de comer, nunca me hubiese ido. Llamó a la criada y le dijo que por qué no nos había dado de comer; y contestó ella que sí nos daba; pero antes que terminara de decirlo le advertí que no decía la verdad. Entonces el alcalde la hizo que se tumbara en un banco y le pegó veinticinco palos. Desde aquel día el mismo alcalde se cuidaba de nuestra comida, volviéndome a dar la llave del camarín para que yo me entendiera con la venta del Palaés.
Pidiendo limosna.
A los dos meses nos echaron a todos los españoles fuera del pueblo porque se aproximaban los americanos, y entonces fuí caminando de pueblo en pueblo hasta Vigán, a cuyo punto tardé en llegar cuatro meses. Durante la marcha comíamos lo que las buenas personas nos daban, pues tuvimos que pedir para comer, y en un pueblo daban y en otro no.
En poder de los yankis.
En Vigán estuve hasta que el alcalde mandó echar a todos los españoles, porque tenía noticias de que la escuadra americana estaba próxima a llegar.
Salimos para Banquer, provincia de Iloco; en el camino nos enteramos que la escuadra americana estaba a la vista, y aquella noche volvimos a Vigán, y sin ser vistos de los soldados, nos metimos en un sótano a esperar que los americanos desembarcaran. Pero la escuadra americana sólo hizo unos cuantos disparos y se marchó, y entonces nosotros tuvimos también que marcharnos a la noche siguiente para que no nos vieran los tagalos.
Llegamos a Banquer, donde nos reunimos lo menos mil personas; pero a los pocos días me dijeron que habían publicado un Bando para que en el término de dos horas abandonáramos el pueblo, bajo pena de muerte el que no lo cumplimentara.
Emprendí el camino solo, derecho a Vigán, por la falda del monte, y al llegar a un río que está entre Banquer y Pedrigán, divisé una columna americana.
Me dirigí hacia ella, poniendo en la punta de un palo un trapo blanco; al divisarme los americanos se pusieron todos de pie, pues se encontraban tendidos al lado del río. Se adelantó una sección, y uno montado en un caballo preguntóme seguidamente que yo qué era, a lo que contesté que yo era cabo 1º de Infantería de Marina. Entonces me dijeron que siguiera delante de ellos, y así llegamos a Banquer. Durante el camino no cesaban de presentarse españoles; en el pueblo no había más que el alcalde y con música se presentó al jefe de la columna y le entregó las llaves. Dicha columna hizo alto en el centro de la plaza y en cada bocacalle se destacó una sección.
Enseguida ordenó el jefe que otra sección con algunos españoles subieran al monte para que avisaran a los que estaban escondidos. A la media hora ya estaban todos en el pueblo.
El hambre satisfecha.
Seguidamente nos mandó dicho jefe unas cuantas vacas que le había pedido al alcalde para nosotros; cada uno cojimos un pedazo, que en candela que los mismos americanos encendieron, asamos y comimos. Al día siguiente, el Jefe de la columna nos mandó solos para Vigán y ellos salieron en persecución de los demás. Volvimos a Vigán con el temor de que en el camino nos cogieran otra vez los insurrectos; pero a Dios gracias nadie se metió con nosotros; llegamos a Vigán y nos encontramos que en dicho pueblo estaba una fuerte columna al mando de un general. Tan pronto como nos presentamos al general ordenó que nos dieran de comer, y empezaron por darnos un salmón para cuatro y un puñado de galletas.
¡¡Libres!!.
Al día siguiente nos embarcaron y nos llevaron a Manila, presentándonos a la Embajada Española. Durante el paso por la capital de Manila, para llegar a la embajada, muchas personas que nos veían se echaban a llorar al vernos. Veníamos, con la barba y el pelo, muy largos, y en cueros. Enseguida que llegamos nos pelaron, nos afeitaron y nos vistieron, y en el primer correo que salía para España, que fué el "León XIII", embarcamos, llegando a Barcelona el 15 de Enero de 1900.
