viernes, septiembre 15, 2006

EL MOTÍN DE ESQUILACHE


os últimos días de Isabel de Farnesio madre de Carlos III y
esposa de Felipe V, se vieron amargados por el motín de Esquilache. Las esperanzas surgidas al comienzo del reinado de Carlos III habían ido desvaneciéndose y el descontento crecía a medida que pasaban los años. A los problemas estructurales del Antiguo Régimen, como eran las crisis de subsistencias, se sumaron las resistencias de los grupos afectados por la oleada reformista. En poco tiempo se habían introducido muchos cambios que no habían sido bien asimilados por el conjunto de la sociedad. La voz popular culpaba al gobierno y muy especialmente al ministro italiano, a Esquilache, de los problemas existentes. la opinión pública lo veía como un extranjero que se había enriquecido a costa del pueblo español. Criticaban su afición al lujo, su codicia y su ambición de poder. El problema de fondo eran las crisis de subsistencias, una amenaza continua que desde 1760 parecía haberse agudizado.682 En 1765 las medidas liberalizadoras tomadas por el gobierno, con la abolición de la tasa de granos, en lugar de mejorar la situación contribuyeron a empeorarla todavía más. Se produjo un gran encarecimiento de los productos de primera necesidad. En Madrid el precio del pan casi se había doblado de 1760 a 1766. Lo mismo había sucedido con otros artículos básicos. El hambre amenazaba y los precios se dispararon. Incluso disposiciones destinadas a mejorar la vida cotidiana de los madrileños, como la limpieza y el alumbrado público, acabaron por crear descontento. Los propietarios repercutieron los costos sobre los alquileres y se encareció la vivienda, y los faroles hicieron del aceite y de las velas de sebo, necesarios para la iluminación, productos muy caros.

En diciembre la situación era ya muy crítica. Muy interesante resulta el testimonio del embajador británico, que una vez más pone de manifiesto el agudo olfato político de doña Isabel, siempre atenta a cualquier indicio de descontento popular y dispuesta a aconsejar asu hijo: «Como el precio del pan se ha elevado considerablemente, se han dejado oír grandes clamores por parte del pueblo de Madrid; y el día que la corte regresó aquí (desde El Escorial), la multitud se arremolinó en torno al carruaje de la reina, con gritos de que estaba hambrienta. Su Majestad comunicó esto al rey al día siguiente y este envió a buscar a Esquilache, reprochándole que en cierta medida erala causa de ese disturbio; y me ha comunicado alguien que escuchó la conversación que Esquilache replicó que era imposible conciliarla guerra con los ahorros que exigía la situación económica. . .».
En esas adversas circunstancias el gobierno adoptó muy inoportunamente otra medida que acabaría de desencadenar el conflicto. El10 de marzo de 1766, se reformó el vestido popular, prohibiendo la capa larga y el sombrero de ala ancha, que fueron sustituidos por la capa corta y el sombrero de tres picos. El motivo era asegurar el orden público, con frecuencia burlado por delincuentes que amparándose en el anonimato del embozo tradicional escapaban de la justicia.
Además la orden se aplicó con excesivo rigor y originó algunos incidentes. Creció la tensión y se agudizó la guerra de pasquines que alentaban a la subversión. El pueblo de Madrid se movilizaría al grito de «¡Viva el sombrero redondo! ¡Viva España!». El motín se inició en Madrid el 23 de marzo de 1766,Domingo de Ramos. Un incidente entre unos embozados y algunos soldados, en la plaza de Antón Martín, desencadenó los alborotos. un grupo numeroso se dirigió hacia la residencia de Esquilache, la Casa de las Siete Chimeneas, y la saqueó, salvándose el ministro del ataque por hallarse ausente.
Otros se dedicaron a destrozar a pedradas los faroles de Sabattini. Muchos se congregaron frente al palacio real I solicitando hacer presentes al rey sus quejas y peticiones. El duque de Arcos, jefe de la guardia de corps, prometió que el monarca les atendería y logró que se dispersara la multitud.
Sin embargo el problema, lejos de solucionarse, se reprodujo con mayor violencia. El lunes día 24, volvió la multitud a reunirse ante" el nuevo palacio real y se encontró frente a frente con la guardia valona. Se produjo entonces una refriega en la que hubo víctimas por ambas partes. Ante el peligroso cariz de los acontecimientos el rey reunió a sus consejeros para decidir el modo de actuar. Las opiniones eran contrapuestas. Unos se inclinaban por el castigo, mientras que otros se declaraban en contra de utilizar la fuerza tanto por razones de humanidad como de justicia, pues consideraban que algunas de las peticiones populares eran justas. Para establecer una comunicación entre los amotinados y el gobierno fue elegido como portavoz popular un predicador, el padre Cuenca, a quien se encargó llevar a palacio las reclamaciones, centradas en los siguientes puntos:
destierro de Esquilache, ministros españoles en el gobierno, disolución de la guardia valona, rebaja de los comestibles, supresión de la Junta de Abastos, acuartelamiento del ejército, anulación del decreto sobre capas y sombreros, y garantía personal del rey. El fraile cumplió su misión y regresó asegurando que Carlos III accedía a todas las peticiones. Inmediatamente unos alguaciles comenzaron a fijar carteles que anunciaban el abaratamiento del pan y otros víveres.
Los amotinados, muy recelosos, reclamaban la presencia del monarca, y don Carlos no tuvo más remedio que ceder a lo que consideraba una humillación. Salió al balcón y dio su asentimiento a las peticiones.
Carlos III, monarca absoluto e ilustrado, convencido de su dignidad real y de su papel de padre de su pueblo, que desde su punto de vista le debía amor, respeto y fidelidad, jamás olvidaría ese momento.
Mª Ángeles Pérez Samper

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