lunes, abril 16, 2007

SEVILLA, CAPITAL DE L A PICARESCA

evilla, 1579 — La cárcel de esta ciudad andaluza alberga, en estos momentos, unas
1.300 almas, lo que sitúa a Sevilla entre las ciudades españolas con un mayor número de delincuentes.
El hampa sevillana presenta dos grupos bien diferenciados. Vagabundos y mendigos, por un lado, y criminales profesionales, por otro. Los primeros, que deambulan por la ciudad y sus campos circundantes, se dedican a mendigar y robar, alternativamente. Pueden ser peligrosos o no, y se dividen en diversos rangos según su experiencia en la mendicidad y el robo. Los más comunes son los mendigos simuladores, que pretendiendo ser cojos, ciegos, mudos, locos o mancos, recorren las calles tratando de enternecer las almas cristianas. En 1597, el conde de Puñonrostro decide reducir el número de mendigos sevillanos, y ordena que se presenten el 29 de abril en el Hospital de la Sangre. Según las crónicas, aparecen unos dos mil hombres y mujeres.
Los criminales profesionales, por su parte, son en Sevilla más numerosos que en ninguna otra ciudad española. Rufianes o matones, malhechores y asesinos a sueldo, también dedican sus habilidades a la alcahuetería. El hampa es, sin embargo, sobre todo ladrona. Hay cortabolsas, duendes y grumetes, capeadores o mayordomos que roban comida, devotos, que despojan las imágenes: murcios, birladores y floreros, o ladrones, hurtadores y fulleros. También hay avispones y ondeadores, que avisan donde se puede trabajar: polinches, que introducen a los ladrones como buenos criadós en las casas previamente elegidas de sus víctimas: pulidores, que venden lo robado; y arrendadores, que compran a escaso precio los objetos mal habidos. Todos estos maleantes, y muchos más, se articulan en Sevilla a través de una hermandad propia, a imitación del gremio de mercaderes sevillanos, y que, siguiendo los módulos de los gremios medievales, tienen aprendices y maestros, así como reglas y registros. La cárcel no constituye para ellos ningún lugar temible. Callan sobre sus cómplices, aun bajo la amenaza de la muerte, y si han de pasar tiempo encerrados pueden disfrutar de una vida relajada, ya que no les falta de nada, siempre que cuenten con el dinero necesario.

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