viernes, septiembre 29, 2006

Dom Pedro II-BRASIL

l primer brasileño que sacudió las cadenas, a decir verdad, bastante ligeras de la metrópoli, fue un sacamuelas, aquel peludo, barbudo y audaz Tiradentes, que murió descuartizado en una plaza pública de Río, en 1792. Tiradentes, cuyo verdadero nombre era Xavier da Silva, promovido hoy al rango de héroe nacional y modelo de los estatuarios municipales, sólo se hab{a anticipado algunos años.
Cuando llegó el tiempo de Bolívar y estalló la rebelión de las colonias contra Madrid, Brasil dio prueba de su paciencia y de su sabiduría. En el momento en que los Gobernadores españoles empezaron a ser expulsados por los Libertadores, la Corte de Lisboa vino, por el contrario, a refugiarse en Río de Janeiro para escapar de-las tropas napoleónicas, mandadas por Junot, que se aproximaban a las orillas del Tajo.
En un abrir y cerrar de ojos, la instalación de la Monarquía portuguesa en el violento marco de Río, hizo ascender a Brasil al rango de Potencia de pleno derecho. Las querellas internas se apaciguaron y los puertos brasileños se abrieron progresivamente al comercio internacional. Aquel inesperado desplazamiento de una Corte un poco polvorienta al país de mayor colorido y menos conformista, facilitó, por otra parte, el alumbramiento de una independencia cuya conquista resultó tan laboriosa al otro lado de los Andes. Y cuando el Rey Juan VI tuvo que marchar, a pesar suyo, a Lisboa para intentar salvar aquella otra vacilante mitad de su trono, su hijo Pedro lanzó el famoso grito de Ipiranga: " Independencia o muerte!" Era el 7 de septiembre de 1822. Pedro I se convirtió así en Emperador de un Brasil que obtenía su libertad con una facilidad irrisoriay envidiable.
Caso único en la historia de la independencia de las dos Américas: Brasil conquistó su autonomía gracias a laacción decisiva de un soberano portugués nacido en Portugal. Por otra parte, Dom Pedro I se reveló como un Jefe de Estado de gran prudencia y buen sentido político. Pero su hijo Dom Pedro n fue, indiscutiblemente, un hombre absolutamente excepcional. Así, en el mismo momento en que sus vecinos argentinos o paraguayos soportaban, mejor o peor, unos caudillos siniestros o crueles, los brasileños tuvieron la fortuna de convertirse en súbditos de un Monarca ilustrado como ya no existían en Europa.
Dom Pedro , que reinó desde 1840 a 1889, ha dejado el recuerdo de un hombre apacible, liberal, amigo de las artes y de las letras, traductor de Hamlet y corresponsal de varias Academias. Los tiranuelos de las Repúblicas liberadas de España admiraban a Napoleón. Dom Pedro n colocaba a Pasteur y a Víctor Hugo por encima de todos los hombres. En 1850--acabó con la importación legal de los esclavos negros a Brasil. Y cuando venció a los paraguayos en 1870, con ayuda de los argentinos y de los uruguayos, no reclamó una sola pulgada de territorio ni una sola indemnización.
Pero, paradójicamente, su liberalismo contribuyó a que aquel confortable Imperio se perdiese. La abolición completa de la esclavitud en 1888 precipitó la caída de Dam Pedro II. Abandonado por la oligarquía campesina, que veía desaparecer su barata mano de obra negra, aquel Emperador letrado hubo de embarcarse para Europa, y Brasil se despertó como República.
Habría de percatarse con bastante rapidez de que la belle époque había concluido, pues la República inició, con un poco de retraso, un ciclo de violencias, de disturbios y de revoluciones permanentes. Brasil no había tenido todavía. caudillo. Pero tuvo entonces a los Caroneis. Los Coroneis no eran necesariamente militares. Incluso eran lo más a menudo propietarios agrícolas. Imponían su ley porque eran ricos, poderosos, audaces y carecían de escrúpulos.
