
Curiosamente, una de las fijaciones de aquel tiempo en materia de corrupción blanca fueron, entonces como ahora, los aviones del Ejército español. Cambie el lector Falcon por Mysfére y la asistencia a mítines del PSOE por una tarde en los toros, y ya puede trazar una línea de continuidad entre Alfonso Guerra y José Luis Rodríguez Zapatero. Corría 1988 y Alfonso Guerra, que volvía de visita oficial de Portugal, tenía el capricho de llevar a su hijo Pincho a la Monumental de Sevilla, donde toreaba Curro Romero. Impaciente porque había atasco en la carretera, solicitó un Mystere para que el entonces vicepresidente llegara a tiempo. Podrá discutirse qué es peor, si lo de Guerra, por lo frívolo y prepotente del motivo, o lo de nuestro presidente, por procurarse una ventaja sobre su rival electoral con medios públicos, adquiridos para fines muy distintos. Pero el impulso común es inconfundible. También puede establecerse un paralelismo entre las vacaciones de Felipe González en Doñana o a bordo de El Azor con la costumbre de zapatero de veranear en el palacio de La Mareta, residencia real de Lanzarote, cedida a Patrimonio Nacional, o su excursión de rebajas a Harrod's y Zara de Londres, también en un avión de las Fuerzas Aéreas españolas. Para ellos quizá fueran rebajas, pero a los españoles las gangas nos salieron por seis millones de las antiguas pesetas.
Revista ÉPOCA.5-11 de junio 2009