Once años hace de estos sucesos.
Muchos de los que regresaron conmigo, soldados del Ejército mientras yo era cabo de Infantería de Marina, hoy son oficiales; y yo, a pesar de los pequeños sufrimientos por la Patria que dejo relatados no he pasado ni espero pasar de sargento segundo.
VICENTE GARCIA CARRIL. Sargento 2º de Infantería de Marina.
LA PRENSA Y OTRAS PUBLICACIONES DE LA EPOCA ANTE LA REPATRIACION DE PRISIONEROS.
Parte del contingente de prisioneros y familias españolas procedentes de Filipinas llegan a España en el primer semestre del siglo. La prensa nacional informa puntualmente, sin embargo, como si no se quisiera hablar más de las penalidades de la guerra, sus informaciones son normalmente de carácter telegráfico y se reducían a unas pocas líneas que concretamente afectaban a nuestro protagonista.
El once de enero de 1900, se publicaba en la prensa Nacional la próxima repatriación de tropas procedentes de Filipinas; la noticia adelantada telegráficamente decía así:
" El vapor LEON XIII conduce 152 jefes y oficiales y sus familias y 1672 individuos del Ejército y Marina, vienen 25 enfermos y 10 heridos. En Barcelona, hácense preparativos para el alojamiento".
En los periódicos de Cádiz se ampliaba la comunicación anterior: "Entre el personal de Marina vienen dos compañías de Infantería de Marina que formaban la Guarnición de las Carolinas".
El día 15 de enero con el título "REPATRIACION", la prensa nacional informaba:
"Llega a Barcelona procedente de Manila, el buque "LEON XIII". En el muelle había numeroso gentío".
El 17 de enero, el Diario de Cádiz detallaba el personal de Marina que había desembarcado:
"Dicen de Barcelona que entre los desembarcados del "LEON XIII" figuran D. Ricardo Castro, capitán de Infantería de Marina, 5 sargentos y 187 cabos y soldados de Barcelona para Cádiz, 6 sargentos y 104 cabos y soldados de marina para Cartagena. 30 Fogoneros, cabos de mar, marineros y maquinistas para Cádiz. También han desembarcado dos compañías de Infantería de marina que guarnecían "Las Carolinas" con sus jefes, los capitanes D. Salvador Cortés y D. Rafael Ríos".
Para tranquilizar a las familias de la provincia de Cádiz, en el Diario de la Capital del día 24 de enero, aparecía la información siguiente:
"Cumplimentando órdenes del Ministro de Marina se han remitido a Barcelona ropa de abrigo para la tropa repatriada de Filipinas".
En general, en los primeros años de siglo se respiraba un ambiente como de olvido de la pesadilla de la guerra, refrescar cosas de ella producían gran tristeza y malestar. Pasados unos diez años de su finalización, es cuando comienzan en revistas y publicaciones civiles y militares a aparecer relatos e informaciones de la contienda pasada , que poco a poco, van siendo sustituidas por otras noticias de actualidad muy preocupantes al acercarse la primera guerra mundial.
RESUMEN DE ESTA HISTORIA.
El comportamiento del personaje de esta historia es ejemplar desde el punto de vista humano y profesional. Responde a las virtudes clásicas del soldado español. En algunos aspectos su forma de actuar denotan la influencia de las enseñanzas de los mandos de Infantería de Marina de aquella época que insistían en todo momento en la alta disciplina, compañerismo, espíritu de sacrificio y de cuerpo etc...
España, a partir de agosto de 1898, prácticamente dejó en manos de tagalos y norteamericanos a miles de soldados que habían caido prisioneros.
El Tratado de París en 1898, acordaba la repatriación de prisioneros, por parte de Norteamérica, sin embargo en el año 1900, todavía seguían llegando tropas procedentes de Filipinas.
