viernes, septiembre 28, 2007

VISIÓN DE UN MÉDICO EN EL SIGLO XVIII

alentín González y Centeno, miembro de la Real Sociedad de Medicina de Sevilla, expuso en la misma el 21 de marzo de 1776 —el año anterior a la prohibición de las penitencias de sangre— una Disertación Phisico-Histórico-Médica de los graves perjuicios que inducen en la salud corporal las vapulaciones sangrientas, de la que extractamos los párrafos siguientes:
Los que se azotan o pican a sí proprios salen peor parados, pues éstos usan del instrumento que llaman abrojo o cerote, y es una pelota oblonga hecha de pez y cera, a el grueso de un huevo de Paloma, donde clavan muchas puntas fuertes de vidrio de media pulgada de longitud y del grueso de la almendra, o médula de un piñón. Tiene un hilo atado, de dos tercias de vara, de cuyo extremo lo asen, y con él se dan tantos golpes que rompen las puntas de dos o más de estos cerotes, y es de admirar en algunos la destreza con que se repiten las heridas en un mismo sitio; otros, sin acierto, se hieren toda la espalda, los homoplatos y espina, haciéndose algunas foveas capaces de ocultarse el abrojo. Después sigue el azote de hilo dicho, pero en Marchena no lo usan, y sólo se dan todos los azotes con el cerote, de suerte que se hacen una carnicería la espalda, haviendo yo visto alguna vez saltar fragmentos de piel y carne, que causa horror. La sangre que vierten es sin medida, pues no se separan de las Procesiones hasta sentirse deliquiar, y aún así, siles dicen no lleban bastante sangre, vuelven a el exercicio hasta caer en tierra, pues tienen una bárbara e inaudita emulación. Añádese a esto que para que los vasos superiores den más pronta y abundante sangre, se comprimen tan fuertemente por la cintura con una faja angosta, que ellos llaman pretina de azote, que casi les hincha la espalda, pues aún he observado meterles una guija entre esta ligadura y la carne para hacerla más fuerte.
La curación aún es más inculta que la penitencia. En algunos pueblos, como en Fuentes de la Campana, Arahal y Castilblanco, se retiran a hacerlo en sus casas, pero en Marchena la hacen en las mismas calles. Se reduce a tener una caldera con vino caliente en que ha cocido romero, y con un lienzo empapado en él le fomenta mui bien toda la espalda el curandero, que es un Hombre sin más instrucción que aver hecho esto muchas veces, sin valerse jamás del Cirujano del Pueblo. Le coge después con las dos manos las heridas y se las exprime como un limón, y con esto salen, dicen ellos, las puntas quebradas que quedaron dentro; pero otras no saldrán, y aún se introducirán más, como sucede no pocas veces. Después les ponen unos cabezales mojados en el azeyte verde, o bálsamo de Aparicio, se los aseguran con un pañuelo y se van a sus casas, poniéndose pocas horas en cama. Los más valerosos suelen luego desnudarse la ropa blanca de Penitentes, y con la propria siguen las Procesiones hasta que finalizan”.

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