domingo, octubre 22, 2006

LAS REFORMAS DEL GRAN CAPITÁN: LA CORONELIA


l ejército español que había salido de la Reconquista presentaba un aspecto nada convencional dentro del panorama europeo. Por una parte, gracias a la Guerra Civil Castellana y la campaña contra el reino nazarí de Granada, las mesnadas señoriales habían sido desplazadas frente a un ejército real y profesional que constaba de abundantes fuerzas de infantería y se apoyaba en un tren de artillería que le permitió tomar los hasta entonces inexpugnables castillos del reino nazarí, pero también atar fuertemente a la díscola y poderosa nobleza gracias a su poder demoledor del que el estado se hizo en un principio administrador. Como diría Cisneros a los nobles de Castilla, “estos son mis poderes”, mostrándoles los cañones del parque de artillería real.No menos importante que el aumento de la artillería de campaña fue la articulación de la infantería según las ordenanzas del rey don Fernando, que fueron el germen de una división del bloque de combatientes en compañías y escuadras, que les dotaba de mayor movilidad y cohesión gracias a la profesionalización del empleo militar. Las particularidades de la reconquista favorecieron el desarrollo de un infante más ligero que sus homólogos europeos, habituado a las acciones de escaramuza (o de tipo guerrilla) frente a la solidez del cuadro de picas y la poca libertad de movimientos del hombre de armas o jinete de caballería pesada. Así pues, el ballestero, el arcabucero y el jinete ligero a la morisca fueron los protagonistas de la lucha convencional contra los moros y dejarían una fuerte impronta en la adaptación del cuadro de picas suizo- alemán en el ejército español.El ejército que en 1496 abandonó el litoral español camino a Nápoles habría de reformarse tras la única derrota del Gran Capitán en la batalla de Seminara. El nuevo marco orgánico sería la coronelía, un paso previo al concepto de tercio, que se articulaba en tomo a una plana mayor (coronel, sargento mayor, tambor mayor, oficiales de intendencia...) que controlaba a las compañías, que constaban de aprox. 250 hombres al mando de un capitán y un abanderado (alférez) con un suboficial encargado de la disciplina (el sargento) y subdividido en escuadras de 15 a 30 hombres al mando de un cabo de escuadra. Sin embargo, el esquema hispano no se fundamentaba en una muchedumbre de picas con unos elementos auxiliares parcos en número, sino que desde un primer momento se manifiesta una predilección por el arma de fuego frente a la pica, de tal modo que en los decenios sucesivos, y sobretodo en Flandes, donde la naturaleza del terreno no favorecía acciones de caballería pesada, se hubo de regular el porcentaje de arcabuces/picas dada la inusitada fruición con la que el infante español acogió este arma, adelantándose en algunos decenios a otros ejércitos de la época.

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