on el fin de auxiliar a los ejércitos españoles, también llamados realistas, que combatían contra los independentistas iberoamericanos, se organizó en 1819 una escuadra de la que se destacó una división llamada del “Mar de Sur”, compuesta por dos navíos de 74 cañones y dos fragatas de 40 y 48 cañones respectivamente, al mando de brigadier Rosendo Porlier, que izó su insignia a bordo del navío “San Telmo”, uno de los mejores de la Armada en aquellos momentos, con destino a El Callao, en el Perú, dado a la vela desde Cádiz el 11 de mayo de 1819.
La división, después de atravesar el Atlántico y encarar el cruce del cabo de Hornos, tuvo que afrontar los variables vientos del sur, dispersándose sin que volviera a saberse nada más del “San Telmo”, ni de los 644 hombres que iban a bordo, siendo avistado por última vez, el 2 de septiembre en los 62º sur, desde la fragata “Mariana”, una de las dos mercantes que integraban la división, en un punto, donde las corrientes y vientos empujan directamente al norte de la isla de Livingstone, un área, entonces desconocida, desapareciendo, con hombres y bienes. Sin embargo, en octubre del mismo año, los exploradores británicos William Smith y Thomas Weddell, a quienes la generosa literatura de su país, atribuye el mérito de ser los primeros europeos en arribar al archipiélago de las Shetland del Sur, afirmaron haber encontrado los restos de un navío de guerra español de 74 cañones, perdido cuando hacía un viaje al Perú.
En 1823, Wddel, incluyó en su cartografía de la zona unos bajos denominados sintomáticamente isla Telmo, entre los cabos Shirref y Brizuela, en la isla Livingstone, lo que permite pensar que fueron los náufragos españoles del “San Telmo”, los primeros europeos en llegar hasta los confines australes, pereciendo probablemente de inanición, aunque los restos humanos encontrados por las expediciones españolas a finales del siglo XX, no se corresponden.
Por otra parte, la caótica situación española del momento bajo el nefasto reinado de Fernando VII, asó como los intereses de Gran Bretaña, que apoyaba a los independentistas americanos, hicieron que el silencio envolviera la pérdida del buque y de sus tripulantes, encontrándose solamente una breve referencia del mismo en la historia oficial.
Esta desaparición, una de las más dolorosas de la Armada española, pasó prácticamente desapercibida en los medios de la época, sin otras excepciones, que una fantástica novela alusiva de finales del XIX, y de un artículo del insigne escritor Pío Baroja, publicado a mediados del XX.
Paradójicamente, 170 años después, en 1989, España, cómo una de las naciones signatarias del tratado Antártico, estableció una base permanente en la isla de Livingstone, iniciando por primera vez en 1993 una serie una serie de investigaciones arqueológicas en este continente, apoyadas desde el buque de investigación
La división, después de atravesar el Atlántico y encarar el cruce del cabo de Hornos, tuvo que afrontar los variables vientos del sur, dispersándose sin que volviera a saberse nada más del “San Telmo”, ni de los 644 hombres que iban a bordo, siendo avistado por última vez, el 2 de septiembre en los 62º sur, desde la fragata “Mariana”, una de las dos mercantes que integraban la división, en un punto, donde las corrientes y vientos empujan directamente al norte de la isla de Livingstone, un área, entonces desconocida, desapareciendo, con hombres y bienes. Sin embargo, en octubre del mismo año, los exploradores británicos William Smith y Thomas Weddell, a quienes la generosa literatura de su país, atribuye el mérito de ser los primeros europeos en arribar al archipiélago de las Shetland del Sur, afirmaron haber encontrado los restos de un navío de guerra español de 74 cañones, perdido cuando hacía un viaje al Perú.
En 1823, Wddel, incluyó en su cartografía de la zona unos bajos denominados sintomáticamente isla Telmo, entre los cabos Shirref y Brizuela, en la isla Livingstone, lo que permite pensar que fueron los náufragos españoles del “San Telmo”, los primeros europeos en llegar hasta los confines australes, pereciendo probablemente de inanición, aunque los restos humanos encontrados por las expediciones españolas a finales del siglo XX, no se corresponden.