En las grandes poblaciones como Manila se pactó la rendición de las tropas españolas y éstas, aunque estuvieron expuestas a todo tipo de atropellos y humillaciones, por parte de los tagalos, realmente fueron hasta cierto punto atendidos por las tropas norteamericanas, llegando a ser repatriadas en un plazo relativamente breve.
No fue así con las tropas que cayeron prisioneras de los tagalos en campo abierto, pues eran torturados, humillados y no se les daba de comer, por lo que muchos fallecían. Los heridos eran prácticamente abandonados y algunos salían adelante, gracias a la ayuda de sus compañeros. El índice de mortalidad fue elevadísimo.
En definitiva el gobierno español no consiguió acelerar la entrega de prisioneros al no contar con la ayuda exterior de otras naciones. Se puede decir que esta ralentización, fue considerada por la población española y la prensa, como un abandono de las tropas españolas por parte del gobierno.
En los primeros meses de la guerra contra Filipinos y Norteamericanos, España prácticamente había perdido todo el archipiélago, sin embargo existía por parte filipina la psicosis de que España volvería con un ejército y la reconquistaría. Mientras estuvo presente la posibilidad de que los españoles pudieran desembarcar, el trato con los prisioneros fue más humano, al alejarse esta posibilidad éste se endureció.
Los norteamericanos atacan el archipiélago Filipino cuando el grueso del ejército expedicionario había regresado a la metrópoli. Posiblemente si estas tropas hubieran permanecido más tiempo en Filipinas el ataque norteamericano no se hubiera producido.
La inteligencia norteamericana apoyada por los insurrectos estuvo en todo momento al día.
Los Estados Unidos ya habían iniciado anteriormente su política de expansión exterior y siguiendo su histórico aprovechamiento de otros estados más débiles militarmente, les llegó el turno a Cuba y a las Filipinas.
El relato del Sargento 2º de Infantería de Marina CARRIL en 1912, protagonista de esta historia, finaliza humildemente manifestando:
"Muchos de los que regresaron conmigo, soldados del ejército mientras yo era cabo de Infantería de marina, hoy son oficiales; y yo, a pesar de los pequeños sufrimientos por la patria no he pasado ni espero pasar de Sargento 2º".
Dentro del cuerpo de Infantería de Marina, los ascensos en todas las épocas han sido ruines, unos pocos han hecho carrera ... y una mayoría han ido a rastras de otros cuerpos y ejércitos que no han tenido en materia de ascensos freno alguno.
En el caso de la guerra de Filipinas tras el repliegue colonial, el ejército quedó compuesto por un exceso de suboficiales, oficiales, jefes y generales que anteriormente habían sido ascendidos. Los mandos que se quedaron cautivos, tuvieron una consideración como si fueran desaparecidos, por lo que cuando éstos llegaron repatriados a la península, ya era tarde para realizar los trámites administrativos, ya que el gobierno había congelado los ascensos.
Los responsables del almirantazgo y del cuerpo, no tuvieron voluntad para resolver estos problemas de unos pocos para poderlos ascender, pues consideraron que había otras necesidades más importantes, dejando en segundo plano los problemas más o menos individuales de unos combatientes que en conciencia merecían ascender.
BIBLIOGRAFIA.
- Dominguez Carlos. Legislación de Marina y ejército 1912.
- Cardona Gabriel. El problema militar en España. Madrid 1990.
- Rivas Fabal José. Historia de la Infantería de Marina Española. Madrid 1970.
- Rodriguez Delgado R. Historia del Real y glorioso cuerpo de Infantería de Marina. 1927.
- Castellanos Escudier A. Los orígenes de la última guerra de emancipación. Cádiz 1995.
- Clavijo Clavijo S. Trayectoria Hospitalaria de la Armada Española. Madrid 1944.
- Diarios de Cádiz años 1898, 1899 y 1900.
- Boletín de la Escuela de Infantería de Marina 1912.
Francisco San Martin de Artiñano