Desde 1906 a 1930, Brasil conoció ocho Presidentes, cuya fortuna política dependía de la buena voluntad de los Caroneis, que tiraban de las cuerdas entre los bastidores del palacio Tiradentes. Pero a pesar de estos remolinos superficiales, los inmigrantes no cesaban de llegar: portugueses, italianos, alemanes, eslavos, japoneses, libaneses, sirios y turcos. Aquel crisol creaba lentamente una nueva raza, un hombre brasileño, que hoy saca la cuenta de sus riquezas y de sus debilidades.
El azúcar prosper6 en la tierra negra y grasa del Nordeste. El café se desarrolló en la tierra roja de Sao Pauta, de Paraná y de Santa Catarina. El azúcar vio el nacimiento de una sociedad tropical y estática, apegada al molino. La busca del oro y de los diamantes facilitó el nacimiento de una multitud de pequeños centros de población cuya vitalidad sobrevivió al final del ciclo de mineraçao y que se han convertido en núcleos de explotación industrial moderna. El café transformó por completo las antiguas estructuras. Como su cultivo necesitaba abundante mano de obra, provocó las migraciones de los esclavos negros del Nordeste y atrajo
a los inmigrantes europeos, cuya oleada sumergió las tierras del Sur. "El café, escribe atinadamente Roger Bastide, es una planta bandeirante, una planta que se desplaza sin cesar, invadiendo nuevos dominios, y que deja tras ella esquilmadas las tierras y desiertas las ciudades."
La ola del café, partiendo de Río, invadió el Estado de Sao Paulo por el valle del Paraiba hacia 1830. La historia de su progresión, que ocupa el final del siglo XIX y el comienzo del xx, es también la del fantástico desarrollo de Sao Paulo. En 1900, Sao Paulo cuenta solamente con 80.000 habitantes. En 1920, los paulistas son 580.000; en 1925, 720.000; luego, en 1940, 1.500.000, y 2.250.000 en 1952. En 1961, la metrópoli paulista ha superado a Río con sus tres millones y medio de habitantes. El Estado de Sao Paulo, que no representa más que el 9 por 100 del territorio nacional, concentra hoy cerca del 20 por 100 de la población brasileña. Suministra el 44 por 100 de la renta industrial brasileña y el 32 por 100 de su renta agrícola. Explicar este crecimiento record de Sao Paulo tan sólo por la extensión del cultivo del oro verde, sería falso y esquemático. Otros factores han contribuido recientemente a hacer de la ciudad seta de Brasil el primer centro industrial de toda Suramérica: la proximidad del puerto de Santos, al cual está unida por una magnífica autopista; el desarrollo rápido de un considerable potencial hidroeléctrico, y, sobre todo, su notable situación cerca de las riquezas mineras del Estado de Minas y del centro siderúrgico de Valta Redonda. Pero es claro que, en primer lugar, fue la extensión del cultivo del café la que señaló el comienzo de esta prosperidad sin igual en Brasil y en el resto del Continente suramericano.
Hasta 1930, por 10 menos, las crisis periódicas provocadas por la escasa venta o por la superproducción del café desempeñaron un papel considerable en la vida política brasileña.
No es menos evidente que la curva del desarrollo de Sao Paulo sigue con bastante exactitud la de la producción de café. Desde 1900 se contaban no menos de seiscientos millones de cafetales, y el café, desde finales del siglo XIX, podía ser considerado así como el nuevo, amo de la economía brasileña. La producción, que en 1836 no se elevaba más que a 147.000 sacos de 60 kilogramos, excedía de quince millones de sacos en 1906. Era una progresión fulgurante. Pero las revoluciones sociales l' humanas provocadas en esta nueva zona de pob1amiento fueron proporcionadas a esa progresión Pues el café, como el azúcar o el trabajo en las minas, reclama una mano de obra abundante. Y como los señores de los molinos de azúcar en el Nordeste, los fazendeiras paulistas empezaron por apelar a los esclavos negros.
Los historiadores no están todavía de acuerdo sobre la cifra exacta de los negros conducidos a la fuerza a la ciudad de Sao Paulo. Sin embargo, es verosímil que, en sólo unos pocos años, varios cientos de miles de negros fueran traídos del Nordeste hacia el Sur desde las plantaciones de caña de azúcar hacia las de café. Por otra parte, es casi cierto que la trata de los esclavos negros se prosiguió clandestinamente con destino a las ricas plantaciones paulistas, después de la prohibición oficial del tráfico negrero. Y cuando la represión de la trata clandestina se hizo cada vez más dura en los últimos años del siglo XIX, la libre inmigración de los trabajadores venidos de Europa y de la cuenca mediterránea suministró la mano de obra necesaria. Desde 1887 a 1900, sólo la región de Sao Pauta acogió a 863.000 inmigrantes. Esta mano de obra blanca, estos colonos, como entonces se les llamó, fueron empleados al lado de y al mismo tiempo que la mano de obra negra, la cual fue lenta y progresivamente liberada. Grandes propiedades, esclavitud, paternalismo:
ciertamente, la sociedad creada por el ciclo del café se parece, en sus líneas generales, a la sociedad tropical de la civilización del azúcar. Pero con una diferencia de tonalidad, que es justamente la causa de la controversia entre Gilberto Freyre y cierto número de determinados sociólogos. Para Freyre no hay duda: dos siglos después de Bahía y de Recife, el café produjo en Sao Paulo el mismo tipo de sociedad patriarcal.
Por el contrario, para sus contradictores, el Brasil que se ha formado alrededor, primero de Sao Paulo y luego de los Estados del Sur, es un país nuevo, en completa oposición con la civilización arcaica y esencialmente rural del Brasil del Nordeste. De hecho, como Jacques Lambert ha observado muy atinadamente, los dos países, el colonial y el moderno, están indisolublemente entremezclados, aunque sus campos de elección están delimitados con bastante precisión. No san sólo las Estados del Nordeste y del Norte los que resisten al dinamismo revolucionario económico de Sao Paulo Pues también en esos campos relativamente cercanos a la ciudadela paulista, ese interior poblado de cabclos, esos mujiks brasileños.
La marcha progresiva del café continuó durante los treinta primeros años del siglo xx. Desde Sao Paulo desbordó sobre el Paraná, donde las tierras eran mejores. El agotamiento de los primeros suelos, las crisis sucesivas de superproducción (en 1905 se quemó por primera vez el café en las locomotoras brasileñas) y el crack mundial de 1930, que hirió a Brasil con tanta mayor violencia cuanto que coincidió con un nuevo período de superproducción del café, fueron otras tantas razones de la decadencia del ciclo del café y de su transformación. Las grandes propiedades se fraccionaron. Aparecieron los cultivos secundarios: algodón, tabaco, viñas. Y, sobre todo, los fazendeiros invirtieron sus beneficias, amenazados, pero todavía cansiderables, en la piedra, la industria y el comercio. Mientras que en numerosos países americanos cuva consecuencias dramáticas, la crisis de 1930 valvió así a lanzar, una vez más la economía de Sao Paulo
Dios ya no era sólo brasileño. Era paulista. Los buildings, los Bancos, las rascacielos, las industrias se multiplicaron en Sao Paulo con una cadencia vertiginosa en el transcurso de los últimas años. Y la ciudad fundada par los jesuitas; a comienzos del siglo XVI, en la cumbre de una colina, en un país ingrato, enarboló así con orgullo en 1961 la cifra de crecimiento más fuerte del globo: 67 por 100 (cuando para Los Ángeles, una de las ciudades más dinámicas de los Estados Unidos, esa cifra es tan sólo del 26 por 100).

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