Por otra parte, la caótica situación española del momento bajo el nefasto reinado de Fernando VII, asó como los intereses de Gran Bretaña, que apoyaba a los independentistas americanos, hicieron que el silencio envolviera la pérdida del buque y de sus tripulantes, encontrándose solamente una breve referencia del mismo en la historia oficial.
Esta desaparición, una de las más dolorosas de la Armada española, pasó prácticamente desapercibida en los medios de la época, sin otras excepciones, que una fantástica novela alusiva de finales del XIX, y de un artículo del insigne escritor Pío Baroja, publicado a mediados del XX.
Paradójicamente, 170 años después, en 1989, España, cómo una de las naciones signatarias del tratado Antártico, estableció una base permanente en la isla de Livingstone, iniciando por primera vez en 1993 una serie una serie de investigaciones arqueológicas en este continente, apoyadas desde el buque de investigación
oceanográfica Hespérides, conducentes a la búsqueda de los restos del San Telmo, dirigidas por el arqueólogo subacuático Manuel Martín Bueno y por el geofísico Jorge Rey, recopilando datos recogidos de archivos españoles y británicos, creando el proyecto San Telmo, que cuenta así mismo con el interés de especialistas chilenos que asumen como propio el pasado virreinal, hasta el `punto de que en 1922, los científicos citados viajaron a Livingstone a bordo del buque chileno Queyón, con el objeto de colocar una lápida conmemorativa del naufragio del San Telmo en cabo Shirref, lugar al que con gran probabilidad pudo arribar el buque.
La expedición encontró esparcidos entre los recovecos de la abrupta costa, muchos restos de barcos, incluso mástiles serrados y adorno de una popa, osamentas humanas en dos pequeñas cuevas no naturales y el asentamiento de una base ignorada, todo un sugestivo augurio que quedó pendiente de una serie de campañas, únicamente posibles durante el corto verano austral y cuyo resultado se hará público a principios del siglo XXI.
El navío San Telmo, de la serie llamada de Romero Landa, conocida tambien como ildefonsinos, es el protagonista de una de las mayores catástrofes acontecidas a la Armada española. Al mando del brigadier Rosendo Porlier, desapareció con cuerpos y bienes en 1818, durante un temporal en aguas del Atlántico Sur.
Término con el que los independentistas iberoamericanos designaron a los ejércitos españoles paradójicamente estos ejércitos, se nutrieron principalmente de indígenas encuadrados en las fuerzas españolas, mandados por jefes y oficiales peninsulares, siendo por lo tanto, más genuinamente americanos que los propios rebeldes, dirigidos por mercenarios como O´Higgins, Brown,Cochrane, etc.
La división del Mar del Sur, estuvo formada por los navíos “San Telmo” y “Alejandro I” ex “Dresde”, el segundo de origen ruso, más las fragatas “María Isabel”, ex “Patricio”, igualmente rusa, “La Prueba” y la mercante “Mariana”.
El “Alejandro I”, después de cruzar la línea del Ecuador, tuvo que regresar a Cádiz por su mal estado, arribando sólo a su destino tres de los cuatro buques.
La Armada española, aunque introdujo el rango de almirante en el siglo XVIII, palabra de origen árabe, este título más bien honorífico no se utilizó prácticamente hasta el último tercio del siglo XIX, siendo por tanto sus mandos superiores, generales, jefes de escuadra y brigadires.
Navío de 74 cañones, entregado en El Ferrol, según diseño de Romero Landa, perteneciente a la serie Ildefonsinos, compuesta por 8 unidades, con unas dimensiones de 52,82 x 14,46x6,95 metros de eslora, manga y puntal respectivamente, desplazaban 1640 toneladas, una de estas unidades fue el famoso “Montañés”, distinguido en Trafalgar. De esta clase, el indigne jefe de escuadra José de Mazarredo dijo:”que no eran tormentosos y no tenían movimiento brusco con mal tiempo. Por ello, no es aventurado afirmar, que el proyecto, bajo el que se construyeron los Idelfonsinos, fue el mejor de su clase.
James Weddel, capitán ballenero inglés, cuyo nombre recibe la mar que separa el cono sur del continente americano, con el continente Antártico, realizó la primera cartografía de la zona, en una serie de expediciones patrocinadas por Shirreff, jefe de la dotación comercial británica de Valparaíso, en Chile.
