viernes, septiembre 29, 2006

Paraguay,veintidós presidentes en treinta y un años

n Asunción, los liberales habían estado ya en el Poder desde 1904 a 1931, y luego, de nuevo, en 1937. Pero sería un error creer que el comienzo del siglo xx hubiera sido tranquilo en Paraguay. En realidad, en treinta y un años, hay no menos de veintidós nombres en la lista de los Presidentes, que se sucedieron, con diversa fortuna, a la cabeza del pueblo paraguayo. Uno de ellos no estuvo más de veintiún días en el palacio presidencial y otro cincuenta y tres. Durante aquel mismo período, tan particularmente agitado, la media de duración presidencial fue de diecinueve meses.
Durante catorce años, el estado de sitio no se abrogó en la práctica. Tampoco los hombres que vinieron al Poder tras el desastre de la Guerra del Chaco atestiguaron preocupaciones mucho más democráticas. El primero de esta lista llevaba un nombre predestinado: era el Coronel Rafael Franco. Proclamó que su golpe de Estado se basaba en los mismos principios que inspiraban a las naciones totalitarias europeas. Verdad es que, casi en el mismo momento, Getulio Vargas creía estar en la línea de la Historia proclamando el Estado Nava en Brasil, y que Perón hacía su aprendizaje fascista en las misiones militares argentinas de la Italia mussoliniana. El General Estigarribia, que se había cubierto de gloria contra los bolivianos durante la Guerra del Chaco, le sucedió en 1939. Estigarribia se apresuró a crear un Consejo de Estado en el cual entraron oficiales, clérigos y representantes de la industria y del comercio conforme a métodos inspirados en el corporatismo fascista. Pero un mes después de la promulgación de la nueva Constitución, Estigarribia, promovido a mariscal, murió en un accidente de aviación. Su Ministro de la Guerra, el General Moriñigo, subió naturalmente un peldaño en la jerarquía gubernamental y dirigió a su vez los destinos de Paraguay durante siete años, con un puño cuyo vigor nada tenía que envidiar a sus predecesores. Hizo plebiscitar la Constitución de 1940, que es considerada como la más corta de toda América Latina. Según los términos de esta Constitución, el Presidente elegido por cinco años es, al mismo tiempo, Jefe del Gobierno, Comandante en Jefe de las fuerzas armadas, y dueño de la justicia y de la Iglesia. Tiene también el derecho de vetar las leyes aprobadas por una Cámara de cincuenta diputados. En 1945, Moriñigo decretó la disolución de los Sindicatos. Sus leaders habían decidido protestar contra una ley que los situaba bajo el control directo del ..Gobierno. Y de la noche a la mañana, quedó interrumpida la modesta vida sindical de Paraguay. Sin embargo, en 1947, el Dictador tuvo que afrontar varios levantamientos, que parecían destinados al fracaso y que degeneraron en una verdadera guerrilla que se mantuvo varios meses contra las tropas regulares. La represión fue despiadada y el número exacto de las víctimas jamás se ha sabido con certidumbre. Moriñigo innovó, hizo instalar a toda prisa campos de concentración en las inhóspitas llanuras del Chaco, y deportó allí a centenares de estudiantes que habían inspirado y muchas veces dirigido la rebelión. Luego cerró el legajo "represiones" y abrió otro, titulado "obras públicas". Pues Moriñigo no escapó a esa señalada propensión de todos los dictadores de América Latina, consistente en iniciar planes trienales o quinquenales para perpetuarse en mármol, en presas, o en líneas ferroviarias. Supo también olfatear el nuevo viento que soplaba sobre Asunción. A decir verdad, era éste una brisa, todavía ligera, que hacía ondear los colores del Partido colorado, apartado de las cargas del Poder desde hacía catorce años. Moriñigo creyó hábil favorecer dicha corriente y no se opuso a la elección para la Presidencia de un leader colorado valiente y talentoso, el escritor Natalicio González. Después de la victoria de González, una multitud de más de cincuenta mil campesinos invadió las perfumadas plazas de Asunción y organizó farándulas bajo los balcones de la Presidencia. Era éste un espectáculo nuevo en Paraguay. Había de ser breve. Pues investido el 15 de agosto de 1948, Natalicio González fue derrocado el 20 de enero siguiente. Aquel poeta era un político idealista que soñaba con mejorar la suerte de los campesinos y con liberar a su país de la tutela económica que, de hecho, venía ejerciendo Argentina. Prometió una reforma agraria y decretó la construcción de una flota mercante nacional. Lo cual era declarar la guerra al mismo tiempo a los ricos propietarios agrícolas y a los peronistas. Los complots contra el Gobierno González se multiplicaron y cada vez era más evidente que los agentes peronistas desempeñaban en ellos un papel decisivo. El golpe de gracia fue asestado en dos veces. El primer putsch fracasó, pero el segundo triunfó. Natalicio González tuvo que refugiarse en la Embajada de Brasil y pedir un salvoconducto para abandonar su país. Perón había ganado. Cuando Federico Chaves, sucesor de González, tomó posesión oficialmente de la Presidencia, un solo Embajador asistió a la ceremonia y era el de la República Argentina.
Chaves esbozó una política de abierto acercamiento con la Argentina de Perón. Incluso se dirigió con gran pompa a Buenos Aires, para ponderar los méritos del justicialismo y hacer juramento de vasallaje a la pareja Juan-Evita por entonces triunfante. El lirismo de los discursos pro-argentinos de Chaves empezó a decaer en el momento en que la estrella del Coronel Perón iniciaba el descenso de su curva sobre las orillas del Río de La Plata. Pero el Ejército paraguayo decidió intervenir sin esperar siquiera la previsible desaparición del Dictador argentino. Chaves fue derribado por un pronunciamiento el 5 de mayo de 1954. Fue aquello una aldabada para Perón. La caída de su entusiasta admirador de Asunción anunciaba su propia derrota. Un General sucedió a Chaves. Su nombre era todavía desconocido: Alfredo Stroessner. Siete años después de estos acontecimientos, sería exagerado afirmar que la personalidad del General Stroessner es mejor conocida. Por comodidad se le asoció primero a los dictadores que todavía se mantenían en el resto del Continente, a Batista, a Pérez Jiménez, a Somoza y a Trujillo. Pero el círculo de familia de los caudillos clásicos se ha restringido singularmente en el curso de los últimos años, y Stroessner está a punto de conquistar un título poco envidiado: el de último dictador de América Latina. El aislamiento de Paraguay, sin embargo, es tal que el Régimen Stroessner prosigue su curso en medio de una indiferencia casi general y tras impenetrables murallas de silencio.
Marcel Niedergang

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