ON GASPAR DE GUZMÁN Y PIMENTEL, nació en 1587, en Roma, donde su padre, por entonces conde de Olivares, era embajador de España. Como tercer hijo varón de la familia, en un principio se pensó destinar su futuro hacia la Iglesia, por lo que se le envió a estudiar Leyes y Teología a Salamanca. Sin embargo, la muerte de sus hermanos mayores convirtió a Gaspar de Guzmán en el heredero del título de su padre cuando éste falleció, en 1607. Desde entonces, los planes del nuevo conde de Olivares apuntaron hacia la Corte española.
Gaspar de Guzmán logró ser nombrado gentilhombre del príncipe heredero, el futuro Felipe IV, en 1615. Su influencia le permitió ocupar una posición relevante en Palacio cuando Felipe subió al trono, en 1621, y alcanzar el cargo de valido del monarca, en 1622. En ese puesto, Olivares desarrolló toda su carrera política hasta que el fracaso militar de España acarreó su desgracia, en 1643. Guzmán se exilió en Toro, donde murió en 1645. Durante más de veinte años, el conde había dirigido España con una autoridad que rozaba el autoritarismo, pese a que nunca gustó que le llamaran valido. Prefirió el título de ministro, que el rey no quiso otorgarle, y cuyas funciones, según explicaba él mismo, debían limitarse a preparar las decisiones del monarca: «que llegue al príncipe la materia digerida, y con todas las consideraciones que hay de una parte y otra parte, para que el príncipe escoja lo que le pareciere más conveniente (...)», escribía.
A lo largo de todo ese tiempo, el conde se había propuesto tres objetivos: restaurar la reputación del rey de España, unificar sus territorios y sanear la economía de Castilla, «cabeza de la monarquía». En primer lugar, se trataba de mantener la reputación de Españay su hegemonía en Europa, por medio de la estrecha solidaridad dinástica entre los Austrias de Madrid y los de Viena: «Estas dos casas no se han de dividir por nada», se lee en una consulta de 1630. Por eso, Olivares reanudó la guerra con los Países Bajos en 1 62 1, después de expirar la tregua de doce años firmada en 1 609.
En segundo lugar, Olivares procuró transformar el país en una monarquía unificada que acabara con los fueros de los otros componentes del reino, lo que provocó la revuelta armada de los catalanes y de los portugueses. Finalmente, las reformas económicas y sociales que impulsó —sanear la moneda, salvar las finanzas de la corona de las garras de los banqueros extranjeros, concretamente de los genoveses, fomentar el comercio y la industria— chocaron con la oposición de la nobleza, que no supo o no quiso tener el apoyo de las Cortes y de las clases medias urbanas.
Otra gran preocupación del conde fue la llamada «limpieza de manos». En un decreto de 14 de enero de 1622, Gaspar de Guzmán exigió «que todos los ministros que fueren escogidos o promovidos para los cargos públicos [...] al tiempo de su elección o promoción den inventario de las haciendas que tienen». Sin embargo, el texto nunca se cumplió, ni siquiera para su mismo impulsor.
A pesar de aquellas declaraciones, Olivares se mostró siempre muy codicioso de honores y riquezas. Mientras que su padre nunca había podido llegar a la dignidad de Grande de España, su hijo la obtuvo pocos días después del advenimiento de Felipe IV. Desde que en 1625 se le nombró duque de San Lúcar la Mayor, Olivares fue designado como Conde-Duque.
Finalmente, en 1639 se leyó en la sesión del 30 de mayo de las Cortes una comunicación anunciando que el rey había concedido al Conde-Duque de Olivares «un regimiento perpetuo en las ciudades y villas con voto en Cortes y de que fuera procurador de corte con voto fijo y perpetuo en cuantas más adelante se celebrasen».
En lo personal, Olivares no sintió mucha simpatía por uno de los prejuicios más arraigados en la sociedad de su tiempo: la limpieza de sangre.Tampoco compartió el antisemitismo de muchos de sus contemporáneos e incluso pensó en pedir la colaboración de los mercaderes judios de origen ibérico que vivían en Holanda. Además, el conde fue profunda y sinceramente creyente, especialmente desde que la muerte de su hija, en 1626, le hiciera pasar por una crisis religiosa profunda, obligándole a meditar sobre la vanidad de las esperanzas humanas. A Olivares le invadió una creciente melancolía que le llevó a preocuparse por el pecado y la muerte. Pero desde entonces puso especial empeño en el cumplimiento de sus deberes religiosos, confesando y comulgando diariamente y dedicando muchas horas a una devoción que bordeaba el éxtasis ante sus imágenes preferidas. Especial predilección tuvo por Santa Teresa de Jesús, cuyo corazón incrustado de diamantes legó a la reina en su testamento.
OLIVARES FUE PROBABLEMENTE uno de los hombres más cultos de su tiempo. Su biblioteca privada fue una de las más ricas de Europa, con 2.700 impresos, 1 .400 manuscritos y numerosas colecciones de documentos. En ella figuraron pocas obras de literatura, pero sí numerosos autores de la Antigüedad, crónicas, tratados políticos —los de Bodino, Guicciardini, Maquiavelo—, libros de religión —entre los que se encontraban, por dispensa especial, algunos incluidos en el Indice - y los libros de Erasmo y Calvino, por ejemplo, aunque no los de Lutero. Además, el Conde-Duque tuvo licencia para tener y estudiar los trabajos de los rabinos sobre el Antiguo Testamento y el Corán.
A pesar de sus fracasos, Olivares fue, sin lugar a dudas. un hombre de Estado de excepcional categoría, digno rival de Richelieu. Sin embargo, el cardenal francés gobernó un reino en plena expansión, mientras que la España que le tocó regir a Olivares ya no era la nación poderosa y dinámica de los tiempos de CarlosV y Felipe II, Sino un país agotado por el esfuerzo excesivo al que se vio sometido durante más de un siglo.
Joseph Pérez Catedrático de Historia de la Universidad de Burdeos.
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