La historia oficial del a Armada española, se encuentra representada por la monumental obra a últimos del siglo XIX que realizó el capitán de navío Cesáreo Fernández Duro, titulada Armada Española(desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, 1476-1833).
Este proyecto, financiado por la compañía Interrministerial de Ciencia y Tecnología y por el Instituto Antártico chileno, tuvo por objeto, no sólo la localización y estudios de los restos del navío perdido, sino encontrar indicios en tierra para confirmar la arribada del buque a la isla e intentar reconstruir la vida de los desafortunados tripulantes en aquél inhóspito paraje, hasta que desaparecieron, quedando posiblemente esparcidos por los fondos y playas de cabo Shirreff, pudiendo sobrevivir sólo durante un período corte de tiempo.
La expedición encontró esparcidos entre los recovecos de la abrupta costa, muchos restos de barcos, incluso mástiles serrados y adorno de una popa, osamentas humanas en dos pequeñas cuevas no naturales y el asentamiento de una base ignorada, todo un sugestivo augurio que quedó pendiente de una serie de campañas, únicamente posibles durante el corto verano austral y cuyo resultado se hará público a principios del siglo XXI.
El navío San Telmo, de la serie llamada de Romero Landa, conocida tambien como ildefonsinos, es el protagonista de una de las mayores catástrofes acontecidas a la Armada española. Al mando del brigadier Rosendo Porlier, desapareció con cuerpos y bienes en 1818, durante un temporal en aguas del Atlántico Sur.
Término con el que los independentistas iberoamericanos designaron a los ejércitos españoles paradójicamente estos ejércitos, se nutrieron principalmente de indígenas encuadrados en las fuerzas españolas, mandados por jefes y oficiales peninsulares, siendo por lo tanto, más genuinamente americanos que los propios rebeldes, dirigidos por mercenarios como O´Higgins, Brown,Cochrane, etc.
La división del Mar del Sur, estuvo formada por los navíos “San Telmo” y “Alejandro I” ex “Dresde”, el segundo de origen ruso, más las fragatas “María Isabel”, ex “Patricio”, igualmente rusa, “La Prueba” y la mercante “Mariana”.
El “Alejandro I”, después de cruzar la línea del Ecuador, tuvo que regresar a Cádiz por su mal estado, arribando sólo a su destino tres de los cuatro buques.
La Armada española, aunque introdujo el rango de almirante en el siglo XVIII, palabra de origen árabe, este título más bien honorífico no se utilizó prácticamente hasta el último tercio del siglo XIX, siendo por tanto sus mandos superiores, generales, jefes de escuadra y brigadires.
Navío de 74 cañones, entregado en El Ferrol, según diseño de Romero Landa, perteneciente a la serie Ildefonsinos, compuesta por 8 unidades, con unas dimensiones de 52,82 x 14,46x6,95 metros de eslora, manga y puntal respectivamente, desplazaban 1640 toneladas, una de estas unidades fue el famoso “Montañés”, distinguido en Trafalgar. De esta clase, el indigne jefe de escuadra José de Mazarredo dijo:”que no eran tormentosos y no tenían movimiento brusco con mal tiempo. Por ello, no es aventurado afirmar, que el proyecto, bajo el que se construyeron los Idelfonsinos, fue el mejor de su clase.
James Weddel, capitán ballenero inglés, cuyo nombre recibe la mar que separa el cono sur del continente americano, con el continente Antártico, realizó la primera cartografía de la zona, en una serie de expediciones patrocinadas por Shirreff, jefe de la dotación comercial británica de Valparaíso, en Chile.
La historia oficial del a Armada española, se encuentra representada por la monumental obra a últimos del siglo XIX que realizó el capitán de navío Cesáreo Fernández Duro, titulada Armada Española(desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, 1476-1833).
Este proyecto, financiado por la compañía Interrministerial de Ciencia y Tecnología y por el Instituto Antártico chileno, tuvo por objeto, no sólo la localización y estudios de los restos del navío perdido, sino encontrar indicios en tierra para confirmar la arribada del buque a la isla e intentar reconstruir la vida de los desafortunados tripulantes en aquél inhóspito paraje, hasta que desaparecieron, quedando posiblemente esparcidos por los fondos y playas de cabo Shirreff, pudiendo sobrevivir sólo durante un período corte de tiempo.
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