lunes, julio 28, 2008

TRAS LOS PASOS DEL INDALO

n la cueva de los Letreros de Vélez Blanco pueden verse, entre otras muchas figuras pintadas por los cavernicolas, panes, soles, un hechicero y un arquero que acecha a unas cabras. De este último proviene el Indalo, ese monigote en forma de aspa, universalmente reconocido como emblema de Almería. Entre aquel dibujo prehistórico y los souvenirs con su imagen, sobre todo los que popularizaron los artesanos de Mojácar, median 18.000 años.
Vélez Blanco tiene otras bellezas que se pueden disfrutar a pleno sol. En lo más alto de la población, se recorta la elegantisima silueta del castillo del Marqués de los Vélez, que trazaron arquitectos italianos a principios del siglo XVI; a los pies de éste, se acurruca el barrio de la Morena, con sus calles cuestudas y sus casitas blancas. Y, por doquier, manan fuentes —de la Novia, Cinco Caños, de Caravaca, del Mesón— de chorros gruesos y aguas gélidas.
A la belleza deslumbrante de su caserío. Vélez Blanco une la de su emplazamiento: en los primeros recuestos del cerro Maimón, vigilando la entrada a la sierra de Maria, una zona que fue declarada parque natural en 1987 para preservar sus masas seculares de encinas y pinos carrascos, así como la atmósfera inmaculada de sus crestas calizas (cerro Burrica, 2.045 metros), reino de las águilas y, en invierno, de las nieves.
De la media docena de senderos que hay señalizados en el parque natural, el más recomendable es el que atraviesa la sierra uniendo Vélez Blanco con el pueblo de María. Se inicia el paseo subiendo desde el castillo a la carretera comarcal AL-3 17 y avanzando por ella en dirección al pueblo de María para, a los 300 metros, doblar a la izquierda por una pista de tierra que repecha por la umbría del Maimón. En un cuarto de hora, se llega a un mirador con soberbias vistas del castillo y de las Muelas de la sierra del Gigante. Y, en una hora más, al cortijo del Peral, donde un pastor sobrevive con un puñado de cabras y otro de almendros.
Se pasa de largo un desvio a la izquierda—a la cueva Botia, según un letrero—, y pronto se alcanza un collado donde la pista comienza a declinar por la vertiente norte de la sierra. Pero antes de bajar, merece la pena encaramarse a la desnuda cresta inmediata para gozar del enorme panorama: a naciente, Sierra Espuría (Murcia); a poniente, Sierra Nevada (Granada); y, al noroeste, la sierra de Segura (Jaén), entre cuyas cumbres, en los días claros, se vislumbran los montes de Toledo. Ya sólo resta descender, por el frescor de la pinada, al pueblo de María (tres horas desde el inicio). Y volver a Vélez Blanco, en otro par de horas, por la carretera comarcal, fijándose en los centenarios pinos carrascos que la jalonan.
Andrés Campos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nelson,!!felices vacaciones!!.Me retiro a mis cuarteles de invierno para preparar la próxima temporada , que espero siga siendo tan triunfante como mi primavera-verano.Te llevaré en mi corazón, y volveré el mes que viene con más fuerza y brío, si cabe.
Un beso muy.. muy.. fuerte y hasta entonces no escribas mucho para no perdérmelo.