lgarbani identifica a uno de los agentes del SIPM más activos, con el nombre de Otero. Llegó a instalarse en el Peñón donde afamó como comerciante de alhajas, aunque fuese una tapadera para ejercer como «uno de los puntales más firmes del Servicio». «Los servicios de contraespionaje —añade— también actuaban desde Gibraltar en la zona, de esta forma se reciben noticias de lo que se está haciendo en territorio del Campo de Gibraltar sobre fortificaciones y también del cemento y cañones que han sido desembarcados en la estación de San Roque. El SIPM parece encontrar al enlace de la Estación de San Roque y a otro enlace en el vapor de Algeciras, este último maquinista».
Un hidroavión biplano inglés fue detectado sobre la vertical de la batería de Punta Carnero, a principios de 1939, pero el incidente se zanja con una disculpa oficial del gobernador de Gibraltar, Ironside. A un maestro armero inglés, llamado Juan Chestman, lo pillaron infraganti, tomando fotografías y apuntes, en el Cortijo La Pólvora, en las cercanías de la Estación de San Roque. No resultaba nada extraño si se tiene en cuenta que las autoridades inglesas poseían fotografías de cinco baterías españolas, tomadas por aviadores y por agentes del Intelligence Service.
A medida que avanzaba 1939, empezó a ampliarse el campo de aviación de Gibraltar sobre terrenos del antiguo hipódromo. Se da la paradoja de que entre los obreros que estaban construyéndolo, figuraban los gruístas del puerto, algunos de los cuales habían sido fichados como informadores del SIPM y su profesionalidad era tan disputada que las autoridades franquistas pretendían usarlos para las fortificaciones de la costa española. El problema estribaba, según Algarbani, en que no terminaban de fiarse: si estaban espiando a los ingleses a sueldo del Ejército español, podían espiar a los españoles con cargo a Su Graciosa Majestad.
La luna de miel entre el Reino Unido y España iba dando las boqueadas y los diez mil ingleses o gibraltareños con pasaporte británico que vivían en el Campo de Gibraltar empezaron a tener problemas a la hora de obtener salvoconductos, un trámite cada vez más restringido y sujeto a intrincados controles que limitaban su circulación por algunas zonas, como las carreteras de La Almoraima y la de Castellar, donde podían ser testigos presenciales de movimientos sospechosos del Ejército español. Los filtros de los carabineros canalizaban su paso hacia la carretera de San Roque y se les impedía tomar la carretera del Zabal, que atravesaba Sierra Carbonera y cuyo uso se reservó a fines militares. Al mismo tiempo, la nueva España expropiaba las fincas de dueños extranjeros en Campamento y Puente Mayorga, una práctica que concluyó con la prohibición expresa de que ciudadanos que no fueran españoles pudiesen contar con propiedades inmuebles en el lado español de la frontera, en base a un decreto posterior que no se derogó hasta la promulgación de la Constitución de 1978. Una de las principales dificultades de este dispositivo estribaba en una finca de Guadacorte, propiedad de extranjeros a los que se terminó por dificultar el acceso a su propia heredad. Un sinfín de controles jalonaba el camino entre Cádiz y Málaga o el que llevaba de Algeciras a Jerez, a través de una tupida selva de alcornocales.
Todos los ojos eran pocos para vigilar aquel confín donde los tambores de guerra no habían dejado de sonar: desde El Toril y la Estación de San Roque hasta el Higuerón, desde Guadiaro a Chullera, se pretendía blindar el paso de vehículos y personas, para que nada ni nadie escapase al control de policías y militares españoles.
Juan José Tellez. Gibraltar en el tiempo de los espías.
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