on una Administración que batió todos los récords de corrupción pura y dura, con un gobernador del Banco de España moviendo millones en oscuros manejos, el jefe de la Guardia Civil ingresando en sus cuentas privadas millones de pesetas de los fondos reservados, Filesa, Matesa y Time Export y todo lo demás, el Gobierno socialista de Felipe González tampoco fue manco en lo que se refiere a corrupción blanca, por citar la denominación con que A. J. Heidenheimer engloba todos aquellos abusos de poder que no cruzan la frontera de la ilegalidad. Durante más de 13 años de dominio socialista, España fue la finca de los jerarcas del régimen, sin que hubiera a menudo forma de distinguir dónde empezaba lo privado y acababa lo público.
Curiosamente, una de las fijaciones de aquel tiempo en materia de corrupción blanca fueron, entonces como ahora, los aviones del Ejército español. Cambie el lector Falcon por Mysfére y la asistencia a mítines del PSOE por una tarde en los toros, y ya puede trazar una línea de continuidad entre Alfonso Guerra y José Luis Rodríguez Zapatero. Corría 1988 y Alfonso Guerra, que volvía de visita oficial de Portugal, tenía el capricho de llevar a su hijo Pincho a la Monumental de Sevilla, donde toreaba Curro Romero. Impaciente porque había atasco en la carretera, solicitó un Mystere para que el entonces vicepresidente llegara a tiempo. Podrá discutirse qué es peor, si lo de Guerra, por lo frívolo y prepotente del motivo, o lo de nuestro presidente, por procurarse una ventaja sobre su rival electoral con medios públicos, adquiridos para fines muy distintos. Pero el impulso común es inconfundible. También puede establecerse un paralelismo entre las vacaciones de Felipe González en Doñana o a bordo de El Azor con la costumbre de zapatero de veranear en el palacio de La Mareta, residencia real de Lanzarote, cedida a Patrimonio Nacional, o su excursión de rebajas a Harrod's y Zara de Londres, también en un avión de las Fuerzas Aéreas españolas. Para ellos quizá fueran rebajas, pero a los españoles las gangas nos salieron por seis millones de las antiguas pesetas.
Curiosamente, una de las fijaciones de aquel tiempo en materia de corrupción blanca fueron, entonces como ahora, los aviones del Ejército español. Cambie el lector Falcon por Mysfére y la asistencia a mítines del PSOE por una tarde en los toros, y ya puede trazar una línea de continuidad entre Alfonso Guerra y José Luis Rodríguez Zapatero. Corría 1988 y Alfonso Guerra, que volvía de visita oficial de Portugal, tenía el capricho de llevar a su hijo Pincho a la Monumental de Sevilla, donde toreaba Curro Romero. Impaciente porque había atasco en la carretera, solicitó un Mystere para que el entonces vicepresidente llegara a tiempo. Podrá discutirse qué es peor, si lo de Guerra, por lo frívolo y prepotente del motivo, o lo de nuestro presidente, por procurarse una ventaja sobre su rival electoral con medios públicos, adquiridos para fines muy distintos. Pero el impulso común es inconfundible. También puede establecerse un paralelismo entre las vacaciones de Felipe González en Doñana o a bordo de El Azor con la costumbre de zapatero de veranear en el palacio de La Mareta, residencia real de Lanzarote, cedida a Patrimonio Nacional, o su excursión de rebajas a Harrod's y Zara de Londres, también en un avión de las Fuerzas Aéreas españolas. Para ellos quizá fueran rebajas, pero a los españoles las gangas nos salieron por seis millones de las antiguas pesetas.
Revista ÉPOCA.5-11 de junio 